Chucho Valdés. Músico

"Lo mejor que hemos hecho los músicos cubanos es encontrarnos a nosotros mismos"

  • El maestro del jazz afrocubano llega hoy al Portón del Jazz en Alhaurín de la Torre para repasar las luminarias de una carrera bendecida por ocho Grammys y el reconocimiento general como uno de los grandes del género.

Atiende Chucho Valdés (Quivicán, Cuba, 1941) en su casa de Benalmádena, en la que desde hace dos años reside junto a su padre, Bebo Valdés. Hoy comparecerá con su quinteto a las 22:30 en el Portón del Jazz de Alhaurín de la Torre, con todas las entradas vendidas, en uno de los pocos conciertos que ofrecerá este verano antes de embarcarse el próximo otoño en una nueva gira por Canadá y Estados Unidos. Mientras tanto, ultima un nuevo disco en el que reforzará los sonidos africanos y en el que se asomará de manera abierta al flamenco. Su autoridad en la historia de la música reciente, como pionero del jazz afrocubano, es incontestable: ha ganado ocho Grammys, posee el doctorado en Berkeley, ha grabado casi 90 discos, ha compartido escenario en todo el mundo con la primerísima fila del jazz, ha triunfado en todos los grandes festivales del planeta y figura permanentemente entre los diez mejores pianistas del género de todos los tiempos, siempre cerca de su adorado Bill Evans. En esta entrevista recuerda con emoción los primeros años de Irakere y advierte de que lo mejor siempre está por llegar. Conviene creerle.

-En sus últimos conciertos suele recrear a su gusto standards y obras claves de los maestros del jazz junto a un repertorio popular y piezas suyas. ¿Qué puede esperar el público del Portón del Jazz?

-En Alhaurín de la Torre vamos a hacer un concierto especial que estará basado en las obras que me han permitido ganar mis ocho Grammys, el último de ellos por Chucho's steps. También vamos a adelantar algunos temas del disco nuevo, en el que aún estamos trabajando y que tendrá un sonido mucho más africano, además de una aproximación más abierta al flamenco. Y también habrá, por supuesto, algunas sorpresas.

-Cuando habla de un sonido más africano, ¿se refiere tal vez a una vuelta a los orígenes de Irakere?

-Sí, es posible. Lo que ocurre es que uno trabaja siempre a partir de las raíces afrocubanas, y a partir de ahí se trata de combinar elementos diferentes. Se empieza a construir con el ritmo, luego con la improvisación y por último se van asentando las confluencias. Si he decidido trabajar con el flamenco es porque su herencia es también poderosamente africana. Había una conexión evidente con la música afrocubana y he decidido explorarla. Pero ya ves, esto mismo lo vengo haciendo desde antes de Irakere.

-Precisamente, hoy es muy común encontrar grupos de jazz en todo el mundo que, sin ser necesariamente de adscripción afrocubana, incorporan congas y tumbadoras. La influencia de Irakere resultó fundamental en este sentido. ¿Necesitaba el jazz un fenómeno como el que ustedes propiciaron?

-Sí, yo creo que la influencia de Irakere en el jazz continúa muy viva. Hace poco volví a leer en algún sitio que Irakere supuso un antes y un después en la historia del jazz, y ya en los primeros años del grupo oía cosas parecidas. Para ser honestos, el primer impulsor de todo aquello fue David Brubeck. Coincidimos con él en un festival en Polonia, en 1978, presentamos nuestra Misa Negra y nada más terminar nuestro concierto vino a vernos emocionado. Nos dijo que nunca había escuchado nada igual y que todo el mundo tenía que escuchar lo que hacíamos. Allí estábamos Paquito D'Rivera, Cachao, los de entonces, y a todos nos sorprendió aquella reacción. Pero lo cierto es que se lo tomó muy en serio, se hizo con todas nuestras grabaciones y empezó a repartirlas entre todos los músicos de Nueva York. Poco tiempo después ya nos conocían bien en Estados Unidos.

-En esa proyección también fue importante la atención que maestros como Dizzy Gillespie prestaron a su música. ¿La esperaban?

