La infancia desdichadaSoles y brumas
Hay toda una literatura dedicada a la infancia. Una literatura cuya exploración comienza, no en el XVIII/XIX de Rousseau y de Dickens, sino al inicio mismo de la modernidad, cuando Lázaro de Tormes abre la infortunada senda de estos pequeños héroes, valerosos y heridos. El testamento de un bromista es un ejemplo más, pero un ejemplo extraordinario, del interés que el arte ha demostrado, desde entonces, por el destino de la infancia. Un interés que se vio acrecentado por la moderna institución de colegios y orfanatos en tiempos de la Ilustración; pero cuyo origen quizá haya que buscar en el retrato de la intimidad burguesa que acometieron, cada uno a su modo, románticos e ilustrados.
Una intimidad mezquina, brutal y ordenancista es la que Vallès acuña en estas breves estampas de la Francia de 1869. No se trata, aun así, del cruel desvalimiento en que se hallaron los personajes de Dickens y Edmondo de Amicis; o de la abrumadora soledad que padecieron, en un Londres húmedo y vertiginoso, los hermanos De Quincey; y tampoco del perverso adoctrinamiento que infligirá Sade a sus víctimas. La desdicha que atañe al joven Vallès es la propia de una familia áspera y sin afectos, pero que sin embargo guarda una apariencia de humanidad y decoro, acorde con su clase. En el interior del hogar, sin embargo, el niño Vallès sólo recabaría una violencia inicua y deliberada y un alimento escaso. Escrito con un duro y conmovedor desapego, El testamento de un bromista es también el relato de una conversión y de una forja: la forja de un muchacho, fortalecido por la brutalidad de sus padres, y la resuelta conversión de un niño a la causa de los desfavorecidos. No en vano, el Vallès adulto sería un destacado agitador social, vinculado a la Comuna. Y es probable que fuera esa vida de privaciones y sobresaltos -la vida del conspirador exiliado y del panfletario- la que precipitara su muerte en febrero de 1885.
En el principio, sin embargo, fue el niño. Y el niño que Vallès recuerda en estas páginas ha sustanciado ya su dolor, ha diluido su cólera, en una adusta y melancólica grandeza.
EL TESTAMENTO DE UN BROMISTA
Jules Vallès. Trad. Luis Eduardo Rivera. Periférica. Cáceres, 2016. 96 págs. 12 euros
El propio Rubén Darío se autodefinía como "peregrino de arte de americanas tierras" y lo cierto es que no dejó de viajar de un lado para otro ni de enviar, desde los lugares en los que residió o por los que pasaba, crónicas que aparecían en su periódico de cabecera, La Nación de Buenos Aires, y eran después recogidas en libros de prosa tan renovadora como lo fue su verso. Dos de ellos reunieron sus impresiones de la "madre patria" en los años de entre siglos: España contemporánea (1901), que describía el deprimido ambiente tras la guerra de Cuba, y Tierras solares (1904), primero de los suyos publicado en la península y fruto de una estancia prescrita para la curación de una "bronquitis alcohólica".
La nueva edición de este último, al cuidado de Noel Rivas, coincide con el centenario de la muerte de Darío e incluye, además del embrión original del libro -formado por los artículos dedicados a Barcelona, Andalucía, Gibraltar y Tánger-, los que tratan de Venecia y Florencia y la serie, separada de la anterior, que llevaba inicialmente el título de Horas errantes, donde el cronista agrupó los itinerarios inmediatamente posteriores por las "tierras de bruma": Bélgica, Alemania y Austria-Hungría.
Cuando a finales de 1903 Darío conoce Andalucía -Málaga, Granada, Sevilla, Córdoba fueron las ciudades en las que estuvo- tiene en la cabeza la imagen exótica y orientalizante que difundieron los viajeros románticos, cuyos tópicos reproduce o desmonta. Con la vista puesta en el pasado, lamenta la desnaturalización derivada del progreso o la mirada simplificadora del turismo, percibe los ecos de un esplendor -miliunanochesco, dice un tanto cómicamente- asociado a la "herencia arábiga" e identifica un fondo de tristeza que, como en la poesía de su joven y devoto discípulo Juan Ramón Jiménez, contradice la estampa habitual, sin ocultar la pobreza o incluso la miseria que late bajo el pintoresquismo. Son crónicas caprichosas, aunque llenas de encanto, que aspiran a ser críticas pero no siempre se libran de los estereotipos y parecen de antemano, como las de tantos otros visitantes, predispuestas a la elegía.
TIERRAS SOLARES
Rubén Darío. Ed. Noel Rivas Bravo. Renacimiento. Sevilla, 2016. 224 páginas. 16 euros
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