La madre muerta

Mondadori publica el último libro del norteamericano James Ellroy, una propuesta a mitad de camino entre el libro de memorias y la novela más radical

El escritor norteamericano James Ellroy, que escribe para ensañarse con James Ellroy.
El escritor norteamericano James Ellroy, que escribe para ensañarse con James Ellroy.
José Abad

10 de marzo 2011 - 05:00

James Ellroy. Mondadori. Barcelona, 2011.

James Ellroy ha vuelto a colocarse como personaje en su último libro; su peripecia vital, rebosante de percances como para llenar doscientas y pico páginas sin necesidad de hinchar el perro, vuelve a ser su materia prima. A la caza de la mujer, sin embargo, no es el convencional libro de memorias, sino el híbrido resultante de convertir la memoria en un relato novelesco. La historia, espoleada por un acuciante impulso confesional, está filtrada por un cedazo tan obvio como inesperado: el hombre se explica a través de las mujeres de su vida. Por suerte, en contra de cuanto dicho planteamiento hacía temer, el retrato resultante no puede ser menos agradecido. Nada que ver con los autorretratos acicalados y ventajosos que a Paul Auster le gusta hacer de sí, por ejemplo, cuando también él se elige como personaje narrativo. Hay exhibicionismo quizás, no narcisismo. A James Ellroy no le gusta James Ellroy. James Ellroy escribe para ensañarse con James Ellroy.

El álbum de fotos es desgarrador. El escritor se muestra como niño imposible, un joven chiflado, un adulto al borde de la paranoia y un hombre en la sesentena que, a pesar de haber visto todos sus esfuerzos literarios recompensados, vive acuartelado en una irremediable insatisfacción. Ellroy es un fruto perverso del american way of life. Sus padres eran dos personas atractivas, y poco más. Tenían de todo, pero poco más. De joven, su madre había ganado un concurso de belleza y probado suerte en Hollywood, de donde regresó escaldada para acabar trabajando como enfermera y anegando sus penas en abundante alcohol. Su padre, de profesión contable, era un mujeriego redomado y un cantamañanas que lo más lejos que llegó fue a trabajar como guardaespaldas de Rita Hayworth y a acostarse con la actriz, o eso le contaba al hijo. El matrimonio se fue a pique y el pequeño James se quedó flotando entre tanto pecio a la deriva. Quería ser como su padre, y tener docenas de mujeres a sus pies, aunque en el fondo era como su madre, un alma extraviada necesitada de un sólido sostén emocional.

En 1958, cuando el futuro escritor tenía diez añitos, sus progenitores llevaban cuatro de divorciados. Cierto día, su madre le preguntó con quién prefería vivir, si con ella o con papá, y el niño eligió a éste. Ella le soltó un bofetón. Él cayó hacia atrás y se golpeó contra una mesita. De la herida brotó sangre; de los labios, insultos: "La llamé borracha y puta", confiesa Ellroy. Ella le propinó un segundo golpe. El niño, entonces, deseó con toda su alma que se muriera: "Mi castigo fue frío y premeditado -escribe en A la caza de la mujer-. Compartimenté mi rabia e invoqué místicamente a un asesino". Unos meses después, la madre moría asesinada. El pequeño James se consideró el desencadenante de la tragedia y el fantasma de la madre muerta lo acosa desde entonces. Cuando se convirtió en un escritor de éxito, llegó al extremo de contratar los servicios de varios detectives para esclarecer aquel crimen y tranquilizar su conciencia. El homicidio sigue sin resolver, y el dolor y la culpa, fieles compañeros de viaje, continúan instalados en el asiento de atrás.

Ellroy se presenta como un pecador -Ellroy es creyente-, como un individuo inestable y poco de fiar. Su prosa "sucia" no está ideada para adecentar una vida poco edificante que incluye pequeños delitos y estancia en centros penitenciarios, así como un continuo flirteo con drogas de todos los colores. A los veinte años, huyendo de la alargada sombra de la madre muerta, se metió de todo en el cuerpo. Padeció brotes psicóticos. En la actualidad combate ataques de pánico, crisis nerviosas e insomnio con tranquilizantes y somníferos. La literatura y la mujer (en abstracto) lo han redimido en parte, pues ambas han saciado las necesidades primarias de un "fantaseador compulsivo" como él. Ellroy, quien no desperdicia cualquier mínima oportunidad para engordar su mala reputación, confiesa que absolutamente todas las mujeres de su entorno, conocidas o no, acaban incorporándose a sus fantasías sexuales y a sus relatos, también la madre, a quien ha buscado constantemente en cada nueva amante. Al final, los lectores somos los únicos que hemos salido ganando: James Ellroy ha transformado ese turbión interior en obras de una vehemencia fuera de lo común: La Dalia Negra, L. A. Confidential, América y, ahora, A la caza de la mujer.

Jonathan Lethem. Mondadori, Barcelona, 2011.

Guillermo Fadanelli. Mondadori, Barcelona, 2011.

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