Cultura

El crepúsculo de los dioses

Ocurre con las grandes obras maestras que uno no se cansa nunca de verlas. Puede revisarse Casablanca o un Velázquez varias veces en un mismo año y encontrarles siempre nuevos guiños, perlas escondidas entre los recovecos de sus abundantes y perfeccionistas discursos. Algo similar sucede con la soleá, y en menor medida con la farruca, de Eduardo Serrano El Güito, quien a sus 66 años retiene su caudal expresivo y sus indescriptibles movimientos felinos, sigilosos, que le caracterizan cuando sube a un escenario. Entonces, ¿dónde estuvo el sábado noche el problema? En que el espectáculo no lo defiende él, sino Ángela Españadero, una bailaora de raza que hizo las delicias del público pero que solapó el ángel de quien figuraba en la entrada como cabeza de cartel. Y es que se vio demasiado poco a un Güito que sólo se movió basándose en pinceladas y que ejecutó una de las farrucas más breves de cuantas se recuerdan en la memoria de Villamarta. La clásica y magistral soleá, repleta de mudanzas y quiebros antológicos, con sus singulares variaciones, salvó un espectáculo con una frustrante sensación a déjà vu y que para colmo contó con un atrás que ni siquiera estuvo correcto. Un dúo de cantaores que, se desconoce por qué motivo, intercaló cada número del veterano bailaor madrileño con versos de canciones de flamenco pop.

Ángela bailó con garra por taranto y alegrías. Mejor en el primer número, pese a que movió bien su bata de cola en su segunda intervención y el público le aplaudió con ganas. Todo esto no es óbice para insistir en señalar la previsibilidad de un montaje demasiado tópico y que únicamente aportó los instantes que Güito quiso regalar, un maestro que cada vez aparta más su alargada sombra de los escenarios para dejar paso a las nuevas generaciones que empujan con fuerzas.

Instantes más tarde apareció en el escenario Manolo Sanlúcar. El veterano guitarrista tiró de su socorrido repertorio habitual y comenzó su actuación con uno de sus clásicos, Maestranza, aquel que fuera sintonía de un conocido programa de televisión y que está enmarcado dentro de su trabajo Tauromagia.

Al gaditano nunca se le vio entonado, tanto es así que cuando interpretaba el segundo de los temas elegidos en el día de ayer, Tercio de varas, el tiempo se paró de repente. Sanlúcar, que hasta ese momento no estaba ofreciendo la limpieza que caracteriza a su toque, se detuvo ante la atónita mirada de todo el teatro para reprender a su percusionista, Rafael Hermoso 'Poti'. La escena fue esperpéntica y el público quedó anonadado ante tal situación.

El momento quedó grabado en discurrir de su aparición, ya que el guitarrista, pese a disculparse, tuvo que lidiar el resto de la actuación con el peso de este incidente, impropio de un artista de su talla y de su experiencia.

Dicen que los genios tienen estas cosas, así lo quiso entender el respetable, que todavía sorprendido con lo acontecido lanzó algún que otro grito de apoyo al maestro. De lo que no cabe la menor duda es que tras ello, el de Sanlúcar ofreció lo mejor de sí, aunque sólo fue por unos minutos. Para ello recurrió a otro de sus clásicos, Locura de Brisa y Trino, y más concretamente a El poeta pide al amor que le escriba, una pieza en la que la acaramelada voz de Carmen Grilo pudo con un ambiente más que cargado.

Gacela del amor desesperado y finalmente Campo, ambas con la cantaora jerezana a un gran nivel, sirvieron para cerrar su actuación de una manera incomprensible. Y es que Manolo Sanlúcar, en un arrebato de sinceridad, reconoció que "tengo que ser honesto y no estoy bien", y nada más tocar Campo abandonó como una exhalación el escenario sin ni siquiera agradecer los aplausos que le brindó el público.

Era pues un broche extravagante para esta nueva edición del Festival de Jerez, que no merecía un final tan estrafalario.

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