Cultura

La música antes del crujido

  • Austri Musici interpretará el próximo martes en el Museo Picasso, dentro del Ciclo de Música de Cámara, el 'Cuarteto para el fin de los tiempos' de Messiaen, estrenado en 1941 en el campo de concentración de Görlitz

La historia de la música contiene composiciones cuyas circunstancias son a menudo tan estimulantes como la propia creación armónica. Si la historia de la literatura sabe de obras maestras alumbradas en verdaderas condiciones extremas, el noble arte de la escritura en papel pautado no se queda atrás. Pocos casos, en este sentido, resultan tan ilustrativos como el Cuarteto para el fin de los tiempos de Olivier Messiaen, estrenado el 15 de enero de 1941 en el Stalag VIII del campo de concentración de Görtliz, en Alemania. Los elementos biográficos que rodean a esta composición decisiva, que dictó buena parte de las líneas maestras de la música culta en la segunda mitad del siglo XX, constituyen un ejemplo clave de cómo el arte puede sobreponerse a la barbarie. Desde su misma intención estética hasta su ejecución abrumadora, pasando por el motivo de su inspiración, la pieza es un testimonio inmenso, repleto de luces y sombras, que siempre, siempre, merece ser escuchado. Una y otra vez. Por eso supone una buena noticia anunciar que el cuarteto Austri Musici (formado por Martín Blanes Gisbert, Georgy Panioushkin, Robert Pytel y Juan Ignacio Fernández Morales) interpretará esta obra junto a otras partituras de Bach y Brahms el próximo martes día 6 a las 21:00 en el Auditorio del Museo Picasso, dentro del Ciclo de Música de Cámara que organiza la Orquesta Filarmónica de Málaga. En esta ocasión el programa celebra, con cierto retraso, el 70 aniversario del estreno del Cuarteto; y aunque el mismo ya fue levantado en Málaga hace algunos años dentro del Ciclo de Música Contemporánea, su recuperación representa un verdadero lujo para esta ciudad.

Olivier Messiaen (Aviñón, 10 de diciembre de 1908 - Clichy, Île-de-France, 27 de abril de 1992), alumno de Paul Dukas y Marcel Dupré, introdujo en la composición musical numerosas innovaciones ya desde sus primeros trabajos en los años 20, dentro de lo que él mismo denominó "métodos de transposición limitada". Si su obra es rítmicamente muy compleja al incorporar patrones de orígenes hindúes y griegos, en lo que corresponde a la armonía su música se pliega al sentido de elevación. Pero este interés no responde a un objetivo intelectual, sino profundamente espiritual, o mejor, directamente religioso. Aunque se dejó impregnar por las músicas tradicionales orientales, Messiaen fue durante toda su vida un católico ferviente: obras como la monumental La Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo (estructurada en 14 movimientos para una orquesta de 109 músicos y estrenada en 1969) y sobre todo su ópera San Francisco de Asís (a cuya composición dedicó ocho años y de la que se estrenó un histórico montaje el año pasado en el Teatro Real de Madrid) dejan pocas dudas respecto a su ambición sin medida en poner todos (todos) los elementos armónicos, rítmicos y melódicos posibles al servicio de la consagración de la iconografía cristiana, con ánimo netamente evangelizador. Su transposición limitada, en consecuencia, concibe la armonía como un instrumento capaz de situar al oyente frente a la mismísima presencia de Dios. La combinación de sonidos se establece así en una verticalidad radical que dibuja, según la orientación mística, el tránsito del alma desde sus primeros balbuceos hasta su iluminación definitiva ante el Altísimo. En cuanto a lo melódico, cabe recordar que la gran pasión de Messiaen fue, además de la música, la ornitología, de modo que gran parte de sus frases, fragmentarias y escurridizas, son imitaciones del canto de los pájaros, que registró en cientos de grabaciones y que utilizó como materia prima para sus partituras. En este más allá al que quiso someter a su música, el francés no renunció a un solo recurso que se le pusiera por delante, desde las ondas Martenot hasta el serialismo integral. Y por ese afán de explotar la materia de la que está hecha el sonido hasta sus últimas consecuencias con el fin de albergar a Dios se convirtió en maestro insustituible de otros genios como Stockhausen, Xenakis, George Benjamin y Pierre Boulez .

El Cuarteto para el fin de los tiempos, temprano respecto al resto de su producción más emblemática pero ya contenedor de todas las directrices artísticas de Messiaen, tiene también una inspiración cristiana, cristalizada en el siguiente versículo del Apocalipsis de San Juan: "Vi un ángel lleno de fuerza descendiendo del cielo revestido de una nube y con un arco iris sobre la cabeza. Su rostro era como el sol, sus piernas como columnas de fuego. Posó su pie derecho sobre el mar, su pie izquierdo sobre la tierra y, de pie sobre el mar y la tierra, elevó la mano hacia el cielo y juró por quien vive por los siglos de los siglos: 'ya no habrá tiempo". En mayo de 1940, Messiaen, que había sido reclutado por el ejército francés como auxiliar médico, fue detenido por los alemanes en Verdún y posteriormente fue deportado al campo de concentración de Göstliz, en Alemania. Allí, entre los prisioneros, conoció a un clarinetista, un chelista y un violinista que habían logrado mantener consigo sus instrumentos, así que comenzó a componer para ellos la obra. Pensó inicialmente en un trío, aunque después decidió incorporarse él mismo como pianista y añadió sus partes. Estructurado en ocho movimientos (el primero, Liturgias de cristal, está inspirado en el canto de los pájaros), el Cuarteto rehuía cualquier noción de compás para materializar, precisamente, la sensación de ausencia de tiempo. El estreno tuvo lugar el 15 de enero de 1941 en uno de los barracones del Stalag VIII en el que había un piano destartalado. El mismo Messiaen elaboró unas invitaciones que repartió entre prisioneros y guardias, cualquiera que estuviera dispuesto a congelarse por escuchar su música. Los testimonios hablan de lágrimas y una rara confraternización en la desgracia. Messiaen fue liberado en marzo de 1941 e ingresó como profesor en el Conservatorio de París. Y el ángel le dio la razón.

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