Cultura

El día en que ardió el mar

  • Los historiadores Francisco Montoro y Miguel Ranea recogen en un revelador ensayo una amplia cantidad de testimonios sobre la Batalla Naval de Vélez-Málaga de 1704, en la que murieron 4.500 hombres

El historiador norteamericano Alfred Thayer Mahan, considerado el primer gran teórico sobre los conflictos navales y respetado por todos sus colegas y sucesores, afirmó ya en el siglo XIX que "la Guerra de Sucesión de España no presentó ninguna acción naval importante desde el punto de vista militar". Y concluyó esta tesis afirmando que la Batalla de Vélez-Málaga "no había sido original ni decisiva". En gran parte por este motivo, este episodio bélico, que enfrentó el 24 de agosto de 1704 a las fuerzas navales anglo-holandesas dirigidas por el almirante neerlandés George Rooke y al contingente franco-español gobernado por los condes de Tolosa y Fuencalada y el duque de Cursis, y en el que murieron más de 4.500 personas, no ha sido estudiado con la atención y el escrúpulo merecidos. De hecho, la mayor parte de su desarrollo, y muy especialmente su resolución, constituyen todavía un misterio. Pero el ensayo La Batalla Naval de Vélez-Málaga. Testimonios, escrito por los historiadores veleños Francisco Montoro y Miguel Ranea, y recién publicado en la colección Libros de la Axarquía, arroja una luz nueva y reveladora al asunto, lo que, 300 años después, no deja de constituir un verdadero acontecimiento.

Lo que Montoro y Ranea vuelcan en su obra es nada menos que 25 años de investigación, que se hizo conjunta a partir de 2004, con motivo del tercer centenario de la contienda. "Cada uno de nosotros sabía lo que estaba haciendo el otro, así que nos reunimos y nos dijimos: '¿Por qué no sumamos esfuerzos?", explica Montoro, quien puntualiza: "Es tan poco lo que se sabe sobre este asunto y tanto lo que queda por averiguar, que se le podría dedicar toda la vida y siempre habría un motivo para continuar". Para empezar, los autores demuestran que, a pesar de que al episodio se le conoce tradicionalmente como Batalla Naval de Málaga, ocurrió frente a las costas de Vélez-Malaga. Para ello acuden tanto a las crónicas del propio Rooke y del conde de Tolosa, pero también a la más diversa documentación conservada en bibliotecas y archivos de España, Francia, Inglaterra y Estados Unidos, a las informaciones publicadas en el Mercurio español el mismo 25 de septiembre de 1704 y en diversos periódicos británicos, a monedas conmemorativas, a romances populares y a otras muchas fuentes. Y también se demuestra, por más que Thayer Mahan demostrara lo contrario, que aquella batalla impidió definitivamente a España recuperar Gibraltar, que había sido conquistada por el propio Rooke (al frente de la primera gran empresa militar del siglo XVIII en Europa, sufragada por la Corona británica y dotada de 3.614 cañones y 22.543 marinos repartidos en 53 buques de línea y seis fragatas) sólo veinte días antes, el 4 de septiembre de 1704. Rooke narra en su tributo de cuentas a la reina Ana cómo, tras la toma de Gibraltar, su flota encontró en Fuengirola una primera avanzadilla del ejército franco-español que fue fácilmente eliminada. Esta acción se enmarcaba en el empeño del almirante de hacerse con el mayor número de puertos posible tanto en el sur de la Península como en el Norte de África (intentó conquistar también Ceuta, aunque aquí no le acompañó la suerte). Por fin, la tormenta definitiva tuvo lugar el 24 de septiembre en Vélez-Málaga. El conde de Tolosa navegaba con 3.577 cañones y 24.227 hombres repartidos en 51 buques de línea, seis fragatas, doce galeras y ocho naves incendiarias, que habían partido desde Barcelona, a su cargo. Y el mar ardió durante un día entero.

Los mismos testimonios que reúnen Montoro y Ranea demuestran que Francia e Inglaterra se adjudicaron la victoria tras la batalla. La verdad, en este punto, todavía anda envuelta en demasiadas brumas. El contingente de Rooke contó más de 3.000 víctimas frente a las 1.500 de la escuadra franco-española, y algunas fuentes como la Miscelánea de la Historia de Italia y diversos diarios de a bordo confirman que ésta no perdió ningún barco, mientras que entre las fuerzas anglo-holandesas naufragaron cinco navíos (el Royal Catherine, el Ranelagh, el Suffolk, el Monmouth y el Jumper Lennox, mientras que el buque insignia holandés, el Graf van Albernate, resultó gravemente dañado, aunque no naufragó), insuficientes, de cualquier forma, para explicar un número tan alto de bajas. Sin embargo, a pesar de estos recuentos, algunas fuentes consideran a Rooke el vencedor del entuerto ya que, a pesar de haber visto castigado su poderío de esta manera, pudo regresar a Inglaterra y mantener el sitio de Gibraltar. Testimonios del rey Luis XIV, de Lord Archibald Hamilton y del Marqués de San Felipe afirman que si los condes de Tolosa y Fuencalada hubiesen salido a la captura de Rooke tras la batalla, y dado que sus mermas eran mucho menores, Gibraltar podría haber sido recuperada para España. ¿Por qué no lo hicieron? Quizá se necesiten otros tres siglos para responder.

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