La malagueña Maite Rojas, Medalla de Platino en París: "No hay nada imposible cuando decides apostar por lo que verdaderamente amas"

Su técnica requiere de "mucha dedicación para plasmar los detalles con precisión"

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Maite Rojas, la pintora malagueña que ha ganado la Medalla de Platino de la Academia de Artes, Ciencias y Letras de París. / M. H.

Con una alegría contagiosa, la pintora malagueña Maite Rojas disfruta de uno de los momentos más especiales de su carrera. Hace apenas unos días recibió en París la Medalla de Platino de la Academia de Artes, Ciencias y Letras de París, la más alta distinción de la institución francesa. "Fue un momento inolvidable, sentí una emoción enorme, mucha felicidad y un profundo agradecimiento", recuerda en una entrevista con este periódico. Para ella fue una "confirmación" de que la decisión de dedicarse "plenamente al arte" fue la mejor que pudo tomar: "Me recordó que no hay nada imposible cuando decides apostar por lo que verdaderamente amas".

Rojas insiste en que no busca reconocimiento con este premio, ni con otros. "Mi intención nunca ha sido impactar, sino plasmar lo que yo sentía al observar las miradas de quienes retrataba", confiesa. Para la artista, cada pincelada tiene una raíz emocional profunda en la que intenta "despertar sensibilidad, empatía y consciencia": "Para mí, el arte también es terapia: cada obra nace de una profunda introspección".

La Medalla de Platino de la Academia de Artes, Ciencias y Letras no ha alterado su forma de crear porque, afirma, sigue sintiendo que el arte "nace del silencio y de la autenticidad, no del reconocimiento". Sin embargo, admite que este premio le anima a seguir confiando en su "voz interior" y en su "corazón", a continuar creando aquello que le "hace sentir viva".

Gran parte de esa autenticidad la encuentra en su tierra. "Málaga me ha ayudado a conectar conmigo misma en muchos momentos de mi vida", reconoce con cariño. Sus paseos por la ciudad son, según la artista, una fuente inagotable de inspiración: "Durante mis paseos, observando la belleza en cada rincón —en los árboles, el mar o la montaña—, las ideas surgían sin cesar, me ha enseñado a disfrutar y valorar el paraíso donde vivo".

Ese proceso interior, confiesa, es lo que le permite conectar con el público. "A veces busco reflejar la fortaleza que surge tras momentos difíciles, combinando las luces y sombras del alma", detalla. Si sus cuadros consiguen que el espectador se identifique, dice, es "doblemente gratificante", porque "realmente no busco nada en específico", sino simplemente ser auténtica.

Su proceso creativo es minucioso y emocional a partes iguales, ya que "nace siempre de una emoción interior" que transforma en una imagen. "Una vez que tengo la idea, busco la imagen y realizo el boceto", explica. Para lograr la precisión que caracteriza sus obras, utiliza referencias fotográficas: "Mi técnica es muy elaborada y requiere mucha dedicación para plasmar los detalles con precisión".

Pero antes de vivir del arte, su vida transcurría en un entorno muy distinto: Trabajó durante 12 años en administración y finanzas. El cambio llegó casi por casualidad: "Un día, en la consulta de un médico, la fascinación por las obras que veía allí despertó en mí el deseo de comenzar a pintar". En ese camino fue clave su padre, figura esencial en su vida y en su arte.

"Mi padre siempre quiso que me dedicara al arte, pero tomé un camino totalmente diferente, sin embargo, la vida me fue guiando de regreso a mi verdadera vocación", confiesa. Todo cambió definitivamente tras su pérdida. En 2019 enfermó, y días antes de fallecer le pidió que nunca dejara el arte. "Desde entonces comencé esta hermosa aventura hacia la realización de mis sueños, por mí, pero sobre todo, por él", añade.

De él aprendió las lecciones más importantes: "Me enseñó la generosidad, la empatía y el amor por los demás; a mirar a las personas por lo que son, no por lo que tienen", afirma con emoción. A través de su ejemplo, comprendió "la importancia de la humildad". Esa herencia moral que le ha dejado su padre tarata de reflejarlo en cada trazo de su obra.

Su paso por la ONG Ángeles Malagueños de la Noche, junto a su padre, marcó también su mirada artística. "Aprendí que el dolor también puede ser belleza cuando se mira con compasión. Desde entonces, pinto no solo lo visible, sino lo invisible: la emoción, la herida, la esperanza", explica. También intenta que cada obra sea "un puente hacia la empatía, una forma de honrar la dignidad humana".

Hoy, con la Medalla de Platino entre las manos, Maite Rojas siente que ha cerrado un círculo y aconseja a los jóvenes artistas "que persigan sus sueños sin miedo, con perseverancia, confianza y mucho amor": "Nada es imposible, y aunque no siempre se logre, nunca se lamentarán por los 'y si...'. Al contrario, se sentirán orgullosos de haber hecho todo lo posible por seguir su pasión".

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