maría elvira roca barea. escritora

"Es inmoral aceptar que hay ciudadanos de primera y de segunda"

  • Tras un convertir 'Imperiofobia y leyenda negra' en un fenómeno tan amplio como oportuno, la autora malagueña revela su lado más cervantino en '6 relatos ejemplares 6'

Recibe María Elvira Roca Barea (El Borge, Málaga, 1966) a Málaga Hoy en el despacho del abogado Mariano Vergara. Sus manos, que hasta entonces han estado trabajando frenéticamente en un ordenador portátil, hacen un descanso y se posan sobre su último libro, 6 relatos ejemplares 6 (Siruela), un volumen que desmonta la propaganda protestante que cundió en la Europa Occidental de los siglos XVI y XVII a través de personajes históricos como Ana de Sajonia, William Shakespeare, Jorge Plantagenet y Juan Calvino. Con 17 ediciones y 100.000 ejemplares vendidos, su anterior trabajo, Imperiofobia y leyenda negra, es uno de los ensayos de mayor éxito en los últimos años en España.

-Ante todo, ¿cuándo y por qué optó por el relato en lugar del ensayo para abordar el luteranismo?

Tras la irrupción del protestantismo, Occidente embarrancó en un materialismo excluyente"Hablar de la 'puta España' y del 'país de mierda' es decir que se es mejor que el resto. Y esto también es racismo"

-No distingo un momento claro en que tomara esa decisión. Ya me pasó mientras escribía Imperiofobia, e incluso ates: de pronto te encuentras una historia fascinante y comprender que lo mejor es contarla fuera del tono académico, de lo que llamo prospecto de Ibuprofeno, que ya evité en Imperiofobia. Cuando te asomas a determinadas zonas que no son habitualmente frecuentadas hallas verdaderos mundos por descubrir, y eso no puedes narrarlo de manera aséptica, como si no existiera el autor, lo que por otra parte es imposible. Fui anotando algunas de estas historias y cuando terminé Imperiofobia recuperé estas notas y las distribuí en tres áreas: las relacionadas respectivamente con la Inglaterra anglicana, el Sacro-Imperio luterano y el ámbito flamenco-orangista. Escogí dos historias de cada uno de todos estos territorios, seguramente los menos conocidos, en todo caso los que con más claridad demostraban que no hay nada vinculado al protestantismo que tenga que ver con una superioridad moral frente al sur. Lo que sí urdió el luteranismo fue un trampantojo genial, una campaña publicitaria verdaderamente magnífica, que dibujó un mapa de la Europa Occidental que sigue vigente.

-Los relatos adoptan la perspectiva de personajes secundarios, nunca de los protagonistas históricos. ¿Se trataba de ponérselo más fácil así al lector?

-Los protagonistas son personajes, digamos, muy históricos. Era peligroso hacerles intervenir directamente, pero es que, además, no me parecía lo más conveniente darle voz a Shakespeare. Debía estar presente todo el tiempo pero sin tomar parte. Sé que la literatura otorga poder para hacerlo, pero un cierto pudor me lo ha impedido. Por eso, el único personaje que se expresa en el libro en primera persona es el narrador de El sembrador de peste, el relato dedicado a Calvino, porque es un personaje desconocido. Ahí no había peligro. Pero hay que ser Marguerite Yourcenar para escribir Memorias de Adriano.

-Pero Yourcenar partía con más ventaja que usted en cuanto a la distancia de los acontecimientos.

-Sí, la distancia del Imperio Romano, un patio donde narradores del mundo entran a buscar inspiración. Pero si decidí escribir este libro fue porque me cercioré de que no se había hecho algo así antes. Cuando los autores católicos escriben sobre estos asuntos en forma de relato desde el siglo XIX lo hacen adoptando la pauta protestante. No entra dentro de los cánones la asunción de temas narrativos fuera de esa apuesta: los piratas siempre son buenos y los gobernadores españoles siempre son malos. Innovar tiene sus riesgos. Voy en solitario en este viaje por la zona prohibida de Europa.

-¿Hay una línea de continuidad entre el viejo escrúpulo protestante hacia el sur de Europa y los supremacismos actuales?

-Sí, hay una línea ininterrumpida hasta hoy, tanto en América como aquí, que nace de la composición del mundo en la Cristiandad. Y es el cristianismo protestante el que considera que es moralmente superior a todos los demás. Con este criterio se amuebla el racismo científico del siglo XIX, una monstruosidad que ha causado millones de muertos y sobre la que ha caído un tupido manto de silencio. Desde hace mucho, en el mundo occidental, los católicos no ven más que a través de los ojos de los protestantes: son éstos los que lo iluminan y oscurecen lo que hay que ver y lo que no. Y es terrible.

