Agnès Varda. Cineasta y fotógrafa

"En un mundo de violencia una orilla del mar tranquila es una respuesta"

  • La abuela de la 'Nouvelle Vague' exhibe hasta marzo en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo su fascinación por el agua en distintas videocreaciones que acercan su mirada feminista y comprometida.

En tiempos de violencia económica inusitada en las oficinas, en los despachos; en una Europa que pierde sus referencias culturales al dictado de los bancos, la presencia en la capital andaluza de Agnès Varda ha sido un bálsamo para espíritus desasosegados. La abuela de la Nouvelle Vague (Bruselas, 1928), cuya obra fílmica revisó la pasada edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla, es también la protagonista de una exposición en el CAAC cuyo aliento confirma que uno puede reinventarse incluso a los 80 años y seguir -ahora como videoartista- cuestionando los discursos oficiales para buscar, en los márgenes, en las orillas, la belleza de la vida.

-Recientemente ha vuelto a la fotografía, como muestra ese Autorretrato quebrado de 2009 que exhibe en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo y donde la vemos lucir unas pequeñas gafas. ¿Cómo fueron sus inicios con la cámara?

-Todas las formas de arte han nutrido mi vida. El arte es una historia de transmisión, de compartir. Comencé como fotógrafa para ganarme la vida. Cubría bodas, reportajes familiares... Pero realmente no sabía nada de fotografía ni era cinéfila, aunque por entonces admiraba a Brassai, Cartier Bresson, Edward Weston, Duane Michals y el mexicano Álvarez Bravo. También me apasionaba Koudelka. En cambio, la fotografía de moda nunca me ha interesado, ni entonces ni ahora. Fue fundamental para mi formación el que, por azar, me encargaran hacer fotografías de teatro. Tuve la suerte de trabajar desde los 20 años con el actor y director de teatro Jean Vilar, que fundó el Festival de Avignon. Trabajé también temas de artistas y de viajes. En la China de 1957, por ejemplo, tomé más de tres mil fotos.

-En torno a esa fecha viajó a Sevilla por primera vez. ¿Qué recuerda?

-Mi primera visita a Sevilla fue en los años 50, sí, cuando me ganaba la vida como fotógrafa. Una revista francesa me encargó que buscara las huellas del verdadero don Juan. Y creo que lo encontré, en un heredero de los caballeros de Malta que vivía en un castillo. Intenté hacer algo diferente pero no pude. La publicación tenía muy claro que quería ver bonitas sevillanas detrás de las rejas, niebla, el carro de los muertos con sus caballos... porque la muerte siempre está presente en el mito de don Juan. Era un reportaje alimenticio, anterior a 1957, el año en que conocí a Jacques Demy.

-Su fotografía estaba muy influida por la pintura y el gusto por la composición lo trasladó a su cine. ¿Qué fotógrafos le interesan ahora?

-Me encanta Sophie Calle, por ejemplo. Vi en los Encuentros de Arlès su exposición For the Last and First Time y me pareció hermosísima. Muestra en ese trabajo a personas que se han quedado ciegas e intentan reconstruir su última imagen; y también la experiencia de habitantes de Estambul que nunca han visto el mar. Cindy Sherman, en cambio, me gusta menos, es demasiado sistemática. Sarah Moon, que trabaja con las Polaroids y hace unas películas un tanto extrañas, y la mexicana Graciela Iturbide, también me interesan mucho. Y JR, que hace reproducciones inmensas de fotos que pega en las paredes en Palestina y las favelas de Brasil. De Ernest Pignon-Ernest, que trabaja con reproducciones de pinturas antiguas que cuelga en las calles de Palermo, me gusta mucho su mezcla de fotografía y arte.

-Aunque el Festival de Cine Europeo ha recorrido su carrera fílmica, de algún modo también ha vuelto los ojos al legado de su marido, Jacques Demy, presente en tantos de sus trabajos, como Las playas de Agnès, Jacquot de Nantes...

-En los últimos años he dedicado mucho esfuerzo a devolverle los colores a las imágenes de Jacques, que se estaban perdiendo. En 1996 supervisé la restauración y digitalización de Las señoritas de Rochefort. En ese musical, que es de 1967, tengo por cierto un brevísimo papel interpretando a una de las monjitas que van a comprar partituras a la tienda de música que regenta Michel Piccoli. Nuestro cine estaba lleno de guiños así.

-¿Le gusta cómo ha quedado su obra expuesta en el CAAC, el antiguo monasterio de los cartujos?

-Estoy muy contenta. Es importante que la gente llegue con buena disposición a las exposiciones y, para visitar ésta, hay que atravesar en el tiempo un lugar que fue religioso, industrial y ahora artístico. Eso te hace llegar con un espíritu propicio y abierto. Además, el director Juan Antonio Álvarez Reyes compartió conmigo, con mi hija Rosalie y con Victoire di Rosa, del Instituto Francés, la selección y disposición de los trabajos, dando un lugar prioritario a mi gran instalación Las viudas de Noirmoutier, que él había visto en la Fundación Cartier, en París. No son muchas piezas pero sí son muy significativas.

-Además de estas Viudas, otras piezas, como Bord de mer (2009), ilustran el papel que las orillas juegan en su imaginario. ¿Qué significa el mar para Agnès Varda?

-Es la contemplación del espectáculo más bello del mundo. También el ensueño, el ensimismarme y soñar despierta. Esos pensamientos que surgen y te vienen de día. Para unos el mar es la aventura, el deporte, la acción, la tormenta, la fuerza del hombre en la naturaleza. Hay un lado viril de la mar. Pero a mí lo que me gusta es la orilla del mar, el Bord de mer. En esa pieza enseño el viento que le da un pequeño movimiento muy sutil. Es un día tranquilo, no un día de tormenta. No me gusta la violencia. En un mundo de violencia una orilla del mar tranquila es una respuesta.

-No faltan tampoco trabajos que expresan su compromiso feminista, como Réponse de Femmes (Respuesta de mujeres, 1975). ¿Los considera necesarios aún?

-El Festival lo proyectó en un díptico junto con mi película Una canta, la otra no. Abordan la imagen de la mujer y uno de los mensajes más importantes es desculpabilizar a las que no quieren tener hijos. La sociedad está muy formateada y exige tenerlos pero cada uno debe encontrar su propio deseo. A la vez, soy consciente de que muchos países están reduciendo el derecho al aborto. En esos casos, aunque haya mujeres en el Parlamento, es la voz de los hombres la que domina y decide por las mujeres.

-Su colega Godard solía decirle que no había que subestimar nunca los márgenes, porque son ellos los que sujetan el libro. ¿Siente reconocida por fin su aportación al cine?

-Siempre he pensado que en el cine francés yo era una pequeña princesa de los márgenes. Mis películas se conocen en el mundo entero pero sólo por una pequeña minoría. No estoy en el mainstream. Estoy orgullosa de estar en el margen porque, aunque mis películas no han generado mucho dinero, cuando viajo, por ejemplo a Corea del Sur, siempre me dicen que soy muy importante en los estudios y la reflexión sobre el cine. Supongo que saben que he permanecido fiel a mis proyectos, que no he hecho concesiones y, cuando alguna de mis películas no ha funcionado, he seguido mi camino y no he cambiado mi estilo por esos fracasos.

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