El 'enfant' terrible del teatro
Asier Etxeandia conquistó el viernes el Cervantes
¿Qué niño no ha interpretado frente a un espejo, entre cuatro paredes o bajo la ducha su actuación más indecente? Aquel baile tan embarazoso que ensayábamos temiendo que fuera descubierto por nuestros padres o aquella canción desafinada que probablemente despertara algún que otro vecino. Muy pocos serían capaces de reconocer semejante bochorno en público y reconciliarse con aquel pequeño que enfrentaba sus dudas, miedos e inseguridades entre las cuatro paredes de su cuarto. En el de Asier Etxeandia, en un 1º A del número 55 de la calle de la Autonomía de Bilbao, se orquestó un aquelarre de canciones, coreografías y sonrojos que el actor compartió el viernes en el Cervantes con El Intérprete, una retrospectiva autobiográfica con la que el vasco consigue reconciliarse con su más tierna infancia.
Bilbao. Es la década de los ochenta y un pequeño Asier Etxeandia de 9 años se convierte en El Intérprete frente a un amplio grupo de espectadores invisibles. Sus únicos amigos, testigos de la incipiente e incomprendida pasión que profesa aquel niño que quiere ser actor, y que ahora frente al espejo, se ve rozando los 40 años inmerso en un universo lynchiano parecido al del Club Silencio de Mulholland Drive. El Intérprete va ataviado con un chaqué de talle alto, atuendo del que se va desprendiendo conforme avanza el espectáculo, casi al mismo tiempo que lo hace de sus prejuicios y ataduras. Aquel niño vasco está en su mejor momento, pero aún no lo sabe.
Realizar una retrospectiva de semejante calibre deja al descubierto un importante daño colateral: el de abrir viejas heridas. Estigmas que Etxeandia acaricia para poner a flor de piel sus sentimientos, que sobre el escenario materializa con canciones de Chavela Vargas, Tom Jones pasando por Isabel Pantoja -han oído bien- o Carlos Gardel. Letras que evocan el recuerdo de sus padres, abuelos y cuentas pendientes por las que Asier Etxeandia rompe una lanza en su espectáculo. En ese momento, el intérprete se transforma irremediablemente en un hombre lobo capaz de revivir y perdonar los golpes y vejaciones que aquel niño de 9 años recibía en el colegio. Cumplía el castigo de ser diferente, pues en sus palabras "el ser humano sólo responde de una forma ante el miedo: humillando". De este modo, El Intérprete se convierte en un improvisado acto de redención al que Asier rinde homenaje con palabras nunca dichas y arrebatos jamás profesados.
Unido al carácter personal de la obra, El Intérprete abraza de forma transversal un claro mensaje reivindicativo que comparte con la cuarta pared de su cuarto, donde versa la protesta política actual y una critica feroz a la doctrina religiosa de su infancia. Experiencias que el propio Asier Etxeandia exorciza aludiendo a un santoral formado por el delirio y el éxtasis de San Camilo Sesto, Santa Janis Joplin, San David Bowie o Santa Madonna. A medida que avanza, el espectáculo se articula como un perfecto canto generacional sobre las tablas del Cervantes donde todos acuden al encuentro de una diócesis bien distinta. Una comunión que concluye Asier Etxeandia, ataviado con un abrigo blanco, mientras relativiza en pleno acto de rebeldía con la oración Sympathy for the Devil de los Rolling Stone.
"Defiende tu sombrero por muy ridículo que parezca" se convierte en la mejor moraleja del frenético y sobresaliente espectáculo de Asier Etxandia. Es probable que tuvieran que pasar algunos años para que aquel chico de 9 años acepte frente al espejo que no hay nada de malo en perder el control de vez en cuando para convertirse en el anhelado actor, cantante e intérprete que es a día de hoy. Que quizás el mayor atisbo de madurez, sea reconciliarse con el niño que fuimos y aceptar los estigmas, las heridas, las fisuras. Confesar que, -por fin- fuimos el enfant terrible en la mejor interpretación de nuestra vida.
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