La Baviera Romántica XVII: Rothemburg

Rothenburg ob der Tauber es una de esas ciudades que cautivan, un encanto eterno entre murallas medievales

La Baviera Romántica XVI: Nuremberg

Plönlein de Rothemburg. / M. H.

Las ciudades de la Edad Media ejercen una poderosa fascinación tanto en el imaginario colectivo como en muchas expresiones culturales modernas. Este misterio y curiosidad provienen de una combinación de elementos históricos, arquitectónicos, simbólicos y emocionales que han sido recuperados y transformados por la literatura, el cine y determinados movimientos artísticos como el Romanticismo del siglo XIX. Esa fascinación que sedujo a Luis II de Baviera ha permanecido en nuestra cultura europea plasmándose en la literatura y el cine. ¿Quién no se ha sentido atraído por los misterios del medievo? ¿Quién no ha sentido curiosidad ante el contraste de la sociedad medieval? Ante ciudades en las que se contraponen la luz de lo sagrado con la sombra de lo prohibido, el orden urbano con el caos humano, lo histórico con lo imaginario, ¿hay alguien que no se ha emocionado? Todos hemos disfrutado desde niños con Ivanhoe o con El nombre de la rosa. Y no digamos viendo películas de ficción como El señor de los anillos o la distópica Blade Runner. La Edad Media sigue subyugando al mundo.

Rothenburg ob der Tauber es una de esas ciudades que cautivan. Un encanto eterno entre murallas medievales. En el estado federado de Baviera, al sur de Alemania, se alza la ciudad más evocadora y mejor conservada de la Europa medieval. Este pintoresco enclave, cuyo nombre significa "Castillo rojo sobre el río Tauber", parece un grabado de la Edad Media que el tiempo ha obviado. Sus empedradas callejuelas, casas con entramado de madera, torres centinelas y murallas que aún rodean el casco antiguo, le confieren una atmósfera mágica, casi irreal. Ir a Rothenburg es ir al corazón de la historia medieval europea.

Fue fundada oficialmente en 1274, aunque ya existía un asentamiento anterior desde el siglo X. Su crecimiento se vio impulsado por su ubicación estratégica en la ruta comercial entre Würzburg y Augsburgo. Durante los siglos XIII al XVI, la ciudad vivió su época dorada. Fue, como otras muchas bávaras, una ciudad libre imperial del Sacro Imperio Romano Germánico, lo que significaba que dependía directamente del emperador y no de un señor feudal. Este estatus le otorgó riqueza y autonomía. Sin embargo, la prosperidad de Rothenburg declinó tras la Guerra de los Treinta Años (1618–1648), un conflicto devastador que marcó profundamente a la ciudad. Durante esta guerra se produjo uno de los episodios más célebres de la historia local: el “Milagro de la jarra de cerveza” (“Meistertrunk”). Según la leyenda, en 1631, el general católico Tilly asedió Rothenburg y amenazó con arrasarla. Para salvar la ciudad, el entonces alcalde Georg Nusch aceptó el desafío del general: beber de un solo trago más de tres litros de cerveza. Sorprendentemente, lo logró, y Tilly, impresionado, perdonó a la ciudad. Esta hazaña se recrea cada año durante el festival del "Der Meistertrunk". También podemos ver una representación del “Trago maestro” con los autómatas del reloj situado en el gablete tardo-gótico de la Casa de los Concejales (Ratsherrntrinkstube). Todo un espectáculo.

La ciudad cayó en una especie de letargo económico que, paradójicamente, fue lo que permitió la conservación de su trazado medieval casi intacto, pues no hubo recursos para demoler o modernizar su estructura. El romántico encanto de su medieval fisonomía ha dado lugar a que la ciudad esté envuelta en numerosas leyendas. Una de las más inquietantes es la del "Caballero sin cabeza" que supuestamente vaga por las murallas durante las noches brumosas, buscando justicia tras una traición en tiempos medievales.

También se habla de una joven doncella que aún aparece en una de las torres, llorando la pérdida de su amado durante las cruzadas, o del “Cazador de ratas” que no es sino una versión más del flautista de Hamelin. Estas historias son parte del folklore que alimenta el aura mágica y enigmática de Rothenburg.

