El buen patrón | Crítica

Empresa, familia y bragueta

Javier Bardem es el buen patrón de León de Aranoa.

Javier Bardem es el buen patrón de León de Aranoa.

En la que tal vez sea la mejor película de León de Aranoa desde Los lunes al sol, y ya ha llovido desde entonces, Javier Bardem vuelve a sostener el andamiaje bien construido, apretado hasta el último tornillo, de una cinta sobre un empresario de provincias que hace verdaderos equilibrismos, las balanzas son lo suyo, por mantenerse en pie y dar la mejor imagen exterior en una semana aciaga en la que se le abren todos los frentes posibles.

De nuevo necesitado de disfraz y máscara, Bardem conduce con su físico y su gesto, también con la palabra y la frase precisa marca de la casa siempre a punto, esta sátira negrísima sobre el mundo empresarial patrio y sus inercias paternalistas disfrazadas de colegueo familiar con la que León de Aranoa afina en su diagnóstico caricaturesco de la realidad y donde lo personal y lo político (el capitalismo, nada menos) se entremezclan y confunden de manera algo perversa con las viejas dinámicas del trabajo entendido como engranaje para la despersonalización en una época en la que la conciencia de clase ha quedado reducida a una pancarta y al grito de lemas con rima consonante.  

Atrapados y condenados por la rancia bragueta patriarcal y el desahogo de puticlub y gin-tónic, los viejos españoles de esta película afrontan sus crisis con nuevos ejercicios de paternalismo o huida hacia adelante que les terminan explotando entre las manos hasta la frontera de lo trágico. Como de costumbre, Aranoa lo ata todo bien atado desde la escritura, los simbolismos y las repeticiones más o menos visibles y evidentes, y se permite incluso una secuencia de montaje operístico coppoliano en clave paródica para el clímax de sus tramas cruzadas, lo que no resta empero para que, apoyada en el galope sarcástico de la música de Zeltia Montes, su película trote veloz hacia su destino seguro por esa galería de situaciones que permiten a Bardem componer brillantemente a un tipo tan magnético como repulsivo, tan fascinante como arquetípico de un cinismo que se va quitando capas hasta quedarse casi desnudo frente a la pared de los éxitos empresariales.