Juan Jacinto Muñoz Rengel. Escritor

"El gran error de la postmodernidad es creer que se está inventando algo"

  • El escritor malagueño presenta 'El asesino hipocondríaco' (Plaza y Janés), una mirada libre al género policiaco laureada por Saramago.

Digámoslo de una vez: El asesino hipocondríaco es una de las novelas más originales, frescas, divertidas y exigentes de los últimos años. Una verdadera llamada de atención al adormecido paisaje de la literatura española contemporánea. Su autor, Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974), ya había demostrado mucho con libros de relatos como 88 Mill Lane (2006) y De mecánica y alquimia (2009); pero su señor Y., un criminal a sueldo de moral kantiana que se adjudica todas las enfermedades posibles y que debe cumplir un encargo delicado el mismo día de su posible muerte, es una creación tan genial como estimulante. Muñoz Rengel invoca además en su obra a los filósofos y escritores de todas las épocas con mayor inclinación al diagnóstico fatal. El resultado es un festival de literatura y buen humor.

-Parece evidente que el señor Y. nace de la suma de muchas intuiciones y experiencias. ¿Cabe incluir la suya propia?

-Soy muy metódico, tal vez perfeccionista, pero no hipocondríaco, que conste. El personaje nació para sostener una novela que, de otra manera, parecería un cajón desastre, con su historia por un lado y las vidas de escritores y filósofos por otro. Lo que le da unidad es que es la misma voz la que lo cuenta todo desde su interpretación de la realidad. Es una estela que sigue al Holden Caulfield de El guardián entre el centeno de Salinger, donde todo se narra desde la voz y la mirada de un adolescente. Y luego está American psycho, que nos permite entrar en la mente de un asesino odioso. Decidí combinar estos dos elementos, el asesino despiadado que mata por dinero y a la vez es hipersensible hasta la hipocondría. Una vez que lo tuve en la cabeza, vino todo lo demás. Me apetecía hacer algo gamberro y sorprender al lector con elementos que no espera, con mucho humor, algo que pudiera ser innovador y actual sin ser mutante. En lo mutante hay, por ahora, mucha teoría y poca obra.

-La idea de partida parece propia de un relato: un tipo dispone de un día para matar a otro, antes de su propia muerte. Y también las digresiones funcionan como cuentos. ¿Se trata, tal vez, de alguna deuda con el género breve, en el que ya había destacado usted?

-Sí hay una estructura similar a la del relato en el sentido de que cada vida de filósofo tiende a tener unidad propia, a cerrarse una vez expuesta, aunque no pueda leerse de manera independiente. En realidad, las digresiones funcionan como anécdotas, como caricaturas de los filósofos y escritores. Por eso los describo de manera exagerada, con grandes cabezas, como muñegotes, porque quería que se vieran así para restar gravedad al asunto. El Kant que aparece en la novela no es el Kant real, por más que las anécdotas que se cuentan sobre él sí sean reales. Es el señor Y. el que amplía su mundo mediante la imagen que fabrica de sus héroes.

-El escritor Ricardo Menéndez Salmón, que estudió Filosofía como usted, decía que la ficción ya quedó consolidada como una tercera vía para la expresión de ideas filosóficas en el siglo XX. Aunque su novela no sea estrictamente filosófica, ¿ha tenido al menos alguna intención al respecto?

-Las aportaciones filosóficas que aparecen en la novela se hacen desde la comedia, y también a modo de homenaje cariñoso a los filósofos hipocondríacos. Pero estoy de acuerdo con Ricardo en que es posible ofrecer un contenido filosófico fuera de la posición académica, desde la ficción, como una idea que va creciendo entre líneas. En mi novela, la presencia del imperativo categórico está bastante clara, pero también argumentos como la vida, la muerte y la orfandad, a través de personas que sentían la muerte muy cerca y por ello escribían sobre la vida de manera muy poderosa. Precisamente porque estaban enfermos y no salían de casa escribían mucho. Si comparamos las aportaciones a la filosofía ilustrada del Kant que nunca salió de Königsberg y el Casanova que estaba siempre de parranda obtendremos un ejemplo bastante eficaz.

-El asesino hipocondríaco brinda una mirada al género policiaco pero su naturaleza es muy distinta. ¿Había por su parte algún ánimo cervantino de pervertir el género?

-El Quijote, al igual que mi novela, se basa en un personaje que tiene una visión deformada de la realidad. La novela es realista, pero la mirada del protagonista no lo es. En mi obra, el elemento fantástico es el modo en que el personaje interpreta la realidad. Y también hago mío el gusto de Cervantes de meter novelas dentro de otras. Respecto a lo que dices de los géneros, es cierto que algunos pueden estar hoy saturados por una publicación masiva de títulos. Creo que una buena solución, como hacía Cervantes, es la hibridación. Tal vez algún lector crea que está ante una novela policiaca cuando vea la portada del libro y lea el primer capítulo. Pero, a partir de ahí, el territorio que pise será distinto.

-¿Distinto en el sentido de nuevo?

-La fusión de novela policiaca, humor y metaliteratura me parecía innovadora. Pero, en realidad, la posibilidad de combinar elementos ha sido siempre la base de toda creación. Ya lo decía Aristóteles. Todo está inventado, lo único que podemos hacer es mezclarlo, a ver qué sale. La única diferencia es que hoy disponemos de mucha más información y podemos ampliar nuestra paleta de colores. Sobre eso hay que crecer. Ése es el gran error de los mutantes y de la postmodernidad: creen que hacen algo que no ha hecho nadie, cuando lo que ellos ofrecen ya lo han rematado otros antes muchas veces.

-Pero desde los suplementos literarios y culturales no dejan de bombardear con decálogos sobre cómo debe ser la novela del siglo XXI. ¿Qué opina al respecto?

-En todas las épocas se tiende a pensar que se es más moderno que nadie. En esta época ocurre lo mismo, pero además tenemos un exceso de información y cualquiera puede pensar que lo controla todo. Quizá por eso mucha gente se ha puesto a hablar del fin de la novela, cuando en realidad siempre se ha hablado de la literatura en términos de decadencia. Ahora parece que lo que está en crisis es la narratividad, pero el hecho narrativo va a existir siempre y lo nuevo que podamos sacar de él vendrá en la medida en que combinemos cosas. Yo puedo entender que un escritor con cuarenta novelas publicadas y en plena madurez pueda dar su idea respecto al presente y el futuro de la literatura, pero lo curioso es que hoy vemos a autores que sin haber llegado ni de lejos a ese nivel ya están teorizando sobre lo que debería ser la novela. Hay mucho divismo, y el divismo da lugar a que se hable mucho. Lo que hay que hacer es escribir, pero ni siquiera el hecho de escribir mucho te da derecho a sentar cátedra. Como mucho, te da una visión de conjunto.

-Volviendo a la novela, su humor se acentúa incluso al tratar el tema del suicidio. Pero ¿sigue siendo el problema filosófico más importante, como decía Camus?

-El suicidio tenía que aparecer en una novela en la que se habla sobre la muerte desde la primera página. Pero quise solucionarlo desde un punto de vista más de andar por casa, con un tono urbano. No tanto desde una perspectiva existencialista, sino desde el yo. Y ahí sí es posible hacerlo con humor.

-No hemos hablado de Borges. Y eso que los protagonistas de su novela son argentinos.

-Borges, a quien admiro, se empeñaba a menudo con frialdad en aportar verosimilitud. Yo no.

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