Crítica de Teatro

Los demonios y los aprendizajes

Asume Malditos 16 la adscripción al teatro social con cierto ánimo de utilidad en la visibilización del suicidio entre los adolescentes como acontecimiento merecedor de una revelación profunda. Tal y como queda dicho en los primeros compases del drama, el suicidio es la segunda causa de muerte no natural entre los jóvenes españoles, lo que dibuja un paisaje silenciado, ignorado y, como queda también manifesto en la obra (en lo que es seguramente su mayor hallazgo), denostado a cuenta de una lógica capitalista que sabe esconder bien aquello en lo que ha decidido no invertir (según la máxima regla del liberalismo, donde no existe un problema que solucionar no hace falta el gasto). La obra de Nando López conduce al espectador a un centro de atención para jóvenes en situación de riesgo al que regresan cuatro antiguos usuarios en virtud de un nuevo programa que pretende aprovechar sus experiencias a favor de los adolescentes que hacen ahora allí frente a sus demonios; y la cuestión, claro, consiste en aprender a vivir a pesar de que los demonios sigan haciendo de las suyas.

El primer valor del montaje reside en su espléndido reparto, que convierte la corta experiencia de sus protagonistas en un viento a favor para conferir verdad a un texto con muy pocos pelos en la lengua (aunque merece una mención aparte Rocío Vidal, solvente en la composición de su personaje). La dirección brilla especialmente en las réplicas, bien calibradas siempre, ya sea en el estallido violento o en la confesión a media voz, con lo que el conjunto se desliza al ritmo más ventajoso para la causa. Quizá, en su querencia a la representatividad social, a menudo los personajes funcionan más como arquetipos que como entidades humanas; pero el teatro y la vida salen aquí ganando.

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