Las divas también aman el fútbol
Crítica de Música
La ficha
'Ala.ni' Teatro Cervantes. Festival Terral. Fecha: 25 de junio. Músicos: Ala.Ni (voz y guitarra acústica), Christophe Lardeau (guitarra eléctrica). Aforo: Un centenar de personas.
Afirmó Ala. Ni que le gusta mucho el fútbol, aunque adore la música, ante el reducido aforo que se había reunido el lunes para disfrutar de su portentosa voz en un Teatro Cervantes inevitablemente desangelado. Mientras el resto del mundo permanecía pegado a sus plasmas para comprobar cómo España empataba con Marruecos en el Mundial de Rusia, aquella entrañable pandillita viajaba a paisajes tan cálidos y profundos en alas de una virtuosidad sin paliativos, pero ya ven, la protagonista de la velada prefirió no hacer reproches. En cualquier caso, los afortunados presentes disfrutaron un concierto único, asombroso, pródigo a la hora de revelar las posibilidades de la voz humana para excitar emociones y compartir experiencias. La británica Alani Charal responde ciertamente bien al perfil de diva del jazz de la escuela de Ella Fitzgerald, a la que supera en registro (sí, lo hace) pero también en calidad de diva. Y es que la figura se presentó bajo los focos veinte minutos después de la hora establecida (y después de que la megafonía anunciara el comienzo del concierto cuando tocaba) sin dar muchas explicaciones (ninguna). A partir de aquí se pasó casi toda la actuación peleándose con el aire acondicionado, con el taburete (lo pongo así, lo pongo de frente, lo pongo de lado, así no funciona), con su melena y con casi cualquier otra cosa que se le pusiera a tiro. De manera que teníamos al fin, quién lo iba a decir a estas alturas, una diva como Dios manda, de las de mírame y no me toques, que jugaba a hacerse todo el rato la distraída mientras conquistaba al personal con una voz sin mucho parangón en el presente.
Y es que cuando Ala.Ni interpretó su Darkness at Noon así, dejando el micrófono atrás y acercándose a voz desnuda al proscenio, creciéndose en ascensiones melódicas que parecían no tener fin, derribando agudos con una intuición formidable y una técnica directamente extraterrestre (menuda caja de resonancia la de esta mujer), conquistando un registro de soprano tan limpio como creativo que habría hecho llorar a Mozart, no había más remedio que dar la fortaleza por tomada y perdonar a la diva sus innecesarias excentricidades. Luego, para ser fieles a la verdad, el ejercicio de improvisación con textos presuntamente enviados por el público no fue brillante en exceso, pero siguió siendo conmovedor el modo en que, acunada por la lacónica guitarra de Christophe Lardeau, la voz de Ala.Ni llenaba todos los espacios, como si una orquesta sinfónica tocara en su garganta. No hubo en cuanto a forma musical nada muy original, pero, diantre, nunca habíamos escuchado esto servido así. Nada de empates, oiga: aquí ganó la música por goleada.
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