Crítica de Teatro

La ceremonia de la verdad

el jurado

Teatro Cervantes. Fecha: 3 de junio. Producción: Avanti Teatro. Dirección: Andrés Lima. Texto: Luis Felipe Blasco Vilches. Reparto: Josean Bengoetxea, Víctor Clavijo, Cuca Escribano, Pepón Nieto, Isabel Ordaz, Canco Rodríguez, Luz Valdenebro, Eduardo Velasco y Usun Yoon. Aforo: Unas 600 personas.

El jurado es una de esas (raras) obras en las que todo está bien hecho. El texto de Luis Felipe Blasco Vilches toma lo justo de Doce hombres sin piedad de Reginald Rose para servir en bandeja una arquitectura dramática peliaguda, torcida en caracteres contrapuestos (pero no siempre complementarios) y resuelta con limpieza y eficacia, sin trucos ni atajos, con mucha agilidad y oficio a la hora de ofrecer hondura desde leves matices. El autor transita unos senderos ciertamente peligrosos sin ceder una sola vez a la impostura, lo que revela un rigor y una honestidad que el teatro español estaba pidiendo a gritos. La obra es además valiente en cuanto toma partido, pero lo hace con una lectura de la historia (historia presente, o historia a secas) pesimista hasta la desolación, y seguramente aquí reside su mayor valentía. Contiene ya el texto además la verdadera materia central de la puesta en escena: los trasvases permanentes entre el colectivo (un jurado popular que debe emitir su dictamen respecto a un político acusado de haber cometido cohecho propio) y las individualidades (las condiciones personales de cada uno de los miembros). El jurado es un dragón con nueve cabezas que exige ser tenido en cuenta de una manera y de otra, y para ello ha armado Andrés Lima una coreografía igual de limpia y muy potente, afinada y precisa, tan pródiga en significados y alcances como las de los mejores trabajos de su carrera (un servidor no había visto a un Andrés Lima tan magistral, creo, desde Urtain). La plataforma giratoria hace respecto al público las veces de cámara en un montaje que no reniega de sus ancestros cinematográficos y televisivos (quien vaya a ver El jurado buscando un Estudio 1 también saldrá satisfecho) sin renegar un ápice de su naturaleza teatral. Merece la pena subrayar el modo en que la dirección escénica se alía con la música de Jesús Durán para armar las distintas escenas, como si los propios ambientes jazzísticos compusieran tonos y posiciones. Los equilibrios entre placidez y tensión se muestran igualmente bien calibrados. Confieso que eché de menos tabaco y humo, a la antigua, en esta ceremonia de la verdad. Pero éstos, ay, son otros tiempos, y El jurado se lanza como un dardo a la actualidad hasta las heces.

En cuanto al reparto, no recuerdo haber visto otra obra en la que Pepón Nieto haya dejado tan a la claras su enorme categoría de actor. El marbellí gusta y se gusta, le pone a su personaje y a la escena toda la carne hasta el tuétano, se desliza con asombroso virtuosismo por registros tan opuestos como difíciles y se reivindica de lleno en la división de los grandes, en voz alta y en el susurro, en la discreción moral y en la épica descomunal, siempre emocionante y cautivador (lo difícil será hacer a partir de ahora un teatro que esté a la altura de Pepón Nieto). Sustentado en una dirección de actores sabia y humana, el resto del reparto (maravillosa Isabel Ordaz en su construcción tan pegada a la tierra, al igual que un Eduardo Velasco de sonora solvencia, sólo por citar a algunos), generoso en recursos y a la vez sin asomo de arte dramático, da al público, exactamente, lo que había venido a buscar: una buena obra de teatro, de una vez por todas. Todo el mundo debería ver El jurado. Por política. Por teatro. Por lo que quieran.

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