De la mecánica celeste

Miriam Goldschmidt y Francesco Agnello, en la representación de 'Warum Warum'.
Miriam Goldschmidt y Francesco Agnello, en la representación de 'Warum Warum'.
Pablo Bujalance

15 de enero 2011 - 05:00

XXVIII Festival de Teatro. Teatro Echegaray. Dirección: Peter Brook. Texto: Peter Brook y Marie-Hélène Estienne, a partir de obras de Artaud, Gordon Craig, Dullin, Meyerhold, Motokiyo y Shakespeare. Intérprete: Miriam Goldschmidt. Música: Francesco Agnello. Aforo: Cerca de 300 personas (casi lleno).

Viendo Warum Warum, uno no puede dejar de pensar en el aproximadamente 80% de la población malagueña que, según las encuestas al uso, no ha entrado nunca a un teatro o lo ha hecho no más de un par de veces en su vida. En el tránsito a la segunda década del siglo abundan los comentarios sobre un renacimiento de la escena, propiciado, paradójicamente, por su condición contraria a lo digital (Fernando Savater se refería al asunto en términos más o menos aproximados sólo hace unos días en un artículo): el teatro es la única manifestación artística que no puede descargarse por internet y eso, al parecer, lo convierte en objeto de uso apropiado para quienes desean aliviarse un poco de la tiranía de la Red. Quienes asistimos con frecuencia, sin embargo, estamos acostumbrados a ver siempre las mismas caras, a saludar al resto de espectadores antes de la función, como cuando se va a misa, y a comentar tras su término, con la discreción adecuada, si ha gustado o no. Sólo en los musicales se cuelan oficiantes ajenos (muchos) a los que se mira con desconfianza, oiga, a usted no suelo verle por aquí. Los mismos fieles sabemos que la dependencia del dinero público, especialmente si se trata de cierto tipo de teatro, es cada vez más acusada, y que la política de producciones y ayudas es tan nefasta que sólo faltan unos milímetros para que el sistema estalle y pase a mejor vida. Hay quien dice que el teatro es caro, pero hasta el tabaco, con toda la ley en contra, lo es mucho más (no hablemos de fútbol) y aun así mantiene más adeptos. De modo que, por más que algunos taquillazos necesarios suenen todavía de vez en cuando, la sensación es de parroquia, de ágape doméstico.

¿Qué necesidad tiene la gente de ir al teatro? Ninguna. ¿Qué se pierden los que no van? En el fondo, nada. Nada imprescindible, al menos. Incluso es peor ir con excesiva frecuencia y tener que soportar más horas aburridas de las que uno desearía. ¿Qué se gana, entonces, con ir? ¿Entretenimiento? Hay métodos mucho más eficaces. ¿Distracción intelectual? Prueben con la televisión, o con la prensa. No se puede responder a esta pregunta de una manera general porque cada espectador, en cada momento, tendría que ofrecer la suya propia, íntimamente singular. De esto trata, más o menos, Warum Warum. El teatro es una realidad propiamente humana pero obedece a una normativa divina. Así que toda representación se traduce en una experiencia única. De manera que no importan ni el 80% que no va al teatro ni el 20% que sí va. Sólo importa el uno. A la manera, si se quiere, de la historia de la salvación cristiana o de la transmigración de las almas en Oriente.

Peter Brook parte de los presupuestos de El espacio vacío y orquesta un viaje hacia atrás en el tiempo, un regreso a la semilla. Lo que la increíble actriz Miriam Goldschmidt ofrece en el escenario no es tanto una disección, ni siquiera una deconstrucción de elementos, sino precisamente lo contrario, una construcción de significados interpretada como si fuera un instrumento musical (aquí la música de Francesco Agnello al hong resulta fundamental) a partir de los rasgos netamente teatrales, dentro del actor (el gesto, la palabra, la voz, el movimiento) y fuera de él (la luz, el espacio, el sonido). Y es en esa matriz donde la misma noción de divinidad, donde la asunción de la mecánica celeste como propia del teatro, demostrable, visible, reconocible, se hace presente. Al final, Warum Warum es un regalo para el espectador, que termina formando parte de algo superior y mucho más hermoso. Y ya se sabe que para Dios toda parte es el todo. No es la suma, sino el uno.

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