-¿Entraña esta idea el fracaso de la Contrarreforma?

-Tú la estás llamando Contrarreforma. Imagínate si ha fracasado. El catolicismo nunca fue capaz de hacer frente a la guerra de las palabras ni a la guerra de las imágenes. Se estrelló, y sigue estrellado. Y en un momento dado asumió que sí, que era moralmente inferior, que los cismáticos y heréticos no eran tales sino reformadores. Y lo que se reforma es aquello que necesita un arreglo, lo que no funciona. A partir de aquí, quedamos los que estábamos al abrigo de la Contrarreforma: los que éramos contrarios a que se arreglara lo que debía ser arreglado. Yo nunca he tenido una formación católica, pero veo a los católicos perdidos, lastrados por sus propios complejos. Y mira que hay buenas cabezas en el catolicismo. Es una pena, porque hablamos de nuestro mundo. A ver quién ha sido capaz de poner los pilares del derecho, del arte, de la literatura, de lo que quieras. Un protestante tendrá que venir al Mediterráneo para encontrar aquello que llama civilización. Lo ha tenido que aprender, se lo ha llevado de aquí. Este mundo nuestro tiene mucho que enseñar.

-¿Y por dónde debería empezar?

-La versión civilizada del capitalismo era la que iba evolucionando desde aquí, desde el Mediterráneo. Y aquella irrupción brutal del norte, consecuencia de una acumulación de complejos no asumidos, embarrancó la civilización occidental en un materialismo excluyente, de supremacismo racial o de cualquier otro tipo, y generó las catástrofes que conocemos todos. Ni una sola de ellas ha salido del sur. Para mí, además, la cuestión estética es muy importante. Y desde la gastronomía, dado que no hay manera de comer bien en un país protestante, hacia un cierto arte de vivir, qué quieres que te diga, no hay parangón.

-Permítame que ponga sobre la mesa un referente estético protestante: Johann Sebastian Bach.

-Hombre, una golondrina no hace verano. No les quedó más que la música y al final terminaron cargándosela también. Por otra parte, a una sociedad iconoclasta y antirritualista sólo le queda la música. El antirritualismo produjo iglesias ajenas al rito, sencillamente porque no tenían. En la búsqueda desesperada de su distinción propia, fueron directamente contra la belleza de la liturgia católica. Acabaron con el rito y después la Iglesia Católica hizo lo mismo. Como dice Albert Boadella, "no le reprocho a la Iglesia Católica que haya dejado de creer en Dios, sino que haya dejado de creer en el teatro". Acabado el rito se acabó la religión, y después progresivamente la metafísica, la estética, la belleza y la poesía. Y aquí estamos.

-¿No eran entonces legítimas las aspiraciones del catolicismo en el Concilio Vaticano II hacia una iglesia más popular?

-Es que mira lo que pasó: la Iglesia perdió toda su popularidad. La única que mantiene la debe a los rituales gigantescos que se ven en la calle en Semana Santa, que es la mayor convocatoria que la Iglesia es capaz de movilizar hoy día. El Concilio Vaticano II significó la rendición de la Iglesia Católica. Fíjate, hubo varios intelectuales españoles en el exilio, como Madariaga y hasta María Zambrano, que escribieron un manifiesto contra el Concilio Vaticano II. No lo hicieron los católicos, sino los que no lo eran: ellos reconocieron en la actitud de la Iglesia no tanto una destrucción cultural brutal, que también, sino la pérdida de autoestima consecuente: si al final terminamos imitando a otra gente, ¿qué podemos esperar?

-Respecto a los territorios escogidos para sus 6 relatos 6, Artur Mas afirmó que la genética catalana era más germánica que latina; y Oriol Junqueras matizó que más bien se parecía a la de los holandeses. A la hora de no querer parecerse a España los referentes siguen siendo los mismos, pero ¿a qué deben su éxito?

-Yo me alegro de no compartir genética con esta gente. Tengo claro que no soy de la misma raza. A ver, el organigrama del racismo europeo fue durante todo un siglo, hasta que no empezaron a salir muertos de los campos de exterminio, una idea científica; ojo, incontestable en Europa. Existía una raza superior y había que aceptar eso. Y España fue el gran argumento del racismo científico para justificarse: había que mantener las razas puras para evitar que se degeneraran, como les había pasado a los españoles, que primero se mezclaron con los semitas y luego, tras mezclarse con los indígenas americanos, degeneraron aún más. Cuidado, esto lo dice en el siglo XX Vasconcelos, que es mexicano. Las élites criollas de Latinoamérica están convencidas hoy día de que están afrontando un fenómeno de degeneración racial. Esto existe y hay que afrontarlo, sobre todo porque la realidad se impone y triunfa siempre. Ahí tienes a Alemania y los Países Bajos. Podemos hacer como Ortega y negar que la Europa central tiene prejuicios racistas contra nosotros, por una mera cuestión de orgullo; pero si nos negamos a afrontarlo, lo que habrá que afrontar son las consecuencias. Es difícil explicarse que alguien como Ortega, que conoció bien Alemania, y con esa cabeza que Dios le dio, no hiciera una sola mención al asunto.

