El cabaret de la disciplina
Andar | Crítica
Con la nueva traducción de Virgina Maza, Contraseña recupera ‘Andar’, novela breve que Thomas Bernhard publicó originalmente en 1971 y que sintetiza de manera proverbial las claves esenciales del autor
En el filo de la risa
La Ficha
Andar. Thomas Bernhard. Traducción de Virginia Maza. Ilustración de David Adiego. Editorial Contraseña. Zaragoza, 2025. 120 páginas. 16 euros.
Escribió Félix de Azúa en 1978, en el que seguramente fue el primer artículo dedicado a Thomas Bernhard publicado en España (aparecido en Triunfo): “Este interminable discurso sobre la tiniebla, el horror, la brutalidad y el crimen de una sociedad enferma, mentalmente inválida, atormentada por una metafísica de la expiación, derruida por un odio esencial a lo orgánico, depravada sexual y sentimentalmente, no sería más que una cosquilla masoquista para quien vivió durante cuarenta años la caricatura del Führer, pero Bernhard no es en absoluto masoquista, es músico”. De Azúa reparaba en la calidad musical de Bernhard al hilo de Trastorno, que acababa de publicarse en España con la traducción de Miguel Sáenz; no en vano, tanto la estructura narrativa como las ideas desarrolladas en la novela (que Bernhard, formado como músico en Salzburgo, escribió en 1967) se daban con una precisión pautada, como notas fijadas en una partitura para su interpretación exacta. Lo cierto es que el autor austríaco llevó esta estética a un nivel aún superior en Andar, novela corta escrita en 1971 y publicada en España por primera vez en 1987, dentro de un volumen titulado Relatos (que incluía otras tres novelas breves) a cargo del sello Alianza Tres con la traducción de Sáenz. El texto ha ocupado desde entonces injustamente una posición marginal dentro del corpus bernhardiano publicado en España, hasta ahora: la editorial Contraseña acaba de rescatar Andar para publicarlo por primera vez en lengua española de manera independiente y con una nueva traducción a cargo de Virginia Maza. Y el que merece figurar como uno de los lanzamientos editoriales del año permite responder a la cuestión sobre la posibilidad de leer a Thomas Bernhard en el siglo XXI. La respuesta, por supuesto, es que sí, pero seguramente no como esperábamos.
Además de la música, otra conexión evidente entre Andar y Trastorno es la locura. Pero convendría considerar ambas materias como parte de la misma: con mucha más vehemencia aún que en Trastorno, las repeticiones, variaciones y da capos del texto, concebido como flujo de pensamiento, remiten a una conciencia desterrada a las afueras del pacto común de la realidad. En Andar hay dos personajes presentes, el narrador y Oehler; y un tercer personaje, Karrer, ausente tras su ingreso en un manicomio pero determinante en la historia. El narrador salía a andar los miércoles con Oehler y los lunes con Karrer. Tras la reclusión del segundo, Oehler y el narrador deciden salir a andar juntos los lunes y los miércoles. Pero Oehler y Karrer también salían a andar por su cuenta: “En tanto que los miércoles andamos siempre en una dirección (la del este), andamos los lunes en la del oeste, y es llamativo que los lunes andamos mucho más deprisa que los miércoles, probablemente, pienso yo, Oehler andaba mucho más deprisa con Karrer que conmigo, viendo que los miércoles anda mucho más despacio y los lunes, mucho más deprisa”. Con estos mimbres, la novela se desarrolla en una coreografía bien delimitada, en una disciplina ferviente que traslada la precisión de cada nota al cuerpo y la cabeza de los personajes. Hay aquí mucho de la obsesión por el control narrativo de Beckett, claro, pero también del instinto espacial de Bernhard, quien, como Beckett, supo encauzar ese control hacia la escritura dramática. Si algo revela la traducción de Virginia Maza es que estas pautas no constituyen un adorno, digamos, de la desolación pesimista desde la que escribe Bernhard, sino su expresión más fidedigna: ahora sí podemos leer a Bernhard con el convencimiento de que el qué está en el cómo.
El lector encontrará en Andar las claves esenciales de Bernhard como en una síntesis proverbial: el antinacionalismo, el asco, el colapso de nuestra especie, la muerte como continuum en la existencia, el suicidio y la locura entran de lleno en este flujo que identifica andar con pensar, muy a pesar del consiguiente conflicto rítmico (“La diferencia entre andar y pensar consiste en que pensar no tiene que ver con la velocidad, mientras que andar en efecto siempre tiene que ver con la velocidad”). El humor del autor resuena intacto, como en el chiste de los pantalones que certifica la locura de Karrer. Es posible, quién lo diría, que la postmodernidad, especialmente en su acepción transhumanista, le haya sentado bien a Bernhard: toda esta rabia esgrimida contra el mundo y sus costumbres en la voz de una humanidad en las últimas se nos devuelve ahora con escalofriante familiaridad. Creíamos bailar cuando solo andábamos de manera ordenada. Este cabaret de locos pedía fuego, pero ya era su propia ceniza.
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