"Aún quedan imbéciles que afirman que el Islam no es compatible con la democracia"

alberto manguel. escritor

El autor de 'Una historia de la lectura', recientemente galardonado con el Premio Formentor, abrió ayer el ciclo dedicado la imaginación que organiza la Fundación Rafael Pérez Estrada

Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948), ayer, antes de la entrevista. / Marilú Báez
Pablo Bujalance

Málaga, 06 de junio 2017 - 02:03

El escritor y traductor argentino-canadiense Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) pasó su infancia en Israel y regresó posteriormente a su Argentina natal, donde entre 1964 y 1968 ejerció de lector para un Jorge Luis Borges ya ciego. Su obra, escrita principalmente en inglés, incluye libros como La puerta de marfil (1991), Una historia de la lectura (1996), El regreso (2005) y El viajero, la torre y la larva (2014), además de diversas antologías de literatura fantástica, que confirman su posición de gigante en la literatura contemporánea, ratificada hace sólo unos días con el Premio Formentor. El también director de la Biblioteca Nacional de la República Argentina y miembro de número de la Academia Argentina de las Letras inauguró ayer en la Casa Gerald Brenan la segunda edición del seminario Estar en la nubes, que organiza la Fundación Rafael Pérez Estrada, esta vez bajo el lema Símbolos e imaginación poética.

-A tenor del éxito de las fórmulas narrativas de no ficción y de los escritores que parecen preferir el acontecimiento, ¿es la imaginación la gran desahuciada de la literatura del siglo XXI?

-Es que lo que usted llama el acontecimiento es un producto de la imaginación. Fisiológicamente percibimos la experiencia del mundo a través de nuestras sensaciones, pero lo que recibimos es siempre fragmentario: tocamos la madera, olemos la atmósfera, vemos ciertas imágenes. Pero para convertir esas sensaciones en una narración coherente necesitamos la imaginación, que viene a ser la gramática de ese texto fragmentario. Por otra parte, dudo que el uso de referentes llamados reales sea algo exclusivo de la época contemporánea. Herodoto y San Agustín fueron bastante populares, y lo siguen siendo. Y eran conscientes de que esa narración histórica o autobiográfica se construía a partir de la estructura imaginaria que le daban a ciertos elementos que reconocían como hechos.

"Por más códigos de veracidad que queramos imponer, lo que prevalece es la realidad de la imaginación"

-Pero, ¿es la literatura realista necesariamente menos imaginativa que la fantástica? ¿Hay sin remedio más imaginación en Borges que en Dostoievsky?

-Por mi parte, no confío mucho en las etiquetas. La distinción entre literatura realista y literatura fantástica implica una cierta pereza de pensamiento. Obviamente, Dostoievksy tuvo que imaginar y soñar situaciones y personajes. Y Borges utilizaba hechos de la realidad para concebir sus ficciones. Así que no sé cuán útil es establecer estas diferencias, porque no podemos comprobarlas ni en la creación ni en la lectura de esa creación. Sabemos que Caperucita Roja no es real, como no lo es el Lobo Feroz, pero el peligro que implica desviarse de una ruta determinada y el miedo que sentimos frente a los encuentros desconocidos son absolutamente reales.

-Eso me hace recordar una anécdota que cuenta el director teatral Peter Brook: en una visita a Verona, un guía turístico le llevó por los lugares en los que, según él, vivieron Romeo y Julieta junto a sus familias, se enamoraron y murieron. Brook, preocupado, se dirigió al guía y le puntualizó: "Usted sabe que Romeo y Julieta nunca existieron, ¿verdad? Son sólo personajes de ficción". Y el guía le respondió: "Verá, aquí en Verona creemos que el que no existió nunca es Shakespeare".

