Kenizé Mourad: “Ser corresponsal de guerra te hace ver lo que es importante en la vida”

La autora francesa, que logró un enorme éxito mundial con ‘De parte de la princesa muerta’, vuelve con ‘En el país de los puros’, una novela sobre una periodista que investiga la compleja realidad de Pakistán.

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La escritora Kenizé Mourad (París, 1939), fotografiada hace unos días en la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo, en Sevilla.
La escritora Kenizé Mourad (París, 1939), fotografiada hace unos días en la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo, en Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

Anne Le Guennec, la periodista que protagoniza la nueva novela de Kenizé Mourad, En el país de los puros (editada por MSur Libros), se encuentra a su llegada a Pakistán –más concretamente a Lahore, la capital del Punyab– con una escena que no esperaba. Se celebra el Basant, la fiesta de la primavera, y las familias alzan sus cometas en el cielo azul, pero la armonía de ese espectáculo se tuerce pronto y se transforma en una guerra donde la poesía da paso a la virulencia: cada trozo de tela pelea por hacerse con el espacio y derribar al resto. La decepción que se lleva Anne en ese momento, ella que equivocadamente “quería ver en esa coreografía celestial un símbolo de la paz”, es la primera y sorprendente toma de contacto con un país incomprendido, “entre el terror islámico y el rechazo de Occidente”, como se dice en algún momento de la trama.

“En Occidente se cree que Pakistán es un país de barbudos y de mujeres con velo, en el que sólo hay terrorismo. Eso me enfada un poco, porque yo voy mucho, tengo parte de mi familia allí”, declaraba hace unos días Kenizé Mourad en una charla con periodistas en la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo, en Sevilla, donde presentó En el país de los puros, la última creación de una autora que conquistó la celebridad mundial a finales de los 80 con De parte de la princesa muerta. En esa obra reconstruía la historia de su madre, y en su último proyecto también parte de vivencias propias y de personas a las que conoció. “Cuando fue la partición entre India y Pakistán, la hermana de mi padre se instaló allí, y he tomado su figura como inspiración para un personaje. Ella era una mujer extraordinaria, diseñó todo el sistema de la Seguridad Social de Pakistán para los funcionarios, y a la edad de 95 era la directora de una escuela de siete mil niños y niñas”, relata la octogenaria, que pese a su edad se expresa con una asombrosa claridad de pensamiento y en un castellano perfecto.

“En Pakistán hay de todo, y, sí, hay grupos terroristas, más o menos controlados. Pero también otra parte del país es muy moderna, y en la que se puede asistir a exposiciones de pintura, conciertos... La última vez que fui estaban representando Esperando a Godot, de Samuel Beckett”, analiza la escritora parisina, que del destino elegido para su novela destaca por ejemplo “que en el valle de Swat está la gente que más vive del mundo, que llega hasta los 110 o 120 años. Pakistán cuenta con sitios muy bellos, pero muy poco turismo, porque tiene muy mala prensa”, asegura.

“Me enfada que la gente vea Pakistán como un país de barbudos y de mujeres con velo”

Su conversación trasciende los datos anecdóticos que podría esgrimir un guía y esta hija de una princesa otomana y de un rajá indio, una periodista que cubrió la Revolución Islámica en Irán o la Guerra del Líbano de 1982, se adentra en un análisis más profundo sobre un territorio en el que también trabajó. “Pakistán es un lugar muy importante desde el punto de vista geopolítico: está en la boca del Golfo de Omán y las rutas del petróleo pasan por allí. Antes se peleaban por esta parte del mundo Reino Unido y Rusia, ahora lo hacen EEUUy China. En la última guerra, China ayudó mucho a Pakistán con sus aviones y su material militar”, explica.

Pakistán es una de las nueve naciones que poseen armas nucleares, aunque, como sostiene en la novela uno de los personajes, la “verdadera bomba, la que pronto va a hacer explotar todo en este desdichado país, es la miseria. Sesenta millones de paquistaníes, uno de cada tres, viven bajo el umbral de la pobreza, mientras que las clases dirigentes disfrutan de un lujo insolente y no pagan impuestos”, le explican a Anne. Mourad ahonda en persona en esta idea:“Hay una sociedad rica, bastante occidentalizada, gente que tiene otra casa en Londres o en Nueva York, y gente que vive en la absoluta pobreza. Se entiende que los más desfavorecidos accedan a las promesas de una vida mejor que les hacen los grupos islamistas”, dice esta narradora traducida a 34 idiomas.

