La casa vacía
MIA MADRE
Drama, Ita-Fra, 2015, 102 min. Dirección: Nanni Moretti. Guión: Nanni Moretti, Francesco Piccolo, Valia Santella. Fotografía: Arnaldo Catinari. Intérpretes: Margherita Buy, John Turturro, Giulia Lazzarini, Nanni Moretti, Beatrice Mancini, Stefano Abbati, Enrico Ianniello, Anna Bellato, Tony Laudadio. Cines: Albéniz.
He hecho bien en volver a ver Mia madre para escribir esta crítica. Cuando lo hice por primera vez, tuve la certeza, ahora de nuevo confrontada, de estar ante un moretti menor o incluso ante el peor moretti. No fui capaz entonces, hace unos meses, de distinguir bien los niveles narrativos, la compleja estructura del filme, los ecos y guiños internos, más allá de esa evidente y estridente integración de la comedia más bufa (todo el tramo dedicado al rodaje y protagonizado por el personaje de Turturro) y el drama íntimo y doloroso de una mujer (Margherita Buy haciendo del propio Moretti en una interesante transferencia) que ve cómo su madre se muere y cómo esto desata y desencadena sucesivas crisis en su vida.
No, no lo vi bien. Tal vez porque, además, Moretti rueda aquí con una aparente desgana o en modo plano (al más puro estilo Rai Cinema), sin preocuparse por las formas o lo fotográfico. Aunque también deberíamos habernos dado cuenta de su propósito: hay diálogos de palabras importantes que nos hablan precisamente de ese abandono de la búsqueda de lo bello (pienso ahora en Rossellini y sus imágenes justas), también, cómo no, de esa idea del compromiso social y político del cineasta que siempre ha atravesado el cine de Moretti, como renuncias necesarias para no seguir repitiendo una misma retórica y, por tanto, para no seguir esperando un mismo discurso o juicio crítico.
Como apuntaba Alfonso Crespo en su crítica del SEFF, Mia madre es, esencialmente, un filme sobre el duelo (un duelo sostenido, alterado temporalmente, dilatado) y sobre la herencia, sobre el legado (de padres a hijos, de hijos a nietos, de abuelos a nietos), una vez que la (idea de la) muerte se instala como certeza, como hecho ineludible que hay que gestionar directa o indirectamente.
Eso es lo que hacen o intentan hacer, cada uno a su manera, los dos hermanos (Buy y Moretti, quien aquí, por el contrario, no hace tanto del viejo Moretti como de su propia conciencia expiatoria), gestionar la enfermedad y los últimos momentos de la madre acosados por la memoria común, los recuerdos íntimos, los sueños y pesadillas anticipatorias, la parálisis, la crisis profesional, sentimental y familiar.
Ahora vemos e incluso participamos mejor emocionalmente de este puzle que Moretti ha logrado encajar sin cambios de tono ni de estilo, integrando literalmente lo vivido y lo sentido, la experiencia y las proyecciones, en un entramado en el que incluso entendemos mejor, tal vez como respiraderos necesarios, las bufonadas italianizantes de Turturro, las sobadas músicas elegíacas de Part, esas canciones pop tan morettianas que anudan los afectos autobiográficos para transferirlos a la superficie de su ficción autoconsciente y reflexiva, a la puesta en abismo de la vida como una representación en la que es prácticamente imposible no reconocerse.
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