El cine en las aulas

Laertes publica un esclarecedor ensayo de la profesora y pedagoga Esther Gispert sobre la educación cinematográfica

Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud), en el aula de 'Los 400 golpes'.
Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud), en el aula de 'Los 400 golpes'.

30 de septiembre 2009 - 05:00

En apenas un año, la editorial barcelonesa Laertes ha publicado dos ensayos imprescindibles sobre la educación cinematográfica. El primero de ellos, La hipótesis del cine, del francés Alain Bergala, nos deslumbraba con su reveladora lucidez para repensar las maneras de enseñar el cine en la escuela y fuera de ella. En sus páginas, Bergala reflexiona sobre los males y desviaciones metodológicas de la educación artística (incluida la cinematográfica), en la que ha predominado una normalización académica que, siguiendo un silogismo acuñado por Godard, ha prestado siempre más atención a la norma (la cultura) que a la excepción (el arte). A partir del encuentro, siempre problemático y rugoso, poderoso y revelador, con la alteridad del arte, Bergala proponía distinguir claramente entre educación artística y enseñanza artística, entre la academia normalizadora y el descubrimiento del desconcierto y el fulgor que, por naturaleza, siembra siempre la obra de arte. Si la norma para la infancia es hoy por hoy el cine de consumo masivo dictado por las reglas del mercado, la escuela habrá de ser ese lugar en el que pueda producirse el encuentro con el arte a partir de ese otro cine que circula por circuitos de visibilidad más reducida. Porque el arte, concluye el autor, "no se enseña, se encuentra".

Muy cercana al pensamiento y las teorías de Bergala, la profesora y doctora en Pedagogía Esther Gispert se propone en Cine, ficción y educación la tarea de seguir trazando un camino verdaderamente útil y práctico para que el cine no caiga en saco roto o resulte dañado en manos de los enseñantes, partiendo de la base, obvia, de que su conocimiento y su estudio en las aulas son hoy tan necesarios como cualquier otra disciplina, y no sólo, como tantas veces se ha hecho, de una manera meramente instrumental o accesoria, dando más importancia a los "temas" y a los "argumentos" que a las formas y el discurso, verdadera esencia del lenguaje audiovisual como creador de sentido y conocimiento.

A tal efecto, la autora dedica las primeras páginas de su ensayo a matizar las diferencias entre el cine de ficción y el cine documental para limpiarlos de ese lugar común que los vincula respectivamente al mundo de las emociones y a la realidad. El reto para Gispert consiste precisamente en "aceptar la posibilidad de construir discursos de conocimiento a través de la ficción y convertir al cine documental en un objeto de estudio y no reducirlo a simple sustituto de la realidad".

Sobre esta idea de base, su libro intenta proponer algunas claves de estudio tomando como objeto central el cine contemporáneo, teniendo muy en cuenta que hablamos de un medio de expresión multidisciplinar. Así, en el momento de establecer una posible relación con la literatura, ésta no pasa por el estudio del grado de fidelidad respecto a la novela, sino por considerar la existencia de un relato cinematográfico. En el capítulo sobre las relaciones con la Historia, la autora considera que el cine histórico establece un doble reflejo entre la época representada y el propio presente. En el campo de las relaciones con el arte, el cine puede ser un elemento clave para plantear problemas sobre el uso de la luz o la composición. Finalmente, en el terreno de las relaciones con la Filosofía, el tema de fondo no sería tanto la búsqueda de ficciones que ilustren algunos problemas filosóficos, sino la utilización del cine como una forma de pensamiento en sí misma que nos permita comprender mejor la lógica cultural de la sociedad en que vivimos.

Esther Gispert. Laertes, Barcelona, 2009. 218 págs. 15 euros

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