La ciudad es una joya arquitectónica, con numerosos puntos de interés que capturan el espíritu del Medievo, tales como las Murallas medievales, que rodean la ciudad, sobre las que todavía se puede caminar por grandes tramos. El Plönlein, que es uno de los lugares más fotografiados de Alemania. Esta curiosa intersección con casas en ángulo, una fuente y dos calles que se bifurcan, parece sacada de un cuento. La Marktplatz (Plaza del mercado) constituye el corazón de la ciudad. Está rodeada por edificios históricos como el Ayuntamiento (Rathaus), que mezcla arquitectura gótica y renacentista. Desde su torre se disfruta una de las mejores vistas de la ciudad. La Iglesia de San Jacobo (St. Jakobskirche) es un imponente templo gótico que alberga el famoso altar de la Santa Sangre, tallado por Riemenschneider, uno de los grandes escultores del gótico tardío alemán. El Museo Criminal Medieval (Mittelalterliches Kriminalmuseum) es verdaderamente fascinante. Muestra una asombrosa y a la vez sobrecogedora colección de instrumentos de tortura, leyes antiguas, castigos y objetos judiciales del Medievo, que hacen volar la imaginación hacia ese mundo que subyugó a los románticos. Quizá por esto es por lo que se considera a Rothemburg la joya de la Ruta Romántica. También es muy interesante visitar la Käthe Wohlfahrt y el Museo de la Navidad. La tienda de Käthe Wohlfahrt es una inmensa tienda de objetos navideños que contiene un divertido e interesante museo. La parte comercial es una atracción en sí misma y está abierta todo el año, y el museo anexo explica la historia de las tradiciones navideñas alemanas.

En Rothemburg tienes la sensación de que has dado un salto hacia atrás en el tiempo y, de pronto, te encuentras en plena Baja Edad Media. La imaginación comienza a alterar los sentidos y te parece que el aire huele a humo, a tierra y a humanidad; los oídos perciben toques de campanas, cascos de caballerías y voces de gentío; los colores son apagados pero reales, sin artificio. La mente cree estar ante una realidad donde no existen las certezas actuales, solo jerarquías rígidas, creencias profundas y una vida frágil, expuesta al clima, a las enfermedades, a la fe y al poder arbitrario. Sientes miedo y asombro, a la vez que una enorme atracción por la arcana belleza de una arquitectura basada en lo simbólico.

La calle Herrengasse (Calle de los Patricios), es la más bella y rica de la ciudad. Se abre entre palacetes de diferentes épocas, entre los siglos XIV y XVI, y en su centro se encuentra la fuente Herrnbrunnen (Fuente de los Patricios). En uno de los palacios, el Staudtsches Haus, se alojaron los emperadores Carlos V, Fernando I y la reina Leonor de Suecia. Pero la fascinación alcanza altas cotas de asombro haciendo el recorrido por las murallas, por sus puertas y torres. La Puerta de Röder es de 1615. Su arco de piedra, flanqueado por torres, parece una cicatriz antigua en su rostro. La muralla es el cinturón de piedra que envuelve a Rothenburg con el orgullo de quien aún cree en lo que protege. Una estrecha escalera de madera nos sube a ella y comenzamos a caminar sobre sus siglos. Desde lo alto se ven las torres y tejados como cuadriculas de un viejo tablero de ajedrez. Cada bastión es una página. Nos detuvimos en uno, al sur de la ciudad, donde el muro se engrosa y la vista cae sobre el valle del Tauber. Allí, el silencio se palpaba. La belleza de esas vistas no se puede describir, solo se puede vivir. La Puerta Spital (del Hospital), fue un hallazgo ya al atardecer. Su doble puerta y puente levadizo me recordaron que esta ciudad no siempre fue para los turistas. Fue escudo y refugio. Bajo su arco, imaginé a los campesinos llegando con sus animales, buscando cobijo cuando los ejércitos amenazaban como las tormentas. Y, sin embargo, Rothenburg, irradia paz y tranquilidad. Cuando el sol comenzó a esconderse en el horizonte, la piedra se tiñó de ámbar. Las puertas con sus torres ya no parecían defensas, sino brazos abiertos. Nos sentamos en una “bocksbeutel” (cervecería), junto a la muralla, y pensé que Rothenburg era una pintura viva de Giotto. Cenamos unas wurst con chucrut (salchichas con mostaza y col fermentada), acompañadas de un excelente vino de la región, servido en unas botellas típicas llamadas “bocksbeutel” (“bolsa de dinero” según la traducción de Google). Y allí, charlando animadamente, comentamos admirados que la muralla había sido reconstruida, tras la guerra, con donaciones de personas y entidades procedentes de todo el mundo, y cada cuál tenía una placa con su nombre en el trozo que había costeado.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último