Cultura

Viaje a la experiencia interior

"La danza es un reflejo de mi mundo interior" comentaba años atrás Nadezhda Gracheva, una de las principales figuras del Bolshoi, durante su estancia en España. Una experiencia personal que pudo sentirse casi al nivel de la cercanía del bailarín y que sólo pudieron presenciar los afortunados espectadores que consiguieron una localidad para las dos veladas de danza programadas por el Museo Picasso de Málaga bajo la denominación Cuentos de invierno. La actuación se basó en una selección de escenas de piezas muy conocidas del ballet y la danza teniendo el lujo de contar con figuras de gran experiencia y renombre dentro de las principales escuelas rusas.

Comenzó la velada con el Adagio del Carmen del recientemente difunto Alberto Alonso. Fruto de esa creación en torno a la mítica cigarrera de Merimée se revivió esta escena en la interpretación de Tatiana Chernobrovkina, de amplia trayectoria y afamado prestigio, y el más que laureado Mark Peretokin artífice del toreador exhibido en la gala en honor a la prima ballerina Maya Plisetskaya. Ambos estuvieron bien definidos, pero Tatiana demostró una técnica más depurada.

La pareja que ya despuntó desde su entrada en escena fue Lilia Musavarova y Aidar Ajmetov. El Adagio de Espartaco de Grigorovich primero, y el Adagietto de Araiz posteriormente, mostraron las grandes cualidades escénicas de ella basadas en una expresividad gestual muy nítida y unos movimientos estilísticos muy cuidados, y la rotunda seguridad y precisión de él. Indudablemente, cuando gran parte de la crítica concibe a Ajmetov como el nuevo Nureyev no van mal descaminados. En él no sólo impera su fisiología de bailarín Bolshoi de muslos poderosos sino un amplio sentido de la concepción del espacial que le hace obtener resultados inteligentes en suma a su excelente técnica.

Uno de los mejores momentos dedicados al ballet clásico fue La muerte del cisne que Fokin creara para Anna Pavlova donde Chernobrovkina demostró eficiencia en sus movimientos de puntas, cerrando la primera parte el Vals de Zajarov.

Tras el descanso, el encuentro con dos geniales bailarinas: Gracheva, que sorprendió con unos tours muy depurados en dúo con Volchkov en Raymonda de Grigorovich, ambos supliendo un cambio en el programa; y Ilze Liepa que, aunque ya hizo su aparición anteriormente en el Adagio de Madame Bovary de Shannon, demostró su gran valía y madurez en el Bolero de Ravel.

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