‘Superestar’ en Macondo
El hombre es un ser sádico
Llega 'Los juegos del hambre', adaptación de la trilogía de Suzanne Collins, una saga millonaria del cine norteamericano que surge del concepto macabro del entretenimiento


Imagínese estar en un pasillo que lleva a dos puertas. Si atraviesa la primera, usted se convertirá en productor de cine. Si en su defecto, atraviesa la otra, será director. Elija la que elija, el proyecto que le llevará a la cumbre, lo tiene escrito, grapado y firmado por un muchacho al que solo conoce su madre. Si desea dirigirlo (y tenga en cuenta que será su primer trabajo como director), pondrá su sello de identidad en una película que bien podría llevárselo por delante o bien podría dejarle en la primera línea de realizadores cinematográficos. Producirla le convertiría en la persona que sacó a esa gente de la inmundicia, que convirtió al director desconocido en el más respetado, y que se encuentra en la revista Forbes como una de las personas más ricas del mundo. La Warner Bros se suele encargar de supervisar esta paradoja, hasta el punto en que cualquier jugada que haga, será la ganadora. Obras maestras como El Caballero Oscuro y Origen se iniciaron claramente como ensayos de estilistas que buscaban que algo que funcionase bien funcionase de maravilla. Pero el caso de otro bluckbuster de la Warner, como es Sherlock Holmes se ha convertido fácilmente en una película de culto para las generaciones actuales, sin poseer ningún rasgo conceptual propio de Guy Ritchie. Ése sí sería el ejemplo apropiado para nuestra hipotética reflexión inicial, y el otro, sería el de Los juegos del hambre.
La trilogía de Suzanne Collins surge de un concepto tan macabro, como es el entretenimiento. Si bien define al hombre como un ser sádico, muy probablemente no se equivoque. Danzad, danzad malditos emergía de esa confrontación moral, para darle la razón a cualquiera que piense que un ser superior es superior porque tiene algo con lo que poder compararse. Si ese algo se mueve entre sudor y llantos, esperando algún tipo de premio, acabará por constituir un entretenimiento. De ahí a que las novelas de Collins sean tan duras tanto en concepto como en desarrollo, hasta constituir un canto a la violencia que no pretende serlo. Sin embargo, su enérgica adaptación al cine se corresponde con la antítesis de Crepúsculo. ¿Es Jennifer Lawrence la responsable? Por lo menos, es una de ellas. Sólo ella puede corretear por los escenarios mientras magnetiza al público con un andar que arrastra tantas emociones a su letargo que dejan a Collins, como narradora, totalmente por los suelos.
El best-seller que tan poco abusa de originalidad se queda pequeño frente a una actriz que nos narraría la novela sólo con la mirada. Toda una valkiria que le sirve a Los juegos del hambre para ser un ejercicio de propaganda y estilo que bien hace en arropar a la adolescencia en un ideal de gran trascendencia. Después de todo, los bluckbusters funcionan así. Son sueños dentro de sueños que sumergen a su público en ilusiones favorecidas por un lado y desfavorecidas por otro. Vivir para ver, hoy se vive de una clase de espectáculo que reside, justamente, en otro espectáculo. Otra paradoja de las productoras.
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