Sara Baras. Bailaora y coreógrafa

"Lo mejor de este trabajo es poder darte sin creerte más de lo que eres"

  • La artista regresa la semana que viene al Teatro Cervantes con un órdago de cuatro noches para 'Voces', un homenaje a los maestros del flamenco a modo de reivindicación de la raíz.

Pocas presentaciones requiere a estas alturas Sara Baras (San Fernando, 1971), que regresará con su compañía la semana que viene al Teatro Cervantes con un órdago de cuatro noches (del jueves 8 al domingo 11) de la mano de Voces, espectáculo estrenado el pasado febrero en Pamplona y representado en la última edición del Festival Starlite de Marbella. La artista rinde homenaje a los grandes del flamenco, de Camarón a Paco de Lucía, de Morente a Moraíto, de Carmen Amaya a Antonio Gades, en un proyecto que es, también, una reivindicación de la raíz.

-Voces llama por su nombre a los grandes del flamenco. ¿Hay alguna intención de proximidad, un 'para qué voy a buscar nada ahí fuera con lo que tengo en casa'?

-Tuve por primera vez la idea de hacer este espectáculo en Londres. Recuerdo que estábamos en una rueda de prensa cuando nos comunicaron que acababa de morir Paco de Lucía. Entonces me vine abajo, pero lo peor llegó por la noche, cuando me tocaba actuar. Me sentía sin fuerzas, no creía que iba a ser capaz de salir a bailar. Yo quería mucho a Paco, pero, la verdad, me sorprendió que su muerte llegara a afectarme de aquella manera. Entonces tuve la necesidad de expresar mi agradecimiento a los maestros que ya no están con nosotros. Era algo casi orgánico. Y así pusimos en marcha Voces.

-A pesar de nacer de un momento difícil, el espectáculo tiene mucha luz. ¿Como la vida misma?

-Sí, es un trabajo muy alegre, porque lo que queremos decir a nuestros maestros es que seguimos contando con ellos, que no han terminado de irse, que de alguna forma siguen entre nosotros. No se trata de copiar ni de imitar nada, pero sí de reconocer una influencia. Por eso estos genios están presentes en escena a través de sus voces. Hemos querido generar esa emoción que una siente cuando escucha la voz de alguien que ya no está, ese cosquilleo que entra de repente y que te invita a pasarte toda la noche recordando a esa persona. Eso es justamente lo que queremos despertar en el público.

-Y con tantos maestros, ¿se siente usted todavía una discípula? O, mejor, déjeme usar una palabra que me gusta mucho: amateur.

-Por supuesto. Es que, por mucho que tú quieras, cuando cuentas con modelos tan grandes, cuando tienes presentes unos ejemplos tan enormes, te sientes sin más remedio como una amateur. Pero sí, eso es lo que soy. Mira, lo mejor de este trabajo es poder dar lo que tú eres sin una sola pretensión, sin creerte más de lo que eres. Hay que procurar no perder nunca la honestidad, sobre todo contigo misma. Al principio, cuando empezaba a bailar, me costaba mucho hacerlo delante de mis maestros, porque sabía que ellos iban a ver todos mis fallos y eso me imponía mucho respeto. Pues hoy intento que suceda lo mismo: cuando actúo en un teatro y cometo un error a lo mejor el público no se da cuenta, pero pienso que tengo ahí a mi lado a mis maestros, mirándome bien cerquita, muy atentos, y que ellos sí lo perciben. Creo que siempre hay que saber, con el corazón en la mano, quién es uno. Y a mí me ayudan mis maestros.

-Pero también es ya usted una maestra tenida en cuenta por muchos jóvenes bailaores. ¿Entraña esto una responsabilidad mayor?

-Desde luego. Y esa responsabilidad sólo puede traducirse en una entrega total por mi parte. Cuando vienen a vernos las niñas que empiezan ahora a bailar lo que quiero que se lleven es, ante todo, una impresión muy concreta de seriedad, entrega, trabajo y esfuerzo. Soy muy consciente de que me miran, claro; pero esto es exactamente lo que quiero que vean, porque sólo con trabajo y con esfuerzo puede una abrirse camino. Siempre, eso sí, desde una actitud positiva: si asumes esa responsabilidad, si entregas todo lo que hay que dar, podrás conseguir muchas cosas. Y también me parece importante convencer a los jóvenes flamencos de que esto es un trabajo en equipo. Yo nunca estoy sola, tengo a mi alrededor a mucha gente, una compañía que lleva produciendo espectáculos desde hace ya casi veinte años y que se coordina para todo. Eso es fundamental.

-En la última década, los cruces entre baile flamenco y danza contemporánea casi se han convertido en norma, especialmente entre las compañías primerizas, y a menudo los lenguajes parecen diluirse. ¿Cree que un exceso de demanda en este sentido podría llegar a devaluar el flamenco?

-Yo defiendo, ante todo, que a la hora de crear algo hay que sentirse libre. Sin libertad, no vale la pena. Hay que crear desde el corazón. Entonces, si eres flamenco, para ser consecuente el lenguaje en el que te expreses debe tener que ver con el flamenco. Si no, estás perdido. Volvemos a lo mismo: hay que ser lo que cada uno es, y no creerse lo que no se es. Es verdad que a veces una busca otras cosas, hay momentos en que te apetece investigar más, mirar otras fuentes; pero también sucede que una echa de menos el flamenco, no por ser algo puro, sino por ser flamenco. El ejemplo más claro de todo esto es Camarón: el podía hacer lo que quisiera, cantar con una orquesta, con un guitarrista o con un grupo de rock, pero siempre era flamenco, sencillamente porque eso es lo que era, no otra cosa. Para crecer hay que asumir retos, atreverte a asumir proyectos distintos, ir abriendo límites y añadiendo registros. Yo misma he trazado así mi carrera, pero he aprendido que se puede hacer todo esto sin dejar de ser flamenca.

-Hablando de Camarón y de Voces, ¿es usted, como bailaora, una cantaora que no canta, o que canta bailando?

-Sí. Soy músico. Cuando estoy en el escenario canto, toco y bailo.

-Se lo pregunto por la libertad de los cantaores de la vieja escuela, que cantan lo primero que se les viene a la cabeza.

-En el baile eso sucede también. Es más, si no sucede lo que tienes es un baile sin alma. Una coreografía con cincuenta pasos es algo muy feo. Cuando haces una coreografía ajustas una entrada y una salida de acuerdo con los músicos y los técnicos, pero hay mucho espacio para la improvisación.

-Recuerdo en ese sentido a Enrique Morente, que se exponía sobremanera cuando improvisaba al cante, con total libertad. ¿Alguna vez se ha parado a pensar tras una improvisación 'Pero, Dios mío, qué he hecho'?

-Sí, a veces sí, pero ¿sabes?, cada vez le pierdo más el respeto a la posibilidad de cometer un error. Y esto es algo que percibo, especialmente, desde que soy madre. Es verdad que la maternidad te aporta más valentía para todo, lo que yo no sabía es que también te permite ser más valiente en el trabajo, pero así es. A lo mejor un día puedo estar más cansada, pero cuando se levanta el telón pienso "a por todas", y allá que voy. Si tengo un fallo, creo que eso me debe llevar a la corrección, no al miedo. El reto mayor no es la perfección, sino la emoción. Luego, eso sí, puedo pasarme horas viendo vídeos de mis funciones buscando errores. Pero ya soy mucho más libre.

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