Wallander hacia la sombra
Henning Mankell. Barcelona, 2009. Tusquets. 453 páginas.
La última entrega del comisario Wallander pertenece, como es costumbre, al género de la intriga política. Si en El chino se trataba de la colonización oriental de Mozambique, en El hombre inquieto es un episodio de la Guerra Fría el que suscita el interés de este viejo sabueso, de gesto taciturno y melancólico. La desaparición de un oficial de la marina sueca, junto con la posterior ausencia de su mujer, dirigirán la investigación a unos hechos ocurridos en los primeros 80. Años en los que gobernaba el malogrado Olof Palme, y bajo cuyo mandato unos submarinos, probablemente rusos, se adentraron en aguas jurisdiccionales de Suecia, con la evidente intención de espiar unas instalaciones militares de singular importancia estratégica.
Ahora bien, ¿qué tiene de relevante este suceso, tratándose como se trataba de la época, tan vertiginosa como paranoide, de la Guerra Fría? Lo extraño es que, cuando la marina sueca tenía cercada la nave intrusa, desde algún ministerio se dio la orden de levantar el cerco, sin obligarlo a salir a flote ni preguntar su procedencia, su nacionalidad, ni la naturaleza de sus actividades. A partir de aquí, Wallander empezará su demorada investigación del asunto, lo cual le llevará al mundo de la ultraderecha sueca, a los militares en desacuerdo con el gobierno socialdemócrata de Palme, y en todo caso, al inframundo umbrío y calcinante del espionaje. Qué juego de intereses, qué minué político descubrirá el lector, es algo que tendrá ocasión de saber por si solo. Sin embargo, el reclamo de esta novela, su peculiar novedad, corresponde al ámbito literario.
Según deja traslucir en su final, esta es la última salida del comisario Wallander. Han sido muchas desventuras bajo el frío hiperbóreo; han sido muchas noches de soledad, de abatimiento, de inhumano silencio, junto a este funcionario atribulado y honesto. Wallander, así, se hunde en las sombras. Unas sombras que no son, como cabría suponer, las de una muerte fulminante y a desmano. Kurt Wallander se precipita, lentamente, en el terreno arenoso de la desmemoria. No conocemos una condena peor que la de olvidar, poco a poco, quienes hemos sido. Olvidar, como en una creciente bruma, el rostro amado, las manos amigas, la sonrisa de entonces. Y ello con el duplicado terror de saberse vacío, transparente, muerto en vida. ¿Tendrá Wallander una oportunidad, un último misterio en el que vindicar sus días? No parece probable. Neruda, quizá el más alto poeta del siglo XX, lo dijo meridianamente: "Y la palabra invierno, qué sonido de tambor lúgubre tiene". Incluso en los amigos de papel, como este Wallander de Mankell, el dolor humano es dolor, y la derrota, un trozo de alegría que ya no vuelve.
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