Cultura

Zemeckis: la realidad no basta

El más antiguo relato en la primitiva lengua inglesa -el poema épico de origen germánico escrito en el siglo VIII, que recoge antiguas leyendas sobre el héroe Beowulf y su lucha con las monstruosas criaturas que amenazan a los daneses, primero, y a su propio pueblo, después- ha sido llevado a imágenes a través de la más moderna técnica cinematográfica. La apuesta no carece de riesgos, pero tampoco de atractivos. Para quienes creemos que todos los relatos posibles nacen de unos cuantos relatos-madre que dan razón de la grandeza y la miseria de los seres humanos desde que éstos tienen conciencia de serlo, esta película es una buena noticia: la técnica se doblega ante los grandes relatos fundadores. No se humilla, los reverencia admitiendo que toda forma de representación y de narración -desde la literatura a la pintura, pasando por el teatro o el cine- existen para producir, a la vez, conocimiento y placer a través de las artes inmemoriales de contar historias o de representar mundos que, sean reales o imaginarios, son siempre existentes. Es lo que sucede con este antiguo poema épico que llega al cine, seguro, de la mano de J. R. Tolkien (dando un rodeo por la adaptación de Jackson, todo hay que decirlo) que fue un experto en el estudio de esta obra que le inspiró su trilogía de El Señor de los Anillos.

El urdidor de estas bodas entre lo más antiguo y lo más moderno es Robert Zemeckis, un realizador que ha forzado las puertas de la historia del cine que habitualmente le cierran los críticos. No tuvieron buenas críticas, con razón, las sólo correctas Contacto, Lo que la verdad esconde o Náufrago; pero tampoco las tuvieron la estupenda -y tan influyente en el cine fantástico- trilogía de Regreso al futuro ni la muy premiada pero poco apreciada críticamente Forrest Gump. Y tampoco fueron muy bien tratadas las técnicamente innovadoras, además de encantadoras, ¿Quién engañó a Roger Rabbit? y Polar Express. Esta última, que también es uno de los más hermosos cuentos de Navidad que el cine reciente ha contado, era la incursión pionera de Zemeckis en la técnica virtual que ahora, con Beowulf, da un paso gigantesco. En ambas películas el realizador forzaba los límites de la realidad mezclando animación y realidad con una perfección nunca antes alcanzada (además de ironizar en el argumento con la coexistencia entre dibujos y seres humanos); y en el caso de Polar Express lo hacía recreando digitalmente un mundo animado suspendido entre la estilización del dibujo y la apariencia de realidad.

A esa técnica, perfeccionada, regresa para crear esta película interpretada por actores reales -y grandísimos (Anthony Hopkins, John Malkovich) o muy populares (Angelina Jolie, Ray Winstone)- transfigurados a través de la digitalización en criaturas fantásticas, verdaderamente semihumanas, que conservan sus movimientos, expresiones faciales y voz pero que a la vez con creaciones artificiales insertas en un universo totalmente recreado por ordenador. Quienes defienden la altura estética de la animación siempre se han quejado de que esté relegada al universo infantil. Tienen razón, pero ignoran que la huella que la realidad (aunque sea reconstruida en decorados e interpretada por actores) imprime en el celuloide ha sido, desde sus inicios, la fuerza mayor del cine. El cine fantástico, a medio camino entre el de animación y el adulto, ha intentado siempre romper esta frontera mezclando -desde el pionero Willis O'Brian a la perfección digital de Parque Jurásico, pasando por el maestro Ray Harryhausen- seres reales con criaturas animadas fotograma a fotograma o creadas digitalmente. Zemeckis pretende ir más lejos al digitalizar los seres humanos e insertarlos en un mundo virtual (que además en algunas salas cobra aún más realidad al proyectarse con efecto tridimensional).

Su experimento logra un resultado más que aceptable en sus dimensiones espectaculares, aunque presenta carencias. Mucha épica y poca poesía, podría decirse, aunque la película no carezca de momentos de gran belleza plástica. Y la obra en que se inspira, como todos los relatos antiguos de lucha entre el bien y el mal, es una épica poética.

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