Con respecto a la situación de la mujer, Mourad expone que, curiosamente, “aparte de las mujeres de la clase alta que hacen más o menos lo que quieren, se podría decir que las del campo son más libres que las de la ciudad porque no llevan velo, ya que tienen que trabajar, y son las dueñas del hogar, aunque es una percepción engañosa, están muy explotadas y pueden tener un marido terrible”.

“A Occidente sólo le interesa lo que ocurre allí cuando hay cristianos entre las víctimas”

Mourad, que aclara que “Anne no soy yo”, ha volcado parte de su experiencia como reportera en esta ficción, en la que su protagonista se interroga sobre su oficio. “¿Ha sido imprudente? Pero para una periodista que trabaja en una zona de riesgo, ¿dónde empieza y dónde termina la prudencia?”, se lee en estas páginas. “Yo escribía sobre Oriente Medio y cuando no les gustaba lo que había hecho, me decían en mi medio: ‘Kenizé, tu artículo es demasiado largo. Lo dejaremos para la próxima semana’, y nunca salía publicado. Pero si había un atentado, y había víctimas cristianas, entonces sí que les interesaba la información”, recuerda la escritora antes de desligarse de nuevo de su heroína: “Lo que le sucede a Anne no me sucede a mí. A mí casi me matan en Irán o en el Líbano, pero nunca me hicieron prisionera como al personaje”.

De su trayectoria, Mourad aprendió que “cuando trabajas como corresponsal de guerra, todo es importante, te enfrentas a los verdaderos problemas: la vida, la muerte, la pobreza, la violencia... Cuando regresaba a Francia, y veía a la gente llorar por tonterías, pensaba que estaban locos. La guerra pone las cosas en su sitio. Y también pienso que los corresponsales de guerra, lo digo en el libro, son como niños que quieren vivir aventuras. Y ciertamente viven aventuras fantásticas”, argumenta una autora que seguramente ha trasladado al papel inquietudes propias, como cuando Anne se pregunta entre sollozos: “¿Qué hay que hacer, Karim?, ¿endurecerse para poder seguir vivo? ¿Cómo se puede seguir abierto, con empatía para los que sufren, sin quedar destrozado por todos estos dramas?”.

“Si Israel no paga un precio, la ley no importa y entramos en un mundo peligroso donde impera la fuerza”

En el país de los puros se publicó en Francia en 2018 y llega a España traducida por Ilya U. Topper, casi cuatro décadas después de aquel fenómeno que supuso De parte de la princesa muerta. “No fue la sensación de un verano, fue mucho más, ahora es un clásico. Lo que me gusta es que jóvenes de hoy me dicen que su madre les pasó el libro y que les encanta. Fue un éxito inesperado. El editor pensaba que se venderían 50.000 ejemplares y yo le dije: ‘¡Menos de 100.000, para mí, es un fracaso!’. El editor se reía, decía que todos los escritores éramos iguales... Pero yo tenía razón, de ese libro se vendieron millones de copias”, rememora.

El diálogo que Mourad mantiene con los periodistas termina inevitablemente en las más de 55.000 personas asesinadas en Gaza. “He escrito mucho sobre los palestinos”, señala antes de opinar que “la gran vergüenza es que, aparte de España e Irlanda, los gobiernos de los países occidentales sean tan cobardes. Macron habla mucho, pero no hace nada. Francia, el régimen de Pétain, se comportó de una manera horrible con los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, pero eso no se ha olvidado: cada semana sale un artículo, una película, que habla del tema. Y hoy, en Francia, si participas en protestas puedes ir a prisión, porque la crítica a Israel se considera antisemitismo”.

“Lo que Israel está haciendo”, lamenta Mourad, “este genocidio, es algo que va más allá de las palabras. Que maten y mutilen niños... De ahí saldrá una generación de disminuidos físicos y mentales, si no tienen proteínas, un horror. Netanyahu es un peligro para todos, no sólo para Oriente Medio: está instaurando un mundo en el que la fuerza predomina, en el que no hay moral... Si no hay consecuencias contra Israel y contra los países que lo apoyan, quiere decir que la ley no importa. Y si vamos a entrar en un orden así, yo, egoístamente, agradezco haber cumplido ya los 85 años”, concluye con una sonrisa amarga.

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