"No soy nostálgica; no pienso en el futuro, pero tampoco en el pasado"

La actriz presenta este fin de semana en el Cervantes 'La vida por delante', la obra de Romain Gary dirigida por José María Pou con la que esta testigo de la historia última de la escena española dice adiós a las tablas

Pablo Bujalance / Málaga

29 de mayo 2010 - 05:00

Regresa Concha Velasco (Valladolid, 1939) a Málaga pocas semanas después de triunfar en el Festival de Cine Español con Rabia, recién estrenada. Y lo hace como corresponde, con un gran papel, el de la prostituta judía Madame Rosa, para una gran actriz. Cuando uno se sienta a charlar con esta mujer, lo mejor es procurar no tomar las riendas: su generosidad reclama ese pequeño esfuerzo. Pero semejante depositario de uno de los legados más importantes de la historia reciente del teatro español merece todas las atenciones.

-¿De verdad no va a participar en más funciones después de La vida por delante?

-Así es. Continuaremos con las representaciones que ya tenemos acordadas y terminaremos la gira en Madrid. Después, no sé lo que pasará. Pero no me gustaría que hubiera más funciones. Prefiero retirarme y dedicarme a recordar todo lo que he hecho, que es mucho. Antes de meterme en cosas nuevas, de hecho, preferiría repetir ciertas obras y películas.

-¿Y por qué?

-Porque hace ya mucho tiempo que no me llaman para trabajar. Focus, la empresa que produce La vida por delante, es una entidad enteramente privada que no recibe ayudas de la Administración. Pero para los teatros públicos no cuento. Se han hecho espectáculos magníficos, que si una Madre coraje, que si Mahagonny, ves cosas que pasan continuamente a tu alrededor y llega el momento en que te das cuenta de que no estás ahí, de que no te llaman, y de que cuando llamas tú, porque yo soy de las que llaman, no te hacen caso. Así que lo mejor es quedarse en casa, tranquila.

-Reconozco que cuando supe que Gerardo Vera estaba preparando una Madre coraje pensé en usted. Pero Mercè Arànega, que precisamente trabajó con Pou en La cabra, es también una magnífica actriz.

-Desde luego, y además es muy amiga mía. Me alegré muchísimo de que le dieran el papel, en serio. Yo siempre me alegro del éxito de mis amigos. Pero no se trata de eso. Mira, cuando Juan Carlos Pérez de la Fuente se hizo cargo del María Guerrero me llamó y me dijo: "Concha, vamos a hacer aquí lo que quieras". Y yo le dije que quería hacer La visita de la vieja dama de Dürrenmatt. Bien, pues unos meses después [la obra se presentó en enero de 2000], se estrenó en el Teatro María Guerrero La visita de la vieja dama de Dürrenmatt protagonizada por María Jesús Valdés. Han pasado demasiados episodios de este tipo, no tengo en nada en contra de estos artistas pero hay que distinguir cuándo formas parte de la máquina y cuándo no. Pretender insistir en contra es ridículo.

-¿No ha llegado a pensar que con su retirada se terminará una cierta forma de hacer teatro en España, que nació con Alfonso Paso, con Gala, con Sastre, con el Estudio 1 y luego continuó con usted y otros actores de su generación?

-No, no. Creo que me he explicado bastante bien. En mi decisión no falta un componente de vanidad. Yo soy actriz, no directora, ni escritora. No pienso dirigir ni escribir. Y si no puedo actuar, pues sencillamente no haré nada más.

-En una entrevista que tuvimos hace algunos años también me dijo que no pensaba dirigir teatro. Veo que no ha cambiado de idea.

-No.

-¿Por qué?

-Porque hay demasiada gente dirigiendo sin saber.

-No creo que ese fuera su caso.

-Mira, hace poco vi en televisión un monólogo de Andreu Buenafuente que me gustó mucho en el que decía que a todo el mundo le ha dado por escribir últimamente, que parece que cualquiera puede hacerlo, y hombre, por lo menos habrá que tener algo que contar. Yo pienso eso, exactamente.

-¿Cómo ha sido el trabajo con José María Pou?

-Agotador.

-Explíquese.

-Pou es muy exigente como director. Tiene las ideas muy claras, pero desde el principio da por hecho que tú también las tienes. Lo primero que hicimos fue la caracterización, me maquillé, me vestí como Madame Rosa e hicimos las fotos del cartel. Luego comenzó a darme instrucciones y a pasarme notas, todo muy deprisa. Yo tengo mucho genio, y él también. Entonces llegué a pasarlo bastante mal, no podía seguir ese ritmo. Hasta que un día, de buenas a primeras, cambió de método y empezó a imitarme. Reproducía todos mis gestos cada vez que yo los hacía en los ensayos. Enseguida cambió todo, el trabajo se hizo mucho más fácil y comenzamos a divertirnos. Puedo decirte que en los últimos quince días de ensayos junto a Pou, al que he admirado siempre como actor y al que quise para que me dirigiera después de ver lo que hizo con La cabra de Albee, he aprendido más que en todo el resto de mi carrera.

-¿Es muy distinto Pou dirigiendo a, por ejemplo, Adolfo Marsillach? ¿Ha percibido usted algún cambio de interés en los creadores escénicos en las últimas décadas?

-Marsillach y Pou no tienen nada que ver, son muy distintos, a pesar de que ambos vienen de la misma escuela, la de Alonso de Santos. Los procesos son distintos, pero no sé si tiene mucho que ver con la dirección. Creo que actualmente se tiende a hacer producciones demasiado grandes, más espectaculares de lo necesario, y te lo digo yo, que he hecho musicales descomunales. No creo que resulte muy acertado, ya que esto sólo origina problemas. Por ejemplo, espectáculos como la Madre coraje de la que hablábamos antes se estrenan en Madrid pero luego no pueden ir a teatros como éste o el Arriaga de Bilbao porque no caben. La única opción para que vayan es reducirlos, y no es justo.

-Siempre es un placer hablar con usted. En serio.

-No soy nada nostálgica. Nada, en absoluto. Ya no miro al futuro, es cierto. Pero tampoco al pasado.

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