El crimen del cine Delicias

En su última novela, 'Esa puta tan distinguida' (Lumen), Juan Marsé vuelve a la posguerra, la adolescencia, el barrio y la memoria

Juan Marsé sorprende con su nueva novela, donde se mezclan realidad y ficción.
Juan Marsé sorprende con su nueva novela, donde se mezclan realidad y ficción.
José Abad

03 de septiembre 2016 - 05:00

A mediados de 1982, un escritor en quien identificamos al propio Juan Marsé, recibe el encargo de elaborar el primer tratamiento de un guión "basado en hechos reales", una de esas etiquetas en apariencia significativas, insignificantes desde el instante mismo en que la ficción se entremete. Los sucesos son los que siguen: una tarde de enero de 1949, Carolina Bruil Latorre, artista de variedades venida a menos, acudió al cine Delicias a hacerle un 'servicio' rápido a un cliente habitual, Fermín Sicart Nelo, a la sazón proyeccionista del susodicho local, y éste la estranguló con el lazo improvisado de unas tiras de celuloide descartado. Como aquella tarde se proyectaba Gilda, se corrió la voz de que la cinta usada para estrangular a aquella pobre prostituta contenía el striptease censurado de Rita Hayworth: el españolito de entonces estaba convencido de que, en la versión original, la actriz no se contentaba con quitarse el guante mientras cantaba Put the blame on Mame [Échale la culpa a Mame]. El tal Fermín reconocería haber cometido el crimen, pero nunca supo explicar por qué lo había cometido.

En primer lugar, y entre otras cosas, Esa puta tan distinguida (Lumen) ofrece un retrato sesgado de la cojitranca cinematografía hispana, que Marsé conoce bien: el máximo impulsor del proyecto es un director llamado Héctor Roldán, un trasunto apenas disimulado de Juan Antonio Bardem, "autor de una filmografía en blanco y negro muy crítica con la dictadura, valiente y bienintencionada, aunque también, lamento decirlo, bastante plasta", sentencia el narrador. Roldán pretende convertir la historia del crimen del cine Delicias en un ajuste de cuentas con el franquismo, en tanto al productor, Moisés Vicente Vilches -"un prepotente y temible mercachifle"-, lo único que le interesa es la respuesta en taquilla y recibir de ser posible alguna subvención. Tanto es así que no dudará un ápice en sustituir al director inicialmente previsto por José Luis de Prada -"una celebrada momia del viejo cine de pelucones y pupurrutas imperiales de la productora Cifesa"-, en quien podríamos ver el monstruo resultante de mezclar al director José Luis Sáenz de Heredia y al novelista Juan Manuel de Prada. El narrador no se hace ilusiones sobre el resultado final: "Escribir por encargo para el cine es trepar por una escalera que en cualquier momento puede dejarte con el culo al aire, porque otros decidirán si esa escalera lleva o no a alguna parte".

Aún así, este encargo le permite emprender el camino de regreso a un territorio nunca abandonado, el territorio del ayer, las largas vacaciones del 36, los primeros amigos, los primeros amores, los primeros sinsabores, el barrio y los cines de barrio, la memoria filtrada por la ficción y la ficción empastada con la harina de la memoria. El guionista se pone en contacto con Fermín Sicart, todavía vivo, y a lo largo de varias sesiones de evocación y exorcismo intentan reconstruir los hechos y responder la pregunta clave: ¿por qué hizo lo que hizo? Marsé se da de bruces con lo inevitable: vidas perras, de gentes nacidas en la miseria y que morirán en la miseria, en una España de una grisura ofensiva, en un tiempo de aguas estancadas, el de una dictadura que no terminaba nunca, el de un régimen que educó a la ciudadanía con los mendrugos duros de la ignorancia y el miedo. La experiencia es dolorosa para los personajes, también para el lector, pero el presente raramente hace justicia al pasado. La película reivindicativa soñada por Héctor Roldán se convertirá en manos de José Luis de Prada en una comedia zafia "en la que no había ninguna puta estrangulada, ningún asesino amnésico ni por supuesto memoria alguna, ni individual ni colectiva", sentencia el narrador. Los vencidos suelen ser derrotados por el olvido.

Una cosa: la distinguida puta del título es la memoria, ténganlo en cuenta.

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