-No, algo así no se espera nunca. Pero aquel mismo año Dizzy Gillespie y Stan Getz fueron a La Habana. En el mismo 1978 debutamos en Estados Unidos, grabamos por primera vez en Columbia y tocamos en el Carnegie Hall. Recuerdo aquel concierto de manera muy especial. Se vendieron todas las entradas y casi todo el público estaba formado por músicos. Pero aun así, al final terminamos más músicos en el escenario que en las butacas.

-Recientemente decía en una entrevista John Scofield que lo mejor que hicieron los músicos de jazz europeos fue olvidarse del jazz norteamericano. ¿Podría aplicarse esta lectura a Irakere y al resto de músicos cubanos?

-Lo mejor que hemos hecho los músicos cubanos es encontrarnos a nosotros mismos. Pero toda la vida habrá que seguir prestando atención a los maestros de Estados Unidos si te dedicas al jazz. Eso es así. Es importante buscar las propias raíces, conocerse, querer lo mejor de tu propia tradición, pero las líneas maestras del jazz son muy claras.

-¿Sus maestros, entonces, han sido pianistas estadounidenses? Imagino que su padre también tendrá algo que decir.

-Claro, cuando empiezas a hacer música siempre tomas elementos de otros músicos. Y mi padre me ponía en casa a Thelonious Monk y a Bud Powell, así que musicalmente crecí con ellos. Pero luego conocí a gente como David Brubeck, Miles Davis y especialmente Bill Evans y fui incorporando toda aquella riqueza a mi música. Evans es uno de mis pianistas favoritos y posiblemente el que más cosas me ha hecho descubrir. A lo largo de mi carrera he tenido oportunidad de tocar con Herbie Hancock, Chick Corea, Keith Jarrett, Oscar Peterson y de todos he aprendido mucho. Pero un pianista que me interesa especialmente es Ahmad Jamal. Creo su trío es el más original del jazz contemporáneo. Tuvo la oportunidad de tocar con él en Niza, en un concierto de piano solo en el que también estuvo Tete Montoliú, y lo disfruté enormemente.

-Además del jazz, usted conoce con profundidad la historia de la música cubana y ha trabajado con músicos de otros géneros. Su colaboración con Silvio Rodríguez, por ejemplo, fue histórica. Más allá de su abrumadora calidad, ¿qué rasgo distinguiría usted en la música cubana, popular y culta?

-El problema de la música cubana es un problema de tradición, y ahí confluyen precisamente lo popular y lo culto. Esa tradición tiene raíces tanto españolas como africanas, pero todo se ha resuelto siempre a través del ritmo. A partir del siglo XVIII, compositores como Nicolás Ruiz Espadero y Ernesto Lecuona fueron a estudiar a Europa y luego llevaron de vuelta a Cuba todo lo que habían aprendido. Hoy, sólo en La Habana, que es una ciudad relativamente pequeña, hay seis conservatorios oficiales y profesionales de música, que imparten una formación académica muy seria y muy rigurosa. Lo sé porque mis hijos han estudiado en ellos. Luego los músicos encuentran la música popular en la calle, así que la síntesis continúa intacta.

-La Diputación de Málaga le ha nombrado Hijo adoptivo de la provincia, aunque algunos malagueños melómanos preferiríamos adoptarlo como padre.

-Es un honor, un honor enorme. No he encontrado más que cariño por todas partes.

-Ahora que es malagueño, ¿no le tienta asomarse desde aquí al jazz mediterráneo? ¿Le interesaría tocar con Dhafer Youssef?

-Por supuesto. Te diré, de hecho, que tengo algo guardado debajo de la manga, como decimos en Cuba.

-¿Le ha dado la música lo que esperaba? ¿Ha merecido la pena?

-Yo diría que sí, que ha merecido la pena. Pero, ¿sabes?, uno nunca se queda satisfecho al 100%. Estoy contento con mi trayectoria, pero soy muy consciente de que hay cosas que puedo hacer mejor. Sin embargo, sentir eso es lo que te da ánimo y salud para seguir adelante. Así que estaremos en ello.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios