TEXTO SENTIDO

El estilo y el propósito

Rafael García Maldonado junto a su último libro.

Rafael García Maldonado junto a su último libro. / M. H.

Acabo de leer El desaliento (Anantes, 2022), última novela del malagueño Rafael Gª Maldonado, cuyo propósito es, principalmente, agarrar al lector por las solapas y zarandearlo un buen rato. Para lograrlo, y bien que lo logra, el autor se vale de dos herramientas: el argumento y el estilo.

El primero es astutamente engañoso (y sé que engañará a más de un incauto), en el sentido de que lo que nos cuenta no es, ni mucho menos, aquello de lo que de verdad trata la novela.

El argumento nos sitúa en África y nos habla, con un desarreglo narrativo muy trabajado (la trama supuestamente central está continuamente interrumpida), de unos españoles en un país subsahariano, de asesinatos truculentos y de intrigas diplomáticas y políticas; todo esto va generando una tensión lectora creciente que pide a gritos su desenlace.

Respecto a esto último tengo los labios sellados y nada más voy a decir.

Naturalmente, hay blancos y hay negros y hay culturas contrapuestas y unos pasados coloniales; por todo ello, el imponente fantasma del gran Conrad sobrevuela la novela y nuestras cabezas; así lo ha querido el autor, que es un conradiano confeso. La influencia de Conrad, sin embargo, no está en las circunstancias externas de sus historias marineras, sino en la naturaleza íntima de los conflictos que narra, porque, como tengo escrito en algún sitio, las tormentas de Conrad no nos impactan y amedrantan por ser atmosféricas, sino por ser verdaderas tempestades morales, que es donde está el verdadero busilis de El desaliento.

Quien se deje arrastrar por la tremenda historia de su trama, que insidiosamente aparenta ser la novela, difícilmente podrá sustraerse a leerla con los anteojos de la crítica llamada poscolonial. Es posible, claro, pero en el caso de esta novela es, sin duda, errar el tiro; el verdadero asunto, el tuétano de la novela, es el doble conflicto, psicológico y ético, del protagonista y narrador, un hombre corroído por una sensación de fracaso vital, de incompletud y de decisiones seguramente equivocadas o, cuando menos, equívocas.

Remedando el arranque de Ana Karénina, los hombres de todas las épocas han tenido esencialmente los mismos dilemas éticos, pero sus causas inmediatas y sus manifestaciones son en cada época distintas. El lector español reconocerá, sin duda, muchas de las manifestaciones de esos dilemas tal como aparecían en la España que pasaba del siglo XX y XXI, un paso que aún no ha terminado.

La arquitectura narrativa portante es hábil: dos parlamentos, uno largo y otro muy corto, disfrazados de conversación, de diálogo, pero que en realidad son dos monólogos dirigidos a dos escuchantes callados. El parlamento largo es el que ocupa casi toda la novela y que el protagonista le dirige a una vieja amiga. El corto es uno que dicha vieja amiga le dirige a otra escuchante amiga suya a su vez: un monólogo sobrecogedor sobre otro de los grandes debates morales de nuestro tiempo: el aborto. Es toda una revelación largamente esperada conocer algo de ese personaje que ha estado presente, pero invisible e inaudible, a lo largo de toda la novela, escuchando las largas explicaciones del narrador, no sabemos si con paciente hastío o con embeleso, y que sólo al final nos es dado conocer.

Hay otros personajes que aparecen intercalados en la novela, con sus propios capítulos diferenciados incluso tipográficamente, pero donde se apoya toda la historia es en los dos parlamentos aludidos. El resto son columnas ornamentales: importantes por el efecto que producen, pero no portantes.

La segunda herramienta del autor para zarandearnos a los lectores es el estilo, el personal lenguaje literario de R.G. Maldonado, hecho de una sintaxis densa, lujuriosa, de fraseo largo, que consigue la atención de los lectores, al menos de los buenos. En esta prosa elaborada y llena de recursos y de sorpresas resuenan ritmos y periodos de Conrad, de Faulkner y también del mejor Marías con sus párrafos “circunvolutos”. Una prosa como la de Gª Maldonado, aun contando “la realidad”, la sobrepasa, la ancla en significados más simbólicos y míticos que reales y uno se siente como un globo cautivo: atado a lo real pero en un espacio irreal, incómodo pero irresistiblemente ingrávido, aéreo, donde las cosas se ven a vista de pájaro, como desde un panopticón literario. Es el estilo el que nos instala en un observatorio distinto y nos deja ver, por tanto, una realidad distinta de lo que parece, más rica, más complicada y también más terrible muchas veces. El gran estilo –cuando existe– cambia nuestra percepción: ese es su gran poder.

En el texto que constituye El desaliento, vamos de recurso en recurso, de imagen poética en símil revelador, en un goce verbal y sonoro sin fin. Uno se sorprende ante “los linces ibéricos persiguiendo la majestad rumiante y cornuda de los gamos” y después entra, con un extraño naturalismo a la vez repugnante y lírico, en una calle llena de excrementos de “zorros voladores que colgaban de los árboles como las manzanas podridas del pomar de un cortijo de mi tierra”. Los horrores casi gore de ciertas escenas contrastan exaltantemente con “la hija flácida, lechosa y llena de pecas como en estallidos de canela en un arroz con leche”, y tras haber visto la monstruosa y soberbia imagen de un cadáver sobre “una mesa de madera en cuyos charcos de sangre se hacinaban moscas verdes entre zumbidos de avionetas carnívoras”, nos serenamos de pronto al encontrarnos, camuflado en un párrafo con la más exquisita ausencia de énfasis, un hermoso y perfecto endecasílado (¡hay ritmo en la prosa!) de esos que llaman enfáticos y a maiore, por tener acentos en la primera y sexta sílabas (además de en la undécima, como todo endecasílabo): “alma pecaminosa de papista”. A la inesperada perfección rítmica se añade ese sutil esbozo de aliteración con las pes de “papista” y de “pecaminosa”. Son las pequeñas joyas que un estilista puede regalarle al lector incluso en medio del más descarnado naturalismo.

En medio del más apesadumbrado desaliento, hay vida y estilo en la prosa de Maldonado.

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