-En realidad, nadie de la Generación del 98 llegó a olérselo.

-La generación del 98 ya había absorbido el complejo de inferioridad moral. No pudo afrontarlo porque le venía grande, así que se dedicó a transformar en desastre histórico lo que había sido un desastre generacional. No supieron ver que la culpa no la tenían los de atrás, sino ellos mismos, lo que no deja de ser otra expresión del deseo de declararse víctima de España. También Ortega responsabiliza a la España del pasado de los males del presente. A partir de aquí tenemos a toda una plana intelectual que habla de la puta España, de la mierda de país. ¿Qué quieren decir todos esos intelectuales? Que son mejor que el resto. Que no tenían que haber nacido, sino en Francia o en Inglaterra. Y eso también es racismo.

-¿Y el victimismo?

-La construcción del nacionalismo vasco y catalán es esencialmente racista y esto lleva aparejado el victimismo. Ellos asumen el racismo científico: si los españoles han degenerado moralmente, nosotros no somos como ellos. Y eso quiere decir que ellos, los españoles, tienen la culpa de todo lo malo que nos pase. Al mismo tiempo, no se despegan ni con agua caliente. Yo, la verdad, declararía la independencia inmediata a cualquier territorio que se quiera ir. Que se quede quien quiera arrimar el hombro. Eso de la unidad nacional no me preocupa, en serio. ¿Cuántos somos? ¿La mayoría? Bien, pues vamos a hacer país. Vamos a neutralizar a esos nacionalistas para evitar que se hagan daño y nos lo hagan a nosotros. No pasa nada, todas las familias tienen un tonto en su casa. Lo que no podemos hacer es gastar un ápice más de energía en esto. Es una locura. Dice también Albert Boadella que el bien siempre gana, pero por poco. Aferrémonos a eso.

-¿Cómo hacemos país? ¿La clave es la educación?

-Sí. Y la devolución de las competencias de las autonomías al Estado. Las autonomías son un arma letal en manos de cualquiera. Y me parece indignante el modo en que han generado ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda. No entiendo cómo la gente no se defiende ante esto, cómo se acepta sin más que vives en una comunidad de segunda. Aceptar esto es inmoral. Como le dijo Churchill a Vichy: "Elegiste el deshonor para evitar la guerra; tendrás el deshonor y después la guerra". Todo por culpa de un grupo de catalanes y vascos que ni siquiera han sido capaz de imponerse en todos sus territorios después de cuarenta años. Hay que hacer frente a esto porque la alternativa es la balcanización. Y eso da mucho miedo.

-Volviendo a la Reforma y la Contrarreforma...

-Pero, ¿por qué las llamas así?

-O luteranismo y catolicismo...

-Es que a cuenta de la batalla del lenguaje se cometieron barbaridades. ¿Cómo puede sostener un católico que tras la Dieta de Worms el emperador eliminó la tolerancia religiosa? ¿Cuándo ha habido en Europa tolerancia religiosa? Aquí nunca se ha tolerado nada.

-¿Cómo valora que todos los Papas del último medio siglo hayan pedido perdón por el papel de la Iglesia Católica en la Segunda Guerra Mundial mientras que con el protestantismo, que tanto contribuyó al antisemitismo, la exigencia haya sido mucho menor?

-Sobre esto han escrito los ingleses y los alemanes. El que no lo hace ni muerto es un católico, porque teme que si lo hace pase por ultracatólico reaccionario. De modo que el catolicismo vuelve a inclinar la cabeza ante la superioridad del norte. Yo tengo claro que si la Iglesia Católica no llega a arrodillarse ante esto, los pueblos católicos no se arrodillan tampoco. Pero la Iglesia se arrodilló y arrastró con ella a todo el mundo. Ha sido irresponsable y cobarde. La gente católica debería pedir explicaciones a su jerarquía por estas cosas. ¿Cómo puede entenderse que tengamos ahora a la Iglesia vasca pidiendo perdón junto a los etarras? ¿Alguien puede imaginarse, en el contexto anglicano, cuánto duraría en su puesto un obispo irlandés que hiciera lo mismo con el IRA? Pero los católicos lo toleran todo.

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