Literatura

Los dioses modernos

  • Pierre Michon propone en 'Los Once', libro ganador del Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, un mecano donde la fabulación se pone al servicio de la Historia

Según cuenta Fumaroli, la historiografía moderna habría orillado a Chateaubriand por la desolación y el vértigo con que relata la Revolución francesa en sus Memorias de ultratumba. Quiere esto decir que los mitos, por su naturaleza, soportan mal la realidad, y el exceso de sangre, de mendacidad, de pequeños heroismos y grandes penurias, se avienen mal con la imagen extática que de aquellos hechos nos ha legado la Historia. Si acudimos al magisterio de Goya, o a las crónicas de La Bretonne, encontraremos de igual modo una cima de horror auspiciada por la masa. En este libro de Michon, de amplia musculatura literaria, lo que hallamos son las diversas caras del Tirano: aquellos hombres del Comité, encabezados por Robespierre, que aplicaron hasta el delirio un concepto, por otra parte, muy de la época, la Salud Pública.

Fundamentado en un cuadro que no existe (Los Once), y en un pintor que tampoco (François-Élie Corentin, un borroso discípulo de Tiepolo), la novela de Michon es un complejo mecano, a la manera de Borges, donde la fabulación se pone al servicio de la Historia, y donde la Historia es el fondo último, la lámina sangrienta, que asoma tras el vasto lienzo que retrata a aquellos próceres de la Asamblea, delegados para encauzar y ordenar una hora crucial de la Europa moderna que entonces nace. Los Once, así, los hombres del Comité de Salud Pública, van de la apariencia inmortal del cuadro de Corentin al pormenor ominoso de sus propias vidas. Como quería Michelet, que también comparece en estas páginas, se trata de dar la Historia por sus bordes, en sus detalles, al trasluz de unas vidas, en su mayoría anónimas, y no en el conocido friso dinástico de grandes batallas y hechos memorables. Por otra parte, Borges, al acudir al pasado, no hacía sino adentrarse un lugar borroso, impreciso, fértil en omisiones, donde radicar cómodamente lo fantástico. Michon, sin embargo, acude a la invención y la licencia literaria (un improbable pintor de escuela veneciana, un cuadro que jamás se pintó, pero que podría haberlo sido sin violentar en exceso la verdad), para que emerjan a la luz los pálidos bustos, fieramente reales, de los hombres del Comité, los once hombres cuyo trepidante hallazgo fue el Terror, la limpia ejecutoria de la guillotina, el Poder en su modo más drástico y visible.

Por aquellas fechas, Alexandre Lenoir, un joven literato no exento de arrojo, se entregaba a una de las empresas más fascinantes de la Francia asamblearia y el París en llamas. Pasadas las primeras efusiones de sangre, Lenoir se dedicó a salvar, por mandato revolucionario, el arte sacro que las muchedumbres encolerizadas aún seguían destruyendo con denuedo. Ese es el comienzo de la museística moderna. Ese es el origen, traumático origen, del Louvre y de cuantos museos hoy conocemos. Abolidos los dioses, desmembrado el viejo mundo por las Luces de la Ilustración, lo sagrado encontrará refugio en el invento/inventario de Lenoir. Un invento, en cualquier caso, que parte de la autoridad revolucionaria, y cuyo fin es preservar el arte. No la religión, no la fe, sino el pasado, la belleza, el legado de los siglos, como última forma de trascendencia. Los dioses de esa hora, como nos recuerda Michon, ya eran definitivamente otros; hombres que también se servirán del arte para perpetuarse de algún modo en los anaqueles de la posteridad. Hombres que nos observan, en el improbable cuadro de Corentin, y cuya victoria se cimenta no en el triunfo del Pueblo, a quien dicen representar, sino en la cosecha de cabezas que su ambición ha dispuesto.

El hallazgo de Michon, aparte la excelencia de su prosa, desbordante, erudita, de gran emotividad, es éste de darnos, mediante el artificio, un trozo iluminado de la verdad. Una verdad dicha a retazos, en pincelada gruesa, como en un sueño ambulatorio, siguiendo quizá, en este libro tan plástico en su forma y tan pictórico en su fondo, la titánica enseñanza de Goya. A los fusilamientos del 2 de mayo acude Michon para ilustrar la barbarie desencadenada en Francia. Una barbarie, no se olvide (Robespierre y Saint-Just, triunfales y hieráticos, antes de conocer la picota), de la que nacen las libertades modernas.

Pierre Michon. Anagrama. Barcelona, 2010. 137 páginas. 14,50 euros.

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