NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Bienvenidos a 'Tenfe', el tren de los horrores
Karel Capek. El Olivo Azul. Córdoba, 2010. 336 páginas. 21, 95 euros.
Esta obra debe su extraño nombre, La krakatita, a la erupción del volcan Perbuatán, que en 1983 convirtió a la isla de Krakatoa en un archipiélago de rocas y prominencias, cuyo centro lo ocupaba un gigantesco cráter. Así, Krakatita significa aquí poder destructivo, violencia fenomenal, una visión anticipada del exterminio celeste. Y eso es, precisamente, lo que Karel Capek desarrolla en esta novela futurista, donde un modesto científico de Centroeuropa ha desarrollado un arma de fisión nuclear, en los años posteriores a la Grand Guerre, y cuando las potencias se preparan ya para un nuevo y devastador enfrentamiento.
La krakatita está escrita en 1924. Con lo cual, Capek no ignora los avances en física nuclear de las décadas precedentes, ni las extravagantes teorías sobre el tiempo, el espacio y la energía de Albert Einstein. Recordemos que Einstein, Nobel en 1915, había sido recibido en España como una celebridad mundial, y ello a pesar de lo abstruso y específico de sus conocimientos. Es decir, que el tema de los átomos, de la energía durmiente en la materia, era un tópico de la época, cuyos efectos sólo se verían, dos décadas más tarde, en las desdichadas ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Sea como fuere, La krakatita es una novela de ciencia-ficción, y como tal, sujeta a los temores y a la estética del momento. De ahí, por una parte, la profunda amargura con que se recuerdan los campos de batalla, las infinitas trincheras de la guerra del 14; y de otro lado, la maravillosa estética de farsa galante con que se ilumina toda esta obra, y cuya agitación de coches y princesas recuerda a la pintura suntuosa, metálica, irreprochable, de Tamara de Lempika, pero también al gran Enrique Jardiel Poncela de Espérame en Siberia, vida mía.
Quizá, el gravamen más evidente de la ciencia-ficción sea la rapidez con que envejecen los mundos desmesurados y agónicos que imaginaron sus autores. Sin embargo, el mundo de Capek, la Europa donde ocurre este vodevil, no es otra que aquella que surgió de las ruinas del Imperio austro-húngaro. Allí, las potencias en liza persiguen al inventor de la krakatita para asegurarse tanto la victoria como la minuciosa destrucción del enemigo. Lo único inventado, pues, es la posibilidad de este arma. El resto es una inteligente comedia con jardines palaciegos y amazonas voraces (los felices años 20 de las vanguardias), cuya resolución no coincide necesariamente con la Historia.
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