Para una arqueología emocional

'Misántropo', el montaje de Miguel del Arco.
'Misántropo', el montaje de Miguel del Arco.
Pablo Bujalance

18 de enero 2015 - 05:00

Festival de Teatro. Teatro Cervantes. Fecha: 17 de enero. Versión y dirección: Miguel del Arco, a partir del original de Molière. Reparto: Israel Elejalde, Raúl Prieto, Cristóbal Suárez, Bárbara Lennie, José Luis Martínez, Miriam Montilla y Manuela Paso. Producción: Kamikaze. Música: Arnau Vilà. Aforo: Unas 400 personas.

Es curioso, pero al asistir a la representación del Misántropo de Miguel del Arco tiene uno la impresión de asistir a cierta exposición de arqueología emocional. Conviene dejar claro, de entrada, que los presupuestos de Molière sobre la falsedad y la traición como mecanismos para el ascenso social se mantienen intactos en el presente (he aquí, al cabo, la virtud del clásico); y que el mayor acierto de Del Arco consiste en haberlos rescatado para servir un diagnóstico del presente sin hacer un teatro moral, sino político (al fin, por cierto, un teatro político sin políticos). De modo que el quid del que se ocupa el montaje no revista dudas ni peros. Mi sospecha respecto a la arqueología tiene que ver con la calidad trágica del protagonista. Como bien señala Miguel Del Arco, Molière escribe en El misántropo una comedia con un protagonista trágico (con lo que, de paso, y por cierto, el gran demiurgo de la escena francesa incurre en notable contradicción respecto a sus escrupulosos postulados preilustrados; pero ése es otro cuento). En realidad, habría que hacer una lectura trágica aquí con bastantes reservas: la desdicha de Alcestes no obedece al destino ni a la fatalidad, sino a decisiones, propias y ajenas (o, más bien, al modo en que esas decisiones pretenden hacerse pasas por otras), que bien pudieron ser distintas. Pero sí, el espectador asiste, y también en este Misántropo contemporáneo, a la destrucción (aquí tal vez sí, moral) de quien había disfrazado de rigor su ingenua esperanza en la integridad del ser humano. Y no deja de sonarme semejante desgracia, asumido ya el relativismo más elemental que alumbró la postmodernidad, como una cuestión de otro tiempo. Un ansia de integridad que hoy se mira con encogimiento de hombros. A nadie le duele, como le dolía a Molière y a Sartre, que el hombre sea un lobo para el hombre. Todo consiste, parece, en ocultar las mordeduras.

No sé si será por esto, pero lo cierto es que este Misántropo funciona mucho mejor cuanto más se reconoce en la comedia. El juego coral de golpes bajos, chismorreos e insidias se parece mucho más al teatro que el recurrente clamor de Alcestes, muy a pesar de la excelente interpretación de Israel Elejalde. El montaje se resuelve más efectivo, preciso y puñetero cuanto más ligero acontece, mientras que en los golpes de pecho, subrayados por recursos expresionistas en la escenografía que más que significar llegan a incordiar, la gravedad termina restando eficacia a la intención. Intuyo que una comedia bárbara no habría dejado títere con cabeza, pero la transigencia con el gran teatro echa a perder el envite. Ah, maldito tormento.

stats