Verso, silencio y olvido para treinta años
En el aniversario de la muerte del Premio Nobel Vicente Aleixandre
Dejó de habitar entre nosotros Vicente Aleixandre (Sevilla, 1898 - Madrid, 184) en la festividad de San Juan de la Cruz, lo que constituye una suerte de quimera para los acólitos del oficio poético, aunque según cierta leyenda tuvo el poeta la ayuda de un párroco cómplice que por apenas unos minutos consignó el 14 de diciembre como la fecha de la defunción, aunque en realidad la misma sucedió la víspera. Se llevó el autor de Espadas como labios consigo la gloria del Premio Nobel, con el que la Academia Sueca reconoció en 1977 no sólo la calidad de su obra (merecedora, por sí sola, del galardón por derecho), también la propia gesta de la Generación del 27 medio siglo después de su alumbramiento; pero además el dolor del exilio interior, el silencio impuesto y el asumido, la incomprensión de un tiempo que no fue el suyo y una travesía tenebrosa cuyo final no llegó a conocer, por más que el dictador partiese dos años antes que él. Ayer, por tanto, y en honor a la oficialidad, se cumplieron treinta años de la muerte de Vicente Aleixandre, y no hay más remedio que admitir que el mismo silencio se ha prolongado en estas tres décadas con fatal disposición. Del poeta se ha hablado en los últimos años, principalmente, a cuenta de la desprotección de su casa madrileña, en la calle Velintonia, y a la negativa del Ayuntamiento de Madrid de adquirirla para constituir en ella una fundación; así como por el empeño de la Diputación de Málaga de hacerse con el legado de Aleixandre que el mismo dejó en manos de Carlos Bousoño, malogrado tras un largo y penoso proceso judicial abierto por los herederos. Pero, si bien la poesía española pareció renunciar a considerar a Aleixandre entre sus fuentes primordiales, muy a pesar de libros como La destrucción o el amor (1933), tampoco Málaga ha mostrado mucho interés por consagrar al Nobel como emblema de su cultura, por mucho que el mismo mantuviera con la ciudad un profundo vínculo, nunca extinto, desde su infancia.
Ayer sábado, la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre celebró un homenaje en honor del poeta en la puerta de su casa malagueña, en la calle Córdoba, a donde acudieron otros escritores llegados de diversos puntos de España. Y el presidente de la entidad, Alejandro Sanz, recordó que la casa de Velintonia en Madrid continúa "totalmente desprotegida" por lo que, "cualquier persona que la compre la puede tirar", según declaraciones recogidas por Efe. Sanz, que presentó el pasado viernes en Málaga el libro Entre dos oscuridades, un relámpago, publicación a modo de tributo coordinada por la misma asociación, explicó que la de Velintonia "es una auténtica casa de la poesía, única en la historia de la literatura universal del siglo XX porque las connotaciones que tiene no las tiene ninguna otra casa de ningún escritor. Por ahí no sólo pasó toda la Generación del 27, sino todas las generaciones de postguerra".
La deuda que Málaga mantiene con Vicente Aleixandre va mucho más allá de aquellos versos en los que acuñó el lema Ciudad del Paraíso. Su presencia aquí no sólo propició la venida regular de otros grandes poetas de la Generación del 27 como Dámaso Alonso, sino que inspiró profundamente a los poetas malagueños que escribieron sus primeros versos a partir de los años 50. Esta influencia fue decisiva en el grupo Caracola, que decidió recuperar la labor impresora de la revista Litoral de la mano de Bernabé Fernández Canivell y que tuvo en Aleixandre a su principal impulsor. A menudo recuerda María Victoria Atencia el pudor que la embargó cuando decidió en su juventud entregar sus versos al maestro, de quien recibió encendidos elogios. Y el muy recordado Alfonso Canales evocaba así a Málaga Hoy hace diez años, en el vigésimo aniversario de la muerte del autor de Historia del corazón, su primer encuentro con Aleixandre, en los años 40, durante una tertulia literaria en la Sociedad Económica de Amigos del País: "Nos ganó a todos porque era un hombre llano, asequible, casi paternal, a quien nos atrevíamos a presentar algunos de nuestros primeros poemarios". Ya entonces señalaba Canales que el Nobel "fue considerado a finales de los años 70 el pontífice absoluto de las letras hispanas, y aquella adhesión general tuvo como consecuencia la actual desidia". Confiaba Canales en que aquel "purgatorio" fuese "transitorio"; cuánto más, todavía.
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