Una jornada a solas con el primogénito

El Albéniz acoge en su cartelera '20.000 días en la Tierra', el aclamado documental sobre Nick Cave

Nick Cave, en su escritorio, en una imagen promocional de '20.000 días en la Tierra'.
Nick Cave, en su escritorio, en una imagen promocional de '20.000 días en la Tierra'.
Pablo Bujalance Málaga

15 de noviembre 2014 - 05:00

La idea de que en el reciente esplendor del cine documental en todo el mundo el rock ha tenido mucho que ver constituye, a estas alturas, una perogrullada. El ejemplo más claro es Searching for Sugar Man, la película del sueco Malik Bendjelloul que proponía la búsqueda por medio planeta del músico latinoamericano Sixto Rodríguez y que ganó el Oscar a la mejor obra de su categoría en 2012. Pero también las aportaciones de ilustres como Martin Scorsese, con sus aproximaciones hagiográficas a ídolos como Bob Dylan y George Harrison, han contribuido a reforzar las posibilidades cinematográficas y narrativas del documental a través de la mayor expresión de la cultura popular y de masas. En este tramo del siglo XXI el rock es ya también una cuestión de archivos, y los investigadores tienen en su historia un campo bastante amplio para abordar el paisaje inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial desde muy distintas ópticas. Ocurre también que el rock, con sus singulares ritos, sus dimensiones financieras, su entronización de líderes (fugaces unos, perseverantes otros), su desfile de egos, su volátil panteón de obras maestras y su conexión con los más variados espectros sociales a ambos lados del Telón de Acero, representa un lenguaje óptimo para su articulación a través de las estrategias del documental: las dos disciplinas trabajan para convencer a su público de que retratan la realidad cuando lo que hacen es transformarla y corromperla a su antojo (This is Spinal Tap, dirigida por Rob Reiner en 1984, sería el ejemplo canónico en este sentido). Es cierto que la postmodernidad primero y la catástrofe de la industria discográfica después acabaron de un plumazo con los popes del negocio, pero precisamente la leyenda, acrecentada en el desahucio, sirve en bandeja la materia prima para todo buen documental. El vídeo, como cantaban los Buggles, mató a la estrella de la radio; pero he aquí que el documental parece dispuesto a darle una segunda oportunidad (y en esto, el documental sobre Tabletom Todos somos estrellas brinda desde Málaga una lección sobre los relativos laberintos del éxito).

Toda esta perorata viene a cuento porque recientemente se estrenó en España 20.000 días en la Tierra, el documental sobre Nick Cave dirigido por Iain Forsyth y Jane Pollard, y el pasado viernes el Cine Albéniz tuvo a bien incorporarlo a su cartelera, así que el público malagueño podrá disfrutarlo en versión original subtitulada. La producción británica ha sido aclamada como uno de los mejores documentales de los últimos años, por cuanto resuelve con brillantez y honestidad la aproximación a un personaje tan esquivo como múltiple. La premisa es sencilla: 20.000 días en la Tierra sigue a Cave de cerca durante 24 horas en una de las primeras jornadas de grabación del último disco del australiano, Push the sky away. El músico impone condiciones leoninas, como su negativa a repetir escenas o a soportar la proximidad de la cámara más acá de cierta distancia, pero finalmente todas sus imposiciones terminan jugando a favor de la película. Nick Cave es uno de los mayores genios de la música de los últimos treinta años, y como tal viaja de un plano a otro desde la (auto)sacralización más reverencial de su ego hasta la desmitificación más ruin de ciertos episodios de su biografía envueltos en el aura mitológica. Exactamente, al cabo, lo que un buen documental de rock debe tener.

Un elemento esencial de 20.000 días en la Tierra son las intervenciones de personas cercanas a Cave, tanto familiares como artistas cómplices en su carrera: comparecen su actual y más ferviente mano derecha, Warren Ellis, así como el fabuloso Blixa Bargeld a quien fichara Nick Cave en Berlín para los tempranos Bad Seeds, por no hablar de la bizarra aparición de Kylie Minogue y la entrada en juego del psicoanalista para ardor de los demonios. Al final, ciertamente, la aproximación da sus resultados pero sólo desde un registro al alcance del mejor cine documental. Más que un encuentro confesional con el músico, el largometraje se adentra en el modo en que la creación artística puede transformar el espíritu. Y nadie mejor que Nick Cave para contarlo.

stats