-Exactamente. Ese guía tenía toda la razón. Shakespeare es mucho menos real que Romeo y Julieta, del mismo modo en que Cervantes es mucho menos real que Don Quijote y Alonso Quijano es también mucho menos real que Don Quijote. Por más que queramos imponer ciertos códigos de veracidad a nuestra experiencia del mundo, lo que prevalece con más peso es la realidad de la imaginación. Y no digo esto en el sentido de las verdades falsas, medias verdades y las mentiras de alguien como Donald Trump, sino en el sentido más profundo de lo que llamamos fe poética, y que vendría a ser la creencia en la realidad que nos imponen nuestros sentidos imaginativos. Nosotros sabemos que la búsqueda del acto justo de Don Quijote, idéntica por otra parte a la búsqueda del acto justo de Sócrates, es real para todos los seres humanos. Y sabemos que ésa es la realidad imaginativa que nos guía y nos sostiene cada día. La vida sería insoportable sin ella.

-Sin embargo, ¿es tan fácil distinguir entre esa fe poética y el fundamentalismo? Orhan Pamuk escribió una novela, La vida nueva, en lo que lo ponía en duda.

-Creo que, de alguna manera profunda, nosotros sabemos distinguir entre mentira y mentira y verdad y verdad. Lo que Dante llamaba "errores no falsos". En definitiva, las mentiras que cuentan verdades profundas. Lo que la ficción hace en el mejor de los casos es algo muy distinto de las mentiras políticas y las del extremismo religioso u otro cualquiera. Hoy día tenemos ejemplos muy concretos de esas diferencias entre religión y extremismo religioso. Determinados imbéciles dicen aún que el Islam es incompatible con la democracia; bien, es incompatible para ellos, porque no saben distinguir entre extremismo religioso y la estructura de una religión, con fe o sin fe. Se puede entender y creer en las propuestas de una religión sin tener la fe en el dogma; y se puede tener una fe extrema en el dogma e imponer su propia interpretación y dejar de lado todas las sutilezas y paradojas sociales y psicológicas que la religión implica.

-¿Y dónde está la clave para la superación del extremismo con el beneplácito de la fe?

-Vuelvo a la cuestión de la pereza intelectual: estos problemas no son simples. Y no lo son porque no tienen respuestas, al menos fáciles. Pero lo extraordinario del ser humano es su habilidad para mantener la tensión entre los dos extremos de la paradoja. Necesitamos seguir haciéndolo para considerarnos más o menos inteligentes. Estas adversidades se presentan constantemente, y es un error caer en un extremo o en el otro. Lo importante es mantenernos en el campo intelectual de la tensión.

-Afirmó Ray Bradbury poco antes de morir, en referencia a Fahrenheit 451, que al final no hacía falta liarse a quemar los libros para extinguirlos: convertirlos en electrodomésticos era una solución mucho más elegante. ¿El futuro de la literatura pasa por la supervivencia del libro tal y como lo hemos conocido siempre?

-Bueno, en realidad ya hemos conocido el libro de diferentes maneras, en tablillas de barro, en papiros, en diversas clases de manuscritos y otras muchas. Si nos referimos al libro como objeto impreso, yo creo que va a continuar, sencillamente porque, como la rueda o el cuchillo, es una invención perfecta. No podemos dejarla de lado sin el riesgo de perder algo muy útil. Ahora bien, al mismo tiempo, la escritura ha tenido desde su misma invención hacia adelante muchos soportes, de los cuales el más reciente es el de la tecnología electrónica, que tiene ya casi un siglo. Estamos en el amanecer de una nueva tecnología que aún no conocemos y que podría pasar por chips implantados en el cerebro y otras muchas cosas que empiezan a desarrollarse ahora. Creo que lo fundamental es que seamos conscientes del uso que hacemos de la tecnología, no la tecnología en sí misma. Toda tecnología es útil o peligrosa. Un cuchillo puede servir para cortar el pan o para asesinar a alguien. El hecho de que un libro impreso sea útil porque no necesita ninguna otra energía para su funcionamiento y porque puede ser transportado fácilmente no significa que sea el único instrumento capacitado para su uso.

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