Concierto Loquillo celebró el viernes en Málaga 30 años de carrera

El loco sigue cuerdo

  • El rockero convenció con su buen sonido en la sala París 15

Suena el estribillo de El Rompeolas. No hables de futuro, es una ilusión. Loquillo enciende un cigarro y se retira del micrófono, deja que el público, entregado, lo coree. Desde veinteañeros a cincuentones largos. Él mira, con exquisito desprecio y medido desdén. Sí, soy chulo. ¿Y qué? Has tenido suerte de llegarme a conocer. Quizá por eso cuelga del pie de la batería la sagrada túnica verde de Boston, el número 5 de Kevin Garnett, tan insolente como él. Porque Loquillo siempre quiso ir a L. A., pero es hincha de los Celtics. A finales de los 80 aparecía en Cerca de las Estrellas, el mítico programa de Trecet, con su beisbolera y su gorra del trébol irlandés hablando de Larry Bird. Pocos años antes era José María Sanz, un joven espigado de los arrabales de Barcelona, compañero de clase de Epi, que jugaba en el Cotonificio. Le entrenaba Aíto García Reneses. "Él me enseñó a tener disciplina y a creer en mí mismo", dice. Igual procedía un discurso suyo en el vestuario del Unicaja.

Siempre de negro, homenaje a Johnny Cash, explica, y a los vencidos puestos contra la pared. Se entremezclan temas antiguos y más recientes. Loquillo repasa discografía vieja y nueva, son 30 años al pie del cañón. Cumplirá 50 años en diciembre y ya no es el chico de la calle que escribe su canción, pero el comienzo de Rock and roll star suena igual que siempre. Ya no le acompañan los Trogloditas, pero sí una banda que suena potente y afinada, sonido rock and roll.

Aparece un hilo que enhebra el presente y el pasado. Sabino Méndez, el ideólogo y el genio que hace que Loquillo traspase la frontera y sea mito. "Antonio Vega, Carlos Berlanga y él. ¡Gracias, Sabino!", agradece el cantante mientras el escritor de sus grandes temas acaricia el bajo. Suenan los acordes de La Mataré, en el ostracismo durante algún tiempo por supuesta apología del maltrato. Él no lo sabe, pero si se pasa por el Indiana o el Fraggle comprobará que resuena cada fin de semana en la noche malagueña.

A estas alturas, Loquillo está ya por encima del bien y del mal. Recuerda que los suegros siguen mirándole mal, pero él, el irreverente, confiesa que hace dos semanas estuvo en la ladera del Tibidado. Y aún aulla implorando la vuelta de la última rubia que probó el asiento de atrás de su Cadillac. Él, el tipo duro y desafiante, aún jura que hubiera muerto por su risa, que hubiera sido su feliz esclavo. No hay bis, pero sí, Loco, hemos tenido suerte de llegarte a conocer.

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