Misterioso diálogo

A todo lo que pase y se borre y se pierda | Crítica

La poeta Ángeles Mora reseña ‘A todo lo que pase y se borre y se pierda’, la antología de Julia Uceda que publica la Fundación José Manuel Lara y en la que los versos de la autora conversan con las ilustraciones de su sobrino Francisco Uceda.

Una aventura terapéutica

Julia Uceda (Sevilla, 1925-Ferrol, 2024). / José Ángel García
Ángeles Mora

21 de diciembre 2025 - 06:30

La ficha

A todo lo que pase y se borre y se pierda. Julia Uceda. Ilustraciones de Francisco Uceda. Colección Vandalia. Ed. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2025. 160 páginas. 17,90 euros

A todo lo que pase y se borre y se pierda es el título de esta magnífica (en todos los sentidos, como edición, selección, idea) antología de poemas de Julia Uceda, acompañados por imágenes de Francisco Uceda, reconocido artista visual y profesor también en Nueva York, sobrino suyo, con el que la poeta mantuvo una larga y estrecha relación, más allá de lo familiar, en el terreno de lo puramente intelectual y artístico.

Entre los textos que acompañan a la edición, publicada con motivo del centenario del nacimiento de la autora, destaca un Prólogo magnífico de Ignacio F. Garmendia, titulado Imaginario de Julia Uceda y una muy iluminadora Nota al lector de Francisco Uceda.

Se trata de una cuidadísima edición en papel especial que recoge XLIX poemas numerados y sus correspondientes imágenes. Todos los libros de la autora, desde Mariposa en cenizas (1962) a Escritos en la corteza de los árboles (2013) están representados.

El título de esta antología pertenece al poema La trampa, del libro Extraña juventud. Una cita del libro Viejas voces secretas de la noche, abre la antología:

La noche es caminar

buscando ángulos de luz…

No contar una poética, no contar sino mostrar, era el lema de Julia Uceda para dar sentido a esta colaboración artística. Francisco Uceda, en su nota al lector, nos ha explicado cómo surgió la idea y cómo la fueron delimitando y precisando en sus intenciones: “Julia quiso (nos dice) que yo eligiera los poemas a partir de nuestras conversaciones, y que las imágenes nacieran de una relación lenta y honesta con sus palabras”. Sobre todo, no se trataba de ilustrar poemas sino de que las imágenes y los poemas fueran “una conversación entre nosotros”.

Es esa conversación lo que se irá materializando sutilmente a lo largo del libro, con una belleza y delicadeza únicas.

Teniendo en cuenta lo ligada que está la poesía de Julia Uceda a la naturaleza, Francisco Uceda eligió el lugar más idóneo para la búsqueda de imágenes que pudiesen conversar con los poemas: el parque de Van Cortlandt, que fue su campo de acción, cercano a su residencia en Nueva York, un parque inmenso, un bosque en medio de la ciudad, donde atrapar imágenes capaces de dialogar con unos poemas que siempre buscaron las raíces misteriosas que nos unen a lo desconocido, presentes en toda la obra de Julia Uceda, y sobre todo en sus últimos libros: Viejas voces secretas de la noche, Caminos del humo, Zona desconocida, Hablando con un haya. Misterios que su curiosidad siempre buscó. Desde que siendo muy niña preguntó: ¿dónde estaba yo antes de estar aquí?

Cubierta del libro.

Y así los poemas de la antología se acompañan de poderosas imágenes en blanco y negro, ramas, aguas, sombras de ese mundo vegetal en movimiento que dialogan con ellos, en busca de respuestas, razones, potenciándose mutuamente imágenes y poemas con la intensidad que desprenden y se intercambian (imágenes que partiendo de fotografías reales han sido sometidas a diversas manipulaciones artísticas, collage, texturas, etc. en busca siempre de sentido). Sorprende el misterioso diálogo, poema a poema, página a página, que se establece entre versos e ilustraciones materializadas, paso a paso, con imágenes expresionistas, surreales, como las que despliegan las palabras, creándose una relación sutilísima entre ambos lenguajes.

Pero todo es sorprendente en esta antología que responde a un proyecto, a una emoción muy especial: que dos lenguajes artísticos se encuentren y dialoguen para acercarse al misterio o los misterios de la existencia. Una conexión que nace, creo, de compartir una idea fundamental para los dos, y para los dos lenguajes artísticos que se acompañan mutuamente aquí, una idea que está en la base de un pensamiento compartido: todo pasa y se borra y se pierde, irremediablemente, dentro de la gran emoción de la existencia, pero de alguna manera aquí está nuestro homenaje a todo lo que la vida toma y deja de nosotros. Y el objetivo último de esta meditación entre los dos caminos artísticos no puede ser otro que perseguir ese misterio, aceptarlo, amar el momento en su fugacidad, las sendas misteriosas, luminosas y oscuras, profundas que abren estos poemas y atrapan estas imágenes, vida salpicada de luces, ramas, misterio, siluetas, en blanco y negro como las letras y los trazos, negro sobre blanco en el papel y en nuestra existencia.

Un diálogo, en fin, una larga conversación entre poemas e ilustraciones, tan honda y sutil, desgarrada y exquisita, como a la exigencia artística de Julia Uceda y Francisco Uceda corresponde. Nacida del entendimiento y la complicidad.

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