'Le llaman Bodhi' o el optimismo del cambio

Una mirada al filme de Katheryn Bigelow a cuenta de su anunciado 'remake', que se estrenará en diciembre

Simón Cano Le Tiec Málaga

14 de junio 2015 - 05:00

Que Hollywood persigue con asertividad que lo volátil perdure a lo largo de los tiempos no es una novedad. En los 80, esa década que críticos y expertos revisitan con cierta (inexplicable) repugnancia, o que algunos ni se atreven a referenciar, se producía un cine ligero, del que se podía absorber poco en relación a sus homólogos setenteros y de los 90. Pero todo es fruto de una generalización muy vasta; en aquellos hermosos años se realizaron cintas que hoy todavía provocan el poso melancólico y embriagador que cubrieron a los que los vivieron de punta a punta. Y de ellas no quedan lejos las peripecias de Van Damme o Stallone, teñidas de un aroma cuya única capa les permitía divagar dentro de su superficialidad. Monetariamente, esta década sí que se revisa; no en vano es el manantial de la nueva ola de remakes que se han ido proliferando desde principios de siglo. Pero menos habitual es tender a recrear desde la cercanía temporal con la que se pretende tratar Point Break, la aquí titulada Le llaman Bodhi. Con respecto a su situación espacial, en esta cinta se exhala un cambio muy potente dentro de la determinación de los personajes que crió Hollywood en los 80. Ya entrados en los 90, se exponen unos protagonistas muy dados a proteger o hermetizar un bagaje que el espectador desconoce en su mayoría. En la cinta dirigida por Katheryn Bigelow, se proyecta a un personaje que ha asumido las responsabilidades de la vida y se ha negado a recorrer este camino a través de su propia voluntad. Cuando choca con un caso que desentiende, se introduce en una nueva forma de pensamiento. Ha de renunciar a la inercia que lo ha llevado hasta donde está para entender cómo algunos criminales reducen su motivación al placer, y cómo otros la amplían a una filosofía de vida.

El tándem Keanu Reeves- Patrick Swayze idealiza el conflicto entre la concepción terrenal de la vida (los pies siempre en el suelo, que solo se levantan para bajar al que se eleva), con la evasión espiritual en la que otros conviven, y del que la primera parte se acaba embriagando. El grupo de surfistas/atracadores que guía la acción de la cinta no solo no persiste de acuerdo a una estructura vital predefinida, sino que trata de proyectar algo de luz sobre la idea popular de que algunos caminos nacen para ser transitados, para pervertirla y concluir que atravesar el bosque puede realizar más a alguien que el mero hecho de recorrer un sendero que ya ha sido cruzado.

Como en cualquier cinta donde el policía se mimetiza con el ambiente para infiltrarse del todo, se desnuda la mentira, pero el cambio es latente; existe algo más allá de la mera ejecución. En esta diminuta odisea emocional, el agente al que da vida Reeves experimenta la necesidad de abandonar el cinismo que la vida acaba otorgándole a uno a base de ceder a la oposición. Cuando el asunto se destapa y su tapadera queda en entredicho, antes que matarlo, a la banda de atracadores le persuade la idea de enamorarlo. Luego esto se descubre como necesario para un fin mayor, pero implica cómo la convivencia con el caos no tiene que degenerar en violencia gratuita. Probablemente el culmen de esta metamorfosis generacional se diera con El club de la lucha, cumbre nihilista de la percepción del ser dentro de la sociedad.

Lo que se puede querer mejorar de cara a un remake quizá tenga más que ver con intensificar la trascendencia de su protagonista, porque queda claro que lo que Bigelow quiere orquestar es una opera alrededor de un antihéroe, Bodhi, pero le sale un cuento sobre los diferentes rostros que tienen los personajes que interpretamos en la vida. Si lo que se pretende hacer de cara al futuro es convertir a Bodhi en un secuaz a merced de su filosofía, puede salir algo peligrosamente parecido a los idolatrados estandartes del caos social que ahora venera la cultura popular (el mismo Durden de El club de la lucha). Tal vez Bigelow y su guionista W. Peter Illif prefirieran mostrar el optimismo del cambio, al estatismo de permanecer sumido en la perspectiva que redefine el pesimismo humano. De ahí a que la original gane porque su aroma se respire tan liviano como convencido de que está reflejando un bien mayor que un mal permanente.

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