La estrella que nace todos los días
Crítica de Teatro
LA PÍCARA
Teatro Echegaray. Dirección: Ery Nízar. Interpretación y coreografías: Mariché López. Composición y dirección musical: Juan Antonio Parra 'Zuri'. Interpretación musical: Juan Antonio Parra 'Zuri', Juanlu Marcelo, Javier Viana y Pelín Ruiz. Aforo: Unas 300 personas (lleno).
La Pícara es uno de esos espectáculos que llega a donde quiere llegar. La meta es en este caso la celebración de la creación como construcción de la personalidad, del arte como definición de lo que cada uno, por encima de cualquier otra consideración, es y quiere ser. El punto de partida es harto prometedor: La Pícara es una bailaora que, después de treinta y cuatro años de oficio, se para a pensar qué está haciendo. Para qué sirve, qué es, de dónde viene. Si lo suyo es el flamenco, entonces, ¿qué puñetas es el flamenco? ¿No debería saberlo? A partir de aquí, el primer valor del montaje es su material humano: Mariché López construye a su Pícara con mucho corazón, dando a cada tiento su sabor, creciéndose en el baile a través de los numerosos registros que visita en busca de sí misma. Para ello se alía con cuatro músicos excepcionales que, más allá de la hermosa composición de Juan Antonio Parra Zuri, conectan con la protagonista en interesantes juegos dramáticos (Javier Viana está, especialmente, para comérselo). El sello inconfundible de Ery Nízar se percibe en la asimilación personificada por parte de los cuatro músicos de las distintas emociones que recorren el instinto de La Pícara, en una estrategia deudora de la pixariana Del revés que funciona como mecanismo encauzador entre las coreografías. Mariché López tira bien de técnica a la hora de arrimarse al flamenco desde elementos que no lo son del todo para hacer justicia al argumento, y se lleva el gato al agua merced a una interpretación depurada y valiente en el baile. Algunos apuntes, como las proyecciones, matizan el conjunto sin estorbar. Le sienta bien la limpieza a esta Pícara por cuanto sabe decir mucho con muy poco.
Sin embargo, uno termina echando de menos un mayor desarrollo dramático del personaje y, por extensión, del espectáculo. Hay en La Pícara un posible caudal de emociones que se queda apenas insinuado y, por lo tanto, desaprovechado. No hace falta más texto, pero si de hacer algo distinto de un concierto se trataba, sí, tal vez, un mayor número de acontecimientos. El montaje sufre además alguna descompensación: los pasajes instrumentales de presuntas búsquedas de lenguajes musicales terminan pareciéndose demasiado al desbarre habitual que sucede en los ensayos de un grupo cuando los músicos se aburren, mientras que el final se da de manera un tanto precipitada. Una pizca añadida de sabiduría escénica habría sacado de La Pícara, la estrella que quiere nacer todos los días, mucha más enjundia a cambio.
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