edmon colomer. director de orquesta

"Fui incapaz de romper las barreras de ciertos sectores de la sociedad malagueña"

  • El que fuera titular de la Orquesta Filarmónica de Málaga regresa hoy al Cervantes para dirigir a la agrupación como invitado En esta entrevista hace balance de su labor, sin esquivar polémicas

Un año después de su salida como director titular de la Orquesta Filarmónica de Málaga, no exenta de polémica, Edmon Colomer (Barcelona, 1951) vuelve como invitado y subirá a la tarima del Teatro Cervantes hoy mañana al calor de la Segunda Sinfonía de Mahler, en el último programa de la temporada de abono de la OFM.

-¿Ha encontrado la orquesta bien templada en los ensayos? Según la crítica, Mahler se le da bastante bien.

-La naturaleza de la orquesta no ha cambiado en este tiempo. En parte, la agrupación está formada por músicos sólidos, que son a la vez buenos instrumentistas y buenos artistas, por lo que son capaces de afrontar cualquier obra. Y en esto, Mahler no es una excepción. He encontrado una orquesta capaz, que demuestra su determinación para afrontar los retos que se derivan de una partitura como la Segunda Sinfonía de Mahler.

-¿Y la actitud?

-La actitud ha sido natural, muy respetuosa. Hemos trabajado muy bien, y creo que este sentimiento ha sido recíproco. Mi relación con la orquesta como colectivo a través de la música siempre fue buena, al margen de algunos problemas.

-Problemas que, por cierto, fueron muy sonados.

-Esos problemas forman parte de una dinámica laboral y humana que sucedió durante mi etapa como titular. De ahí se derivaron circunstancias que, por lo general, son muy difíciles de resolver. Pero, insisto, el ambiente en los ensayos ha sido de respeto mutuo.

-En este año, Málaga ha perdido su consorcio para el Auditorio, su Festival de Música Antigua y su Ciclo de Música Contemporánea. ¿Está sometida la orquesta una tendencia irremediable?

-Lo que ocurre en Málaga responde a una tendencia que se da en toda España. Aquí ha habido un recorte abultado de recursos y ciertos problemas que se han empleado como excusas para eliminar actividades. Todo esto ha contribuido a la desaparición de propuestas que resultan imprescindibles para una sociedad que quiera definirse como culta. Málaga había empezado a trazar un camino, pero este camino ha quedado truncado. La música antigua es habitual en festivales y certámenes del mundo Occidental desde hace al menos cincuenta años, y Málaga no era una excepción. Eliminar esto es un crimen. Lo mismo se puede decir de la música contemporánea: hay compositores vivos de una influencia decisiva cuya obra debe ser divulgada entre la sociedad. Es cierto que esto tiene sus costes, porque es muy difícil congregar un público numeroso y fiel ante la novedad. Pero todo depende de cómo se venda esa novedad, y al menos en Málaga la novedad existía mediante su ciclo de música contemporánea. Que haya desaparecido es otro crimen. Por lo menos, quedan otros ciclos.

-Sí, pero hay ciertos públicos que se dan por perdidos. Las orquestas centran su repertorio en la música clásica y romántica. Sin ciclos especializados, lo de antes y lo de después no existe.

-Sí, y si se introducen otras músicas en el repertorio de la orquesta sinfónica hay que vérselas con algunos aficionados.

-Precisamente, ¿hasta qué punto considera la pérdida de abonados que sufrió la OFM bajo su dirección una consecuencia de la dedicación de un programa a la Escuela de Viena?

-Aquel programa trajo cola, desde luego. Tengo tendencia a la autocrítica y soy bastante estricto conmigo mismo. Nunca me justifico. Las personas responsables de una programación tenemos que asumir las consecuencias de nuestras decisiones. Dicho esto, que mi programación influyera en la caída de abonados, no lo niego; pero que ésta fuese la única causa o la más importante, eso sí que lo niego, rotundamente. La programación fue una razón, pero hubo otra más determinante: el temor que se vivía ante la crisis. Ese temor ya está asumido, y la gente empieza a tomar sus posiciones, pero durante mi etapa en la orquesta todo estaba muy caliente. Y tampoco desde la política de abonos se hizo nada especial para ayudar. Yo luché mucho por que cambiaran las cosas en este sentido, y no conseguí nada. Ahora veo que ha cambiado algo, y me alegro mucho. Pero las acciones que hubieran ayudado a mantener el público e incluso incrementarlo en época de crisis no se pusieron en marcha.

-¿Cuánto pesa el público a la hora de diseñar programas?

-En el caso específico de Málaga, y de la actitud que mantuve ante el reto que asumí, tengo que decir que allí donde hay una tradición sinfónica, como Alemania o Austria, las orquestas desarrollan hoy día las más diversas actividades para atraer al público joven. Me refiero a actividades didácticas, y a presentaciones de las temporadas luminosas, que rayan incluso la frivolidad. Nosotros no tenemos esta tradición, pero sí una disposición anímica, al menos la necesidad que tiene todo ser humano de convivir con el arte. Así que sólo hace falta que las personas responsables empujemos para que este potencial crezca. Lo que yo quería hacer en Málaga, como en todas las ciudades en las que he trabajado, era poner en marcha una actividad pedagógica fuerte a favor de la orquesta. Pero no fue posible. Y ésta fue una de mis grandes decepciones. Mi intención era llevar la música a la universidad, a las escuelas. La actividad testimonial de traer estudiantes a los ensayos está muy bien, pero yo quería hacer más. Y no pudo ser.

-¿Habría sido más fácil lograrlo con el Auditorio?

-El Auditorio sería fundamental, pero no es una condición imprescindible para hacer cosas.

-¿Entonces, la cuestión fue el lastre institucional?

-Hay una respuesta a eso que planteas, una respuesta con nombres y apellidos. Pero, a toro pasado, te diré ante todo que reconozco que habría sido posible hacer cosas y que yo no fui capaz de romper las barreras, que estaban sobre todo en las mentalidades de ciertos sectores de la sociedad malagueña. Todos los directores de orquesta nos enfrentamos a dos problemas: el primero es el de la credibilidad como responsables de toda una actividad sinfónica, no sólo en cuanto a la música, también con respecto a la organización de las condiciones para la interpretación de esa música; y el segundo es el del poder, que procede de una entidad política y administrativa que a su vez te lo confiere, y que te permite llegar todo lo lejos que quieras. Éste no fue mi caso. Yo sé distinguir entre poder y autoridad, pero el primero nunca se me concedió.

-Lo curioso es que, habiendo sido usted director de la Joven Orquesta Nacional de España, se entendía que las instituciones querían reforzar con su nombramiento las actividades didácticas.

-Sí, la diferencia es que durante mi etapa en la JONDE tuve la confianza absoluta al doscientos por cien de las instituciones. Es decir, incluso en mis iniciativas de tipo artístico que normalmente sobrepasan las posibilidades de control de una estructura administrativa conté con la absoluta confianza de los poderes públicos. Aquí en Málaga tuve una relación magnífica con todo el mundo que representaba a la estructura política y administrativa, pero no nos entendimos de la misma manera. Quizá yo exigía demasiado.

-¿Demasiado?

-Yo he hecho mi carrera sin sábados ni domingos. Porque un proyecto social y cultural como una orquesta sinfónica no se lleva adelante con sábados y domingos, ni con vacaciones. Claro, en el papel luego todos somos humanos y necesitamos momentos de descanso, pero la idea central debe ser la de trabajar a destajo.

-¿A qué se ha dedicado este año?

-Ahora vivo una felicidad absoluta. He desconectado de todas las responsabilidades de tipo institucional y sólo he recibido los beneficios del arte. He dirigido como invitado en México, en Malasia, en Alemania, en Francia... Ahora voy a Brasil, y además estoy metido en los ensayos de una de ópera en el Liceo de Barcelona.

-¿Conoce a su sucesor, Manuel Hernández Silva?

-Sí, bueno, le conozco de oídas. Pero nunca le he visto dirigir.

-Él también trae intenciones pedagógicas para la orquesta.

-¿Sí? Espero que le salga bien.

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