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Málaga/Afirma la RAE que el término contracultura hace referencia, en su primera acepción, al "movimiento social que rechaza los valores, modos de vida y cultura dominantes". Semejante concepto, amplio y proteico, debe su formulación a un hombre, el historiador y escritor estadounidense Theodore Roszak (Chicago, 1933 - Berkeley, 2011), que acuñó por primera vez la palabrita en su ensayo de 1968 El nacimiento de una contracultura. Su aparición, en evidente sintonía con el situacionismo que aquel mismo año estalló en parisina revolución, convirtió a Roszak en referente tanto para los hippies que se manifestaban contra la guerra de Vietnam como para Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs y demás popes que no dudaron mucho en arrojarse a los brazos de la marca. Mientras la contracultura evolucionaba en EEUU, no ya tanto como oposición de los valores culturales predominantes sino en virtud de la libre absorción de los mismos (recuérdense la chopper Capitán América que montaba Peter Fonda en Easy Rider y la consagración de Mickey Mouse como icono contracultural), Roszak, doctor en Filosofía de la Historia por la Universidad de Princeton, continuó publicando ensayos que lo consagraron, de paso, como adalid del ecologismo (Persona / Planeta) y de la conciencia contraria a la globalización mercantil (¡Alerta mundo!; la editorial Kairós, por cierto, tiene en su catálogo todos estos títulos traducidos al castellano). Pero también dejó Roszak buenas muestras de su pensamiento, como fértil intelectual de su tiempo, a través de la ficción en cinco novelas que, hasta ahora, habían permanecido fuera del alcance del lector en español. La deuda, felizmente, ha quedado subsanada: la editorial malagueña Pálido Fuego pondrá en circulación el próximo 18 de septiembre Parpadeo, traducción del original de 1991 Flicker a cargo del mismo responsable del sello, José Luis Amores. En su tercera novela tras Pontifex (1974) y Bugs (1981), Roszak metió mano a uno de sus asuntos predilectos: el cine. O, para ser precisos, la industria de Hollywood. Su lanzamiento, de cualquier forma, constituye este año una perla de alto voltaje en el contexto de las remesas de novedades literarias para el próximo otoño.
En sus 781 páginas, Parpadeo, ambientada en los años 60, narra la historia de Jonathan Gates, un cinéfilo empedernido, amante del cine clásico, que descubre en una vieja sala de proyecciones de Los Ángeles la obra de Max Castle, un director de filmes de serie B que pasó sin pena ni gloria por los años del cine mudo hasta que desapareció sin dejar rastro en 1940. Gates lleva su obsesión a niveles tan preocupantes que decide investigar por su cuenta la suerte de Castle, dispuesto a no darse por vencido hasta que descubra qué fue del misterioso cineasta. En su odisea, sin embargo, Gates se da de bruces con un muro que mantiene guardado bajo siete llaves todo lo relacionado con Max Castle: la industria de Hollywood, perfilada por Roszak como verdadera dueña y señora del mundo, cuya disposición a dejarse buscar las cosquillas es absolutamente nula. En su momento, Flicker fue recibida con entusiasmo en EEUU y Roszak quedó incorporado a la galería de ases de la gran literatura norteamericana tras ser comparado con referentes tan definitivos como Stephen King y Thomas Pynchon. La misma industria de Hollywood se ha mostrado interesada en adaptar la novela prácticamente desde su aparición, aunque, curiosamente, ningún proyecto ha llegado a prosperar (Darren Aronofsky es uno de los directores que con más fuerza han sonado en los últimos años para tomar las riendas); lo que, por otra parte, no deja de echar más leña al fuego respecto a los tibios límites de la cultura y la contracultura en EEUU. Ambas, al cabo, se sirven de mutuo alimento.
Sazonada con teorías conspiranoicas, galimatías medievales, herejías sancionadas con la muerte y, especialmente, mucho humor, Parpadeo es, a su manera, una cierta reivindicación de la misma noción de contracultura armada desde la postmodernidad: Roszak se vale del aroma a best seller para denunciar la voracidad pantagruélica de Hollywood y sus continuas trabas al desarrollo de una cinematografía alternativa. La figura de Max Castle es la demostración de que otro cine, así como otro ocio y otra cultura, era posible. Para otro debate queda la sospecha de que la contracultura cinematográfica ha encontrado su ecosistema en la propia cinematografía oficial de Hollywood. ¿Alguien recuerda a Richard Pryor?
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