Vigilia para un sortilegio
Con los cuentos tradicionales como excusa peregrina, la Noche en Blanco volvió a sacar de sus casas a todo el mundo En algunos rincones quedaban, que conste, ocasiones para la cultura


A eso de las 22:00, un matrimonio llegado de Inglaterra, maduro y de reposada estirpe, preguntó ayer en el Paseo del Parque al arriba firmante: "Perdón, ¿qué se está celebrando?" "La Noche en Blanco. Un programa cultural con muchas actividades gratuitas en todas partes", respondí. Ella pareció interesarse de inmediato: "¿Ah, sí? ¿Y qué nos recomienda?" La expresión de un servidor fue la de ¿Cómo me puede preguntar algo así? Habría sido más fácil exponer la opinión personal sobre las vías tomistas o los 23 problemas irresueltos de Hilbert. La respuesta no podía ser otra: "Diríjanse ustedes al centro y déjense llevar". Y eso mismo fue lo que hicieron los malagueños, visitantes y demás ralea que dejó vacíos los inmuebles. A falta de los balances oficiales, la Noche en Blanco, la séptima, fue ayer todo un éxito, con plazas llenas, colas por todas partes y la imposibilidad absoluta de abarcarlo todo. En esencia, la tónica de los últimos años tuvo ayer su consolidación definitiva y conviene admitir de una vez que la Noche en Blanco tiene ya bastante poco que ver en la cultura. Las mismas colas había para entrar al Museo Picasso que para comprar un helado en Casa Mira. Lo importante era estar, contarlo, participar, ser. Y mucho mejor en familia, claro.
Porque la decisión de dedicar la edición de ayer a los cuentos tradicionales con el lema Érase una vez responde a la lógica impuesta: al igual que la Semana Santa o la Feria, la Noche en Blanco ya es una ocasión para salir a la calle, bendecida por el buen clima, y mirar por todas partes a ver qué hay, con padres, hijos y abuelos de la mano. Quizá el ambiente más propiamente de cuento aconteció en la calle Alcazabilla, con la liberación de libros en plan cadena humana, las maquilladoras que hacían las delicias de los más pequeños y los monstruitos que tomaron el relevo ya de madrugada. Del balcón del Ayuntamiento colgaba la trenza de Rapunzel, y una niña pizpireta y astuta preguntaba en voz alta, con toda la razón del mundo, dónde estaba el resto. Los escenarios dispuestos en la calle Larios formaron en su entorno aforos concurridos que, lejos de moverse de uno a otro, tal y como se pretendía, permanecían incólumes en cada punto como pidiendo más. Los cuentacuentos del Mupam gustaron de lo lindo, aunque, qué quieren que les diga, la palma en este sentido se la llevó Joaquín Núñez, que con su cantar de ciego evocó las glorias de un tal Pablo Picasso en la misma puerta de la casa en la que el presunto vino al mundo. Al ladito, niños y grandes se hacían fotos junto a la escultura del artista ataviados igual que sus personajes favoritos de los cuentos. Y, hablando de cuentos, el alcalde, Francisco de la Torre, fue el encargado de dar el pistoletazo de salida al asunto escribiendo el suyo propio, con un edificio como protagonista. Tal cual parecía que escribía sobre el Cubo del Puerto. Por cierto, el Palmeral de las Sorpresas, señalado en los programas como escenario de cuento con personajes malotes, anduvo algo desangelado. Contribuía a los bajos ánimos el hecho de que la Feria del Libro estuviese cerrada, por más que en el Espacio Iniciarte se celebrase un acto de lectura abierta. La coincidencia de la Feria con la Noche en Blanco no fue, en todo caso, aprovechada como debía. Al menos, y como contrapunto, José Carlos García celebró en el Muelle Uno su showcooking ante una cohorte de salivantes seguidores.
Colas hubo, y de qué manera. En el Museo Carmen Thyssen ya estaban formadas a las 18:00, dos horas antes del pistoletazo de salida, y cuando empezaron a entrar los primeros que habían sacrificado la siesta la fila llegaba ya a Carretería. También en el CAC el ambiente estaba ya más que álgido bastante antes de las 20:00, cuando empezó a construirse el Muro de los Deseos en el que el lema #Bringbackourgirls cobró especial protagonismo. El Museo Picasso mantuvo también sus salas a rebosar, aunque hubo que esperar un poco para disfrutar de la música que pinchó Rafatal hasta la madrugada. En la Fundación Casa Natal, la cola llegó a invadir Huerto del Conde y a las 23:00 ya habían pasado por la puerta de la institución 2.500 personas. También hubo colas en la puerta del Palacio del Obispo y su reconversión en Ars Málaga, y en el Museo Revello de Toro, si bien éstas no fueron tan abundantes como en otros años. Más paciencia había que tener para subir al bus turístico en la Plaza de la Marina, y más aún para uno de los grandes éxitos de la Noche en Blanco: los laberintos de cuento, instalados en la Plaza de la Merced, el Rectorado y la Escuela de Arquitectura en El Ejido. La distribución previa de invitaciones evitó la formación de colas en la Alcazaba, pero las del Teatro Romano casi daban la vuelta al recinto. Desde Los Guindos, La Térmica demostró que la Noche en Blanco tampoco es ya una cuestión exclusiva del centro con las marionetas de Ángel Calvente como desvergonzados anfitriones.
Para ser honestos, más allá de toda la marimorena, cabe subrayar que la Noche en Blanco aún reserva espacios para eso que llaman cultura. Las visitas al Cementerio Inglés y al de San Miguel (donde cantó el coro Arsis Ensemble) resultaron altamente edificantes y constructivas, y había que acercarse al Patio de los Naranjos para escuchar al Coro de Ópera de Málaga. El Cuarteto Granada regaló uno de los mejores episodios del cuento en la Sociedad Económica de Amigos del País, justo a la espalda de donde La Guardia había puesto al respetable a bailar (los nostálgicos de los 80 pudieron echar más madera al fuego en el Centro Cultural Provincial, con Pablo Carbonell y Fernando López, entre otros). Los cantantes frustrados podían quitarse la espinita grabándose su maqueta en el estudio montado en Félix Sáenz, y la Orquesta Promúsica llenó la Sala María Cristina. Todo esto, en fin, y mucho más. Sólo es la Noche en Blanco, vale. Pero nos gusta.
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