Cultura

"La ensimismada cultura española mira a sus tribalismos antes que a lo universal"

  • El pensador catalán visitó Málaga como miembro del jurado del Premio de Ensayo González Ruiz

Pocos lujos para la conversación pueden compararse a Rafael Argullol, profesor de Estética en la Universidad de Barcelona, experto en la obra de Giacomo Leopardi, filósofo, poeta, ensayista, novelista (Premio Nadal en 1993 con La razón del mal) y fundador de editoriales como Fontemara, Icaria y El Acantilado. En su obra destacan textos fundamentales del pensamiento reciente como La atracción del abismo (1982), Territorio del nómada (1985), Del Ganges al Mediterráneo (2004), escrita junto a Vidya Nivas Mishra) y la última, Breviario de la aurora (2006).

-Como miembro de distintos jurados de premios de ensayo, ¿podría distinguir los principales motivos de preocupación de los pensadores actuales?

-Ante todo, odio participar en jurados, sólo lo hago cuando me parecen buenas iniciativas. No creo que haya una relación directa entre la estructura de premios y las corrientes de creación de literatura o pensamiento. Preferiría que en España hubiera menos premios y fueran cualitativamente más esmerados. En general, pienso que actualmente la literatura ensayística en España adolece de una falta general de penetración en los grandes problemas de la época. Se insiste en temas que ya han sido planteados; falta valentía y audacia para enfrentarse a asuntos universales. El ensayo es un termómetro muy sensible del estado de una cultura, y si el primero funciona relativamente mal es que a la segunda le ocurre lo mismo. Veo a la cultura española muy ensimismada, muy atenta a sus propios tribalismos pero cerrada a las grandes corrientes universales; se ha producido una cierta involución entre lo que se hacía en los 80 y principios de los 90 y lo que se ha hecho desde entonces.

-¿Qué falla, principalmente?

-Faltan los dos elementos claves para la creatividad: uno, la base educativa, que es lamentable. Si no mejora resultará imposible crear una plataforma cultural aceptable, podrán salir individuos pero nunca se podrá trabajar la cultura como argumento colectivo. El segundo es el desarrollo de una responsabilidad individual, de un reto a la conciencia personal que no siempre está a la orden del día. En España hay un excesivo predominio de lo espectacular, de una cultura de escaparate pero poco enraizada en la educación y en la búsqueda personal de la verdad.

-Ante estas servidumbres, ¿dónde se encuentran los señores?

-Existe una general falta de resistencia ante los factores duros del mercado. Es importante, claro, que las editoriales, las compañías de teatro y las entidades culturales sean autosuficientes, y en este sentido no soy nada partidario de la política de subvenciones. Preferiría que todo el dinero invertido en la llamada cultura de la subvención se aplicara a una reforma a fondo de la educación, y que por tanto estableciéramos fronteras mucho más pequeñas, o que directamente no las hubiera, entre cultura y educación. Me parece bien que la creación cultural, como todo, esté sometida a las leyes de la oferta y la demanda, pero en el momento en que falla la resistencia personal según la responsabilidad de la conciencia se cede mucho más a la presión cruda y dura de esa ley. Muchos autores están demasiado pendientes del éxito inmediato del mercado. No digo que el escritor no tenga que estar pendiente de llegar a un público lo más amplio posible, pero debe partir siempre desde la propia verdad, debe evitar caer en la vulgaridad y el facilismo, y la trivialidad. Todavía creo firmemente en la artificidad de la obra frente al mero elemento comunicativo: la obra es arte en sí misma por encima de lo que se pretenda expresar o no.

-¿Representa Europa todavía para España un espejo fiable en el que mirarse?

-La modernidad era un escenario muy eurocéntrico y el actual es mucho más internacional. Sin embargo, considero necesario mantener un equilibrio entre universalidad y particularidad. El éxito de una obra de arte en el siglo XXI dependerá de su capacidad para mantener el equilibrio en esta dialéctica. Con respecto a Europa, creo que atravesamos un momento bastante crítico. La construcción continental no se está realizando con la fortaleza cultural, intelectual y artística que podía preverse: es demasiado economicista y pragmática. Pero a la vez, a mi modo de ver, Europa sigue siendo el territorio ilustrado por excelencia; no es la única ilustración pero sí el sitio donde la ilustración ha sido moralmente más fuerte. Europa lleva consigo muchas lacras, desde el colonialismo al nacionalismo, pero eso ha permitido abrir la conciencia. Dicho de otra manera: si algo de la cultura europea es reivindicable es que se trata de la única que ha hecho autocrítica, o que ha desarrollado una autocrítica como base moral. Si no es la única, es la que lo ha hecho con más fuerza. En nuestro mundo, con la voracidad que lo mezcla todo, es importante saber mantener una cierta capacidad de autocrítica.

-¿Se considera usted un pensador europeo? ¿Le gusta serlo?

-Sí, me considero un pensador europeo mediterráneo. Pero a la vez he sido, creo, un gran viajero, en el sentido clásico del término: en cada viaje he intentado deshacerme de los clichés propios para revestirme de lo que veía, porque la mejor cualidad del viajero es la de mirarse desde otros miradores, la posibilidad de abrirse a la otredad sin convertirse a la otredad. Nací europeo en una sociedad muy restrictiva, la franquista, y moriré como un europeo que se ha asomado a otras realidades sin dejar de ser lo que soy. Mis ejes de referencia son Europa y el Mediterráneo.

-Tras el Breviario de la aurora, ¿quedan desterrados definitivamente los mamotretos?

-No. De hecho, llevo ocho años trabajando en un mamotreto que verá la luz dentro de dos. En él expondré mis teorías sobre la creación literaria. De hecho, el Breviario nació como una destilación de esta obra. Como escritor manejo ritmos muy distintos, desde la pincelada hasta la navegación.

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