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El CCP proyecta el documental 'Room 237', sobre 'El resplandor'
Es posible que la percepción general de una película nunca haya llegado a transformarse en un grado tan radical como la de El resplandor, dirigida por Stanley Kubrick en 1980 y protagonizada por Jack Nicholson y Shelley Duvall. Después de su estreno, la reacción de la crítica difícilmente pudo ser más fría (Kubrick llegó a eliminar el epílogo del primer montaje que llegó a las salas cuando se publicaron las primeras reseñas), lo que se tradujo en dos nominaciones a los Razzies (los conocidos como anti Oscars) y ninguna nominación, por primera vez en la filmografía del director, a los Oscars. Stephen King, autor de la novela que adaptó Kubrick y del primer guión de la película, rechazado por el director a cuenta de su extrema literalidad respecto a la novela, tiró el filme por los suelos y acusó al realizador de no entender las reglas del cine de terror (y seguramente no le faltaba razón; otra cosa es que Kubrick quisiera hacer una película de terror). No obstante, El resplandor ha sido objeto en los últimos años de una revisión constante por críticos y analistas del cine en virtud, esencialmente, de las muchas claves inexplicables que Kubrick dejó en la película, a modo de pequeños detalles aparentemente triviales pero dotados de poderosos significados a medida que se profundiza en ellos (de hecho, el epílogo eliminado fue duramente criticado porque prestaba una resolución aparentemente demasiado fácil a estas claves). Hoy día, consagrada además por el entusiasmo de otros directores como Martin Scorsese, podría decirse que El resplandor habla prácticamente de cualquier cosa. En 2012, el cineasta Rodney Ascher decidió reunir gran parte de las muchas hipótesis formuladas en torno al largometraje en un documental, Room 237, que proyecta hoy el Centro Cultural Provincial (C/ Ollerías, 34) a las 20:30 con entrada libre. La ocasión resulta idónea para volver a adentrarse en el misterio de una película que oculta más que lo que dice, y que tiene en cuanto sugiere su mayor legado.
Como casi todos los títulos de Kubrick, El resplandor perdura hoy en la memoria del séptimo arte con categoría de leyenda. De los catorce meses de rodaje se ha dicho casi de todo, especialmente a cuenta de los estragos psicológicos que el aislamiento y las insistentes repeticiones de escenas que ordenaba el director, contadas por centenares, causaban en los actores, especialmente en una atormentada Shelley Duvall. La misma leyenda atañe a la banda sonora, desde el Dies Irae inicial convenientemente tamizado en los sintetizadores de Wendy Carlos (que acababa de cambiar de sexo y de nombre desde el anterior Walter Carlos, nombre con el que figuraba en los créditos de La naranja mecánica) hasta las partituras de Penderecki, Lygeti, Bartók y Berlioz. No menos legendario fue, incluso, el doblaje al español, dirigido por Carlos Saura con el seguimiento exhaustivo del propio Kubrick y ampliamente criticado desde todos los flancos. Sin embargo, más allá de la leyenda, detalles como el Redrum que escribe el pequeño Danny, los números de las habitaciones protagonistas, la turbadora presencia del camarero Lloyd (interpretado por el genial Joe Turkel), la entrada en escena de Dick Halloran (al que encarna un Scatman Crothers que había coincidido en Jack Nicholson en Alguien voló sobre el nido del cuco), los motivos geométricos del alfombrado, las máscaras, la sangre derramada desde el ascensor, el laberinto del jardín exterior y la fotografía final contienen, para los entrevistados que participan en Room 237 (y que no llegan a aparecer en pantalla a favor de las escenas de El resplandor y el tono subjetivo que imprime Ascher a su documental), símbolos subliminales correspondientes al Holocausto, el asesinato de Kennedy, la llegada a la Luna abordo del Apolo XI y el genocidio de los nativos norteamericanos. Cual pozo sin fondo.
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