Una aventura en la Andalucía del XIX

Un libro publicado por el Centro de Estudios Andaluces analiza el origen del turismo en la comunidad autónoma

Una aventura en la Andalucía del XIX
Una aventura en la Andalucía del XIX
Ángela Alba / Córdoba

21 de marzo 2011 - 05:00

Una tierra de gentes diferentes, de fiestas enraizadas en el pueblo, de exotismo, que conservaba vestigios del orientalismo de Al-Ándalus y en la que viajar se convertía en toda una aventura. Así veían los viajeros europeos del siglo XIX a Andalucía, un territorio que había quedado alejado de la Revolución Industrial y en el que las comunicaciones aún no se habían desarrollado, y así lo describe el libro Viaje a un Oriente europeo, publicado por el Centro de Estudios Andaluces.

El profesor de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla (US) Luis Méndez Rodríguez, la profesora de Escenografía e e investigadora de la historia de la danza Rocío Plaza Orellana y el historiador Antonio Zoido han analizado en este libro cómo, dónde y por qué nació lo que después llegaría a ser la industria turística de Andalucía.

Hasta la aparición de los primeros tramos de ferrocarril, las mulas eran las mejores compañeras de viaje de los visitantes que llegaban al sur de España, a los que llevaban por caminos polvorientos o enfangados. Era un viaje en caravana, complicado y poco agradable, lleno de bandidos y bandoleros, que sin embargo destilaba cierto aire de romanticismo.

La llamada estación de Córdoba, ubicada en la sevillana plaza de Armas, que comunicaba las líneas de la capital hispalense con la ciudad de la Mezquita, fue la primera en inaugurarse, en 1855, aunque hasta 1859 no se abrió la línea férrea que unía las dos provincias. El crítico de arte y redactor jefe del London Society, Henry Blackburn; el director del Museo de Geología de Londres, Thomas Sopwith; el escritor francés Théophile Gautier, el arqueólogo y político Alexandre Laborde, el autor danés Hans Christian Andersen, el escritor Edmundo de Amicis, el novelista y cuentista británico William Jacobs y el artista Gustave Doré fueron algunos de los viajeros europeos que llegaron hasta esta tierra y cuyos testimonios recoge Viaje a un Oriente europeo.

"El reloj dio las nueve de la noche antes de que llegásemos a Córdoba, ciudad natal de Séneca. Todos los pasajeros que deseaban ir al centro, sin excepción alguna, fueron encajados en el único ómnibus que esperaba delante de la estación; solamente Dios y el cochero saben cómo consiguieron meternos a todos...", describió Andersen sobre su llegada a la ciudad de la Mezquita.

Reflexiones personales, impresiones y anécdotas poblaron las narraciones escritas y orales de quienes recorrieron las provincias andaluzas a la búsqueda de una aventura, de experiencias difíciles de vivir en otros países del continente. "Venían con ganas de encontrar un Oriente que era muy cercano, algo que no existía en el resto del continente, y lo mismo en el aspecto material como en el inmaterial", explica Antonio Zoido. Porque estos visitantes "estaban convencidos de que en Andalucía no sólo había monumentos como la Alhambra o la Mezquita de Córdoba sino que, de alguna manera, los andaluces formaban parte también de ese Oriente".

El turismo nació de la gente sencilla, que alojaba a estos aventureros en sus casas, se prestaba para acompañarlos y les contaba sus leyendas. Prácticamente todos los viajeros de esa época, "empezando por Washington Irving, cuentan siempre que las historias que ellos van a contar se las ha contado gente del pueblo, nunca grandes personalidades". El historiador apunta que "no es algo que nace como en Túnez o Cancún, donde las empresas hoteleras descubren un lugar bonito y se llevan para allá el turismo", sino que en Andalucía se disponían habitaciones y se hicieron fondas y casas de comidas como consecuencia de estos viajes.

Una parte de Viaje a un Oriente europeo está dedicada a las fiestas populares porque es uno de los factores con los que Andalucía consigue transformar el negocio del turismo. El sentido de la fiesta como negocio está en esta tierra "desde muy antiguo" pero "empieza a cristalizar a mediados del siglo XIX". El flamenco entendido como espectáculo, las ferias no concebidas como mercados, sino como algo con mucha personalidad que atrae a visitantes, las Cruces de mayo o las romerías comienzan en esta época a organizarse como negocio que atraía a los europeos. Los pintores extranjeros y nacionales, como es el caso de Julio Romero de Torres, retrataron escenas flamencas, romerías o corridas de toros que hoy día dan testimonio de la importancia de estos espectáculos.

Por eso, por la importancia de la fiesta, las únicas personas que podían cambiar de estrato social eran los toreros y las tonadilleras que llegaban a ser célebres. Zoido apunta que los diestros, si triunfaban, aunque tuvieran unos orígenes humildes, podían convertirse en grandes señores. Al igual que las tonadilleras, como ocurrió con María del Rosario Fernández La Tirana, una chica a la que rechazaron como actriz, "se quedó como tonadillera y, paradójicamente, acaba siendo pintada por Goya".

El libro relata la evolución de la sociedad, que "fue lenta porque por Andalucía no pasa la Revolución Industrial", por lo que "son fenómenos como el turismo los que vienen a paliar esas deficiencias que se tenían". El punto cumbre de este desarrollo se observa en la organización y celebración de la Exposición Iberoamericana de 1929 en Sevilla.

La sociedad andaluza del momento era mayoritariamente rural, "no percibía que su vida no se parecía en nada a la mayor parte del resto de Europa, por lo menos a la más evolucionada", como Alemania, Inglaterra, Francia o el norte de Italia, donde se empezaron a construir fábricas, nacían las grandes concentraciones de población y surgió lo que sería el proletariado industrial. "Todo eso no pasaba aquí. Aquí vivíamos todavía en una sociedad absolutamente distinta, muy inmóvil", concluye Zoido.

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