Los elegidos de los dioses
El arte de la viñeta
Debolsillo publica los dos volúmenes que recogen todas las historias escritas por el gran Alan Moore para la serie Supreme, un superhéroe de nuestros tiempos muy parecido a Superman e ideado por Rob Liefeld
A mediados de la década de los 90, unos años después de Watchmen, esa magistral deconstrucción de la épica superheroica, el imprevisible Alan Moore aceptó un encargo con retranca: escribir los guiones de Supreme, un chirriante plagio de Superman ideado por Rob Liefeld en 1992. La serie languidecía necesitada de una inyección de sangre nueva y quién mejor que Moore para dicha trasfusión. Como es fácil de imaginar, al contratar sus servicios y darle carta blanca, los valedores de Supreme iban tras algo no convencional. Pues bien, el escritor satisfizo con creces las mayores expectativas: le dio la vuelta a la tortilla y transformó un cómic, sin buena prensa hasta entonces, en un alambicado ejercicio metanarrativo que le hizo merecedor de un Premio Eisner al mejor guión en 1997 y, dos años más tarde, un Premio Harvey en la misma categoría.
El primer paso fue dotar a Supreme de un pasado. Moore ideó una serie de historietas sobre unas hipotéticas primeras andanzas suyas, ambientadas entre los años 30 y 60, que debían entremezclarse con sus aventuras en la actualidad. Estas historietas retro, con personajes monolíticos y acciones ingenuas, se pusieron en manos de Rick Veitch que inspiró sus viñetas en los primeros rudimentarios tebeos de Superman y Batman. Con semejante ardid, Supreme dejaba de ser una burda copia para integrarse con todos los honores en una tradición, al tiempo que abanderaba una nueva concepción del tebeo de superhéroes. Al alternar estas historietas, el trazo calculadamente plano de Rick Veitch se confrontaba con los sofisticados dibujos de Joe Bennett, Chris Sprouse y otros; al hacer esto, el físico estilizado que dictaba el canon de antaño se oponía a la hipertrofia muscular en boga, obligando al lector a contrastar la candidez de uno y el cinismo de otro, y adoptar posturas reflexivas. Al tiempo que narraba, Moore desvelaba los mecanismos de la narración.
Como era ridículo ocultar las obvias deudas con Superman, en la primera aventura "retro", Moore reforzó el parentesco: en 1925, mientras juega con su perro, el pequeño Stephen Crane, hijo único de una típica y tópica familia yanqui, descubre un cráter en el bosque y, en su interior, un meteorito de un mineral desconocido con la facultad de distorsionar las leyes de la física. A consecuencia de las radiaciones, al niño y al perro se les pone el pelo blanco y al poco descubren que su inteligencia y fuerza física, la de ambos, se ha multiplicado por un millón, calculando así por lo bajo. La mamá confecciona al crío un trajecito y al chucho una capa -con sus propias manos, off course- y el pequeñuelo comienza a contribuir con la comunidad deshaciendo entuertos. Durante la II Guerra Mundial, ya un hombrecito, se enrola como voluntario y enarbola la bandera de las barras y las estrellas en contra de la bestia fascista. Al emanciparse se instalará en Omegapolis y allí llevará una doble vida como justiciero y… ¡dibujante de cómics!
Supreme acabó siendo un magnífico complemento de Watchmen. No más de lo mismo, sino un continuar escarbando en la misma hondonada. Entre la épica y el folletín, entre la apología y la caricatura, entre la ficción y la metaficción, Alan Moore dispone la serie de manera que no falten los ingredientes imprescindibles para el aficionado a estos relatos, pero los aliña con unas notables dosis de inteligencia, y su pizca de desvergüenza, para hacerlos apetecibles (más aún, sabrosos) para los paladares más exquisitos. Moore convierte un monigote en un arquetipo milenario. El superhéroe es un elegido de los dioses, como en la Antigüedad lo fueron Hércules o Aquiles. Al semidiós Supreme, aunque le dieran forma humana, lo modelaron con una arcilla especial; la del deseo. Quien escriba sus hazañas -así hace Moore- debe aspirar a estar a la altura de Homero.
Por desgracia, el éxito comercial no acompañó al esfuerzo creativo. Alan Moore, que se incorporó a la serie en el número 41 (Agosto 1996), se mantuvo hasta su clausura en el número 56 (Febrero 1998). Tras un paréntesis de un año, el personaje se relanzó bajo una nueva cabecera, Supreme: The Return, de la que sólo saldrían seis números. La bancarrota de la editorial hundió definitivamente el proyecto. Lo que no habían podido docenas de seres con poderes sobrehumanos, lo consiguió el Monstruo Mercado de un simple manotazo. Hoy, este supervillano ha recuperado aquellas veintitantas entregas en sendos volúmenes: La historia del año y El retorno, recién lanzados en nuestro país por el sello Debolsillo, que confirman lo extraordinario de aquella empresa y nos hacen lamentar que no durase.
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