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La odisea antes del olvido

Araceli, recién recuperada en una loable empresa por la editorial Gadir, fue la última novela de la escritora romana Elsa Morante (1912-1985). La obra se publicó en 1982 y en 1984 fue reconocida con el prestigioso Premio Médicis. Dos décadas después, el rescate de Gadir demuestra que tanto la novela como la autora (más famosa, muy a pesar de muchos, por su matrimonio con Alberto Moravia que por su propia creación literaria) han salido indemnes del paso del tiempo. Su lectura sigue siendo recomendable en cuanto motivo de notables hallazgos estéticos y testamento artístico de una mujer que vivió con intensidad el siglo XX hasta el fin de sus días. En 1983, sólo un año después de la aparición de la novela, Morante intentó suicidarse tras caer enferma por una fractura del fémur. La muerte, no obstante, no tardaría en visitarla. El libro que aquí ocupa constituye, en gran medida, un canto de cisne de la escritora y su época; no en vano, sus páginas encierran una de las inmersiones por el olvido más reveladoras de las últimas décadas.

Araceli es, por muchos motivos, una novela española. Lo es, en principio, por el argumento: Manuele, el narrador, nacido en Roma, viaja a un pueblo recóndito de Almería del que era natural su madre, Araceli, recién fallecida, quien había emigrado a Italia al casarse. Manuele busca, en gran medida, los recuerdos de su infancia: aspira a recuperar las canciones que le cantaba su madre en español en muchas tardes de juegos y los paisajes desérticos de los que le hablaba aquella mujer como en cuentos de hadas. Hay así en Araceli una prefiguración de la Odisea: Manuele es el Telémaco que emprende un viaje en busca de la figura aquí maternal, pero también es el Ulises que ansía regresar a casa.

Y también cabe hablar de una novela española por sus alcances. Manuele acomete su viaje en noviembre de 1975, en plena agonía de Franco. El contexto de inestabilidad y miedo al cambio sirve a Morante para impulsar una mirada al espejo del olvido: el pueblo en que nació Araceli no figura en el mapa. Como el Páramo de Juan Rulfo, es un territorio de fantasmas destinados a no ser. El exilio es una condena eterna. Casi como la literatura.

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