Cultura

La costumbre no es costumbrista

Teatro Alameda. Fecha: 3 de noviembre. Creación, dirección e interpretación: Faemino y Cansado. Aforo: Más de 400 personas (casi lleno).

En el principio era la evidencia: pretender escribir una crítica de una actuación de Faemino y Cansado es una solemne estupidez. Pero como de alguna forma hay que justificar haber ido a la función en horario de trabajo, pues aquí estamos, intentado completar media página. ¿Cómo demonios se puede concluir que el chiste de la escala de Richter tiene mucha gracia o no tiene ninguna? Yo me reí muy a gusto, pero a mi lado se sentó un tipo callado y serio que no movió una ceja (a lo mejor era un crítico con más prestigio que el que aquí suscribe). Faemino y Cansado ya no dicen lo de Qué va, qué va, qué va, yo leo a Kierkegaard, pero, en esencia, Parecido no es lo mismo es, a pesar de su título, el mismo espectáculo que hemos podido ver en el Alameda en diferentes ocasiones durante los últimos diez años. Pero ¿y qué? ¿Tan diferentes son las películas de Bergman entre sí? Hay a quien desde luego no le hace ni puñetera gracia, pero, la verdad, en muy pocas propuestas escénicas de la actualidad un servidor ha tenido la sensación de que la hora y media se iba como en cinco minutos. Y de qué manera.

Vale, tampoco discuten ya sobre si el cordero es sólido, líquido o gaseoso. Pero siguen en la brecha el mimo, el humorista novato que pide una oportunidad y, por supuesto, Arroyito y Pozolón, con la misma copa de coñac y las mismas chorreras. Creo que el espectáculo no tiene en total más de tres chistes, pero desde luego dan de sí. No es cuestión ya de si se trata de humor absurdo o surrealista, o si se les puede comparar con Beckett o con Ionesco: es que son ellos, no les hace falta hacer La cantante calva porque ya lo hacen naturalmente con sólo salir a escena. Muchos hacen del humor costumbre, otros hacen de la costumbre humor, pero sólo estos dos genios son en sí una costumbre, nada costumbrista por cierto: en ellos, la maravilla del momento, la geometría del instante, la sorpresa del giro del agua en el lavabo (sí, otra vez, pero insisto: ¿y qué?) cobra vida en cada gesto, en cada exabrupto, en cada réplica en la que el público no sabe si aplaudir o esperar a la siguiente. Lo mejor de verlos en directo, de cualquier forma, es su absoluta falta de escrúpulos, la manera en la que tiran a matar sin corrección alguna. Por más que el tipo que seguía sentado a mi lado pensara más en las yemas de Santa Teresa.

En fin, sirva toda esta perorata sin sentido (el mundo no me recordará por esta crítica) para desear larga vida a Faemino y Cansado, para pedir a quien corresponda que sigan trayéndolos a Málaga con frecuencia, que nos sigan castigando el estómago a base de carcajadas cuando no somos capaces de parar por mucho tiempo más. Reconforta comprobar que uno se sigue riendo por lo mismo que hace diez o quince años. Lo contrario sería una lástima.

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