Cultura

"La novela de aventuras también es necesaria para explicar el mundo"

  • El autor acaba de publicar su tercer libro, 'El país de los espíritus', un viaje al Haití de la magia y la espiritualidad en clave de misterio como reivindicación del género

Miguel Ruiz Montañez (Málaga, 1962) cita entre sus referentes decisivos a Paul Auster y Philip Roth, aunque a lo largo de la entrevista van apareciendo otras claves más hondas y decisivas de la literatura norteamericana. Afirma que escribir le relaja, pero también es su pasión: tanto, que en una conversación sobre el asunto las horas vuelan como minutos. Después de los éxitos de La tumba de Colón (2006) y El Papa mago (2008), traducidos al chino, el coreano, el ruso y el búlgaro entre otros muchos idiomas, Ruiz Montañez regresa a las librerías con El país de los espíritus (Martínez Roca), una mirada a la novela de aventuras desde la perspectiva más clásica y una auténtica geografía emocional y espiritual de Haití. El próximo sábado presenta el libro en la Feria del Libro de Madrid junto a la embajadora en España del país antillano, Yolette Azor, y posteriormente hará lo propio en Málaga. Por cierto, Ruiz Montañez es el gerente de la EMT, lo que en boca de un hechicero haitiano reviste la traducción más surrealista.

-Los procesos de escritura de sus obras son tan apasionantes como las historias que cuentan. ¿Cómo transcurrieron los cinco años dedicados a El país de los espíritus?

-De manera muy intensa. Todos los años viajo a menudo a la República Dominicana, ya que soy profesor asociado en la Universidad de Santo Domingo, lo que me mantiene muy unido a Haití. En esta Universidad, precisamente, pude desarrollar una investigación bastante amplia y detallada de primera mano. Además, trabajo para varios proyectos en Haití a través del Instituto de Cooperación para el Desarrollo Sostenible e Ingenieros sin Fronteras. Haití es un país increíble por el modo en que se vive la espiritualidad, de manera muy natural. Pero, la verdad, en esta ocasión he dedicado más tiempo a lo puramente literario, especialmente a la construcción y evolución de los personajes. Creo que, en este sentido, es mi novela más lograda.

-De hecho, el tono en primera persona que mantienen tanto Hugo, el protagonista, como otros personajes, remite al registro clásico de la novela de aventuras, desde Stevenson a Melville, a pesar de que la historia está ambientada en la actualidad. ¿Ha habido una intención decidida en ese aspecto?

-Sí. Primero, por el propio desarrollo de los personajes. El protagonista se ve mezclado en una trama de misterio con el Haití de la magia y el vudú de fondo y la primera persona me resultaba más apropiada para implicar al lector. Y después, como dices, como reivindicación de la novela de aventuras en su forma más clásica. Basta echar un vistazo a los suplementos culturales para comprobar cómo este género sigue siendo considerado algo menor. Los críticos no le prestan atención, parece que exigen estructuras más complejas. Pero yo creo que mantiene su vigencia.

-¿Considera que esa tendencia es propia de la crítica española? En Estados Unidos, Auster y Roth citan a Mark Twain y Melville como referentes y nadie se lleva las manos a la cabeza. Al contrario.

-Así es. Hacer ese tipo de reivindicación en España no resulta precisamente favorable a un autor. Pero insisto, la novela de aventuras es necesaria para explicar el mundo.

-Este año se celebra el centenario de la muerte de Emilio Salgari, que apenas viajó y que escribió casi todas sus novelas en la redacción de su periódico. ¿Prefiere usted la experiencia a la imaginación?

-Son dos vías distintas e igualmente válidas. En el fondo es una cuestión de sensibilidad: yo sí necesito haber estado en los lugares en que se ambientan mis novelas, necesito tocar la piedra, como diría Javier Sierra. He visitado todos y cada uno de los sitios que cito en mis obras. Pero hay escritores que no sienten esta exigencia, como Matilde Asensi, que odia viajar en avión y que es capaz de escribir una novela monumental sobre China sin haber estado en China. Lo cierto es que hoy es muy fácil manejar en casa cada vez más cantidad de información, así que la experiencia es menos imprescindible.

-¿Tuvo durante su visita alguna experiencia directa con el vudú?

-Sí. Mantuve un par de entrevistas muy reveladoras con Max Beauvoir, el jefe supremo de la religión vudú. Y participé en varios rituales, aunque la experiencia que más me impactó me ocurrió con un hechicero al que me presentaron. Pensé que iba a hacer alguna invocación extraña, pero sólo puso su mano sobre mi cabeza y dijo: "Es usted un hombre muy, muy rico. Tiene muchos coches, coches grandes, azules y muy lujosos".

-Menuda promoción para la EMT.

-Sí. La gracia es que pensaba que aquellos coches eran míos. Que conste que ni él ni quienes nos acompañaban me conocían.

-¿Aplicaría usted algún valor del vudú en Occidente?

-El respeto. Todavía acusamos cierto ombliguismo tras siglos de intolerancia católica.

-¿Qué le tiene que pasar a Haití para despertar tras el terremoto?

-En Haití hay ya alimentos, sacos de arroz en todas partes que reparten sobre todo los americanos. Y se está empezado a construir. Falta que vuelva la misma clase media que hubo en los 90. Para empezar.

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