Cultura

Una actriz en escena

Teatro Echegaray. Fecha: 8 de noviembre. Compañía: Histrión Teatro. Texto: Jesús Carazo. Reparto: Gema Matarranz y Enrique Torres. Aforo: Unas 50 personas.

Uno sale del teatro después de ver la Juana, la Loca de Histrión con la sensación (al fin, después de a saber cuánto tiempo) de haber asistido a algo verdaderamente grande, importante. Algo que será recordado (o debería serlo, al cabo, qué época es ésta) dentro de muchos años. Lamentando haber creído que otras obras vistas en este plazo eran tan buenas, no porque no lo fueran, sino porque ahora resulta imposible establecer distancias. Pero sí, esta obra entraña una reconciliación plena con el teatro, con su posibilidad de contar cosas, de generar experiencias, de significar en el mundo, con un alcance al que rara vez el resto de las artes pueden aspirar. Y lo hace, esencialmente, en virtud del trabajo de una actriz.

Ya sabíamos que Gema Matarranz es una intérprete fabulosa. La habíamos visto en Los corderos, en Teatro para pájaros (qué bien dirige Daniel Veronese a esta mujer), en otras tantas obras. Pero lo que hace en este montaje es algo que uno casi ni puede llegar a sospechar. No sólo su recreación del personaje es admirable; no sólo su composición física es portentosa, solventada desde una fragilidad cristalina que se hace rabia con facilidad pasmosa; no sólo su dicción es perfecta hasta el punto de hacer regustar cada palabra en los oídos; no sólo su dominio de las emociones se resuelve en un alarde de equilibrio y de sabiduría; no sólo resulta creíble siempre, en cada compás (más aún: conquista, seduce, engendra); es que, en esta Juana, la Loca, Gema Matarranz es el teatro. Porque, por encima de puestas en escena, de las decisiones del mejor director del momento, de las condiciones particulares, de la poética y de la estética, quienes finalmente hacen (dicen) el teatro son los actores. Y aquí Matarranz borda una lección que todo el mundo debería ver. Ella revela del personaje mucho más de lo que expresa el texto; si se extrajera éste de la interpretación, no resultaría un escrito precisamente brillante (quizá, incluso, peque de previsible e historicista, de contentarse con los límites evidentes); pero la Juana que uno termina comprendiendo, amando, es la que la actriz alumbra. Qué suerte poder contarlo